Opinion

La grosería de Madero

Cruz Pérez Cuéllar
Político

2018-12-08

El 1 de diciembre pasado inició una nueva etapa en la historia de México, con enormes expectativas para las mexicanas y los mexicanos, pero también con un gran compromiso del nuevo Gobierno, ante los retos y rezagos que prevalecen en nuestro país.
La legitimidad de Andrés Manuel López Obrador quizá sólo tenga comparación con aquella que gozó al momento de su asunción como presidente de la República Francisco I. Madero. Y hablo de la aceptación del pueblo, mas no de la situación social que prevalecía en aquel México convulsionado de ayer, cuyas circunstancias son diferentes a las del México convulsionado de hoy.
La irrupción de Madero caracterizada por el deseo de restablecer la paz y de regresar a los mexicanos la democracia interrumpida por un prolongado letargo de tres decenios, fue reconocida por los mexicanos que lo llevaron a la Primera Magistratura, tras una campaña proselitista en la que era impulsado por el Partido Antirreeleccionista, el Partido Constitucional Progresista y el Partido Católico.
En la pasada toma de protesta se recordaron a los próceres de la patria y su gran legado, se reconocieron aciertos del Gobierno saliente, como respetar el deseo de cambio manifestado en las urnas por millones de mexicanos el 1 de julio, por no ser un obstáculo a la democracia y permitir que el pueblo decidiera quién los gobernará por los próximos años, como no lo hicieron gobiernos anteriores, específicamente el de Vicente Fox, que claramente habría metido las manos en el resultado de la elección presidencial del 2006.
También se reconocieron, por supuesto, los desaciertos, los terribles yerros de los gobiernos anteriores, especialmente del saliente connotado por la corrupción rampante, por la embriaguez de un pragmatismo que les bloqueó la cabeza a muchos gobernantes, que se dejaron seducir hasta desbordar en excesos que ahora están al descubierto y sancionados por los votantes. Se observó el derroche y la mala administración de los recursos que tienen ahora a las finanzas públicas en quiebra, y a un país colmado de necesidades, de carencias al por mayor.
Se habló de unificar esfuerzos para sacar a México adelante, dejar atrás la fiebre electoral y mirar en delante por el desarrollo de nuestro país, en el tema económico y social, en el fortalecimiento de las instituciones. Se hizo énfasis en el apoyo de las clases más desprotegidas, en brindar calidad de vida a todos los mexicanos y de mirar por el rescate de los olvidados, de quienes habían sido relegados por las administraciones anteriores.
El acto fue presenciado directamente por jefes de Estado y representantes de varios países que acudieron a San Lázaro para ser testigos de este suceso, enmarcado en un período difícil para nuestro país. Ahí estuvimos los representantes del Senado y de la Cámara de Diputados, gobernadores y funcionarios de diversos niveles y sectores. El protocolo tuvo su momento de emoción con la respectiva ceremonia con el brazo extendido del presidente López Obrador, y su discurso inspirador.
Los ojos del mundo se detuvieron aquí por rato, por la importancia de nuestro país en la economía internacional, por el ejemplo de democracia que estamos dando en ese momento y como lo dimos en otras etapas de nuestra historia, reconocido por Estados Unidos y varios países de América Latina; por la influencia de México en Latinoamérica. Era el momento oportuno para decirle al mundo que aquí estamos, en pie de lucha, y en condiciones de mejorar y corregir el rumbo… Pero hubo pruritos personales que debían llamar la atención, fuera de contexto, en dirección contraria al momento que se vivía. En particular me refiero al del senador Gustavo Madero, quien quiso aprovechar los reflectores para llamar la atención con un tema que ni siquiera obedece a una convicción personal, más bien a una consigna de su patrón, el gobernador Javier Corral.       
El senador chihuahuense, en su manifestación, exigió que no haya “ni perdón ni olvido: justicia”, en franca referencia a la posición del presidente López Obrador, quien había anunciado con anticipación que al inicio de su gobierno no emprendería una cacería de brujas en contra de los políticos a fin de no generar un ambiente turbio en el país, que fomente la incertidumbre entre los países aliados en temas de comercio, que desaliente la inversión y genere una crisis económica y política, que para muchos es la verdadera apuesta, más que la justicia.
Hay que decir que en ningún momento el presidente ha insinuado que su Gobierno dejará de promover, y como le corresponde al Ejecutivo, procurar la justicia en el país, al contrario, ha sido el primero en señalar en que debe terminar la impunidad en la que permanecen muchísimos casos, que han sido soslayados por el anterior gobierno y que merecen una sentencia justa.
Los casos de los exgobernadores y exfuncionarios públicos saqueadores siguen su curso, otros nuevos habrán de presentarse más adelante. Pero no es algo que le deba quitar el sueño al presidente recién llegado al Palacio Nacional, porque existen innumerables necesidades en el pueblo mexicano que deben atenderse con urgencia, derivados de décadas de despilfarro, de actitudes palaciegas de los anteriores gobiernos, de mucho abandono y malas decisiones. 
“Al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie”, ha dicho el presidente, lo dijo siendo candidato, también como presidente electo, y lo confirma ahora cuando oficialmente  ha sido nombrado representante del Ejecutivo federal. Por ello, en el caso específico de Chihuahua, al que pudiera referirse Gustavo Madero, por encomienda de su patrón, el gobernador Javier Corral, será atendido con la misma diligencia que otros de igual o incluso de mayor gravedad. 
A mí me parece que buscó el escenario ideal para llamar a atención, en un momento que exigía prudencia, al cabo que restarían muchos años para hacer las pantomimas que él quisiera. Ni hablar, esa es la tónica que habrán de utilizar en esta nueva etapa, donde por un lado se utilizará el leguaje doble y adornado, y por otro vendrá el golpe, la patada bajo la mesa. Aún así habremos de avanzar: con ellos, sin ellos, y a pesar de lo que ellos piensen o hagan. Los tiempos así lo exigen, y el pueblo así lo demanda. 
Un 6 de noviembre, 107 años atrás, el tío abuelo de este senador panista, don Francisco Ignacio Madero tomó protesta ante el Congreso de la Unión como presidente constitucional de México, y aquella fecha memorable, por las condiciones en que llegaba el presidente y todo aquello que se intentaba dejar atrás, las circunstancias también exigían prudencia, pero sería manchada por otro insensato, a través de un desaguisado, precisamente en la comisión de senadores que como representantes de la Cámara debían dar la bienvenida al nuevo presidente.
Así lo explicó al momento de su participación el senador José Castellot, quien fue a dar la cara por sus colegas ausentes:  “Señor presidente: Un penoso incidente que tuvo lugar hace un momento, es causa de que no estén completos todos los miembros de la comisión del Senado, quienes se retiraron debido a la grosería de un empleado de segunda categoría del Protocolo. Sin embargo, creo poder interpretar los sentimientos de los señores senadores, y cábeme el alto honor de presentar a usted sus más caros respetos”, dijo en aquella ceremonia histórica.
El asunto tiene que ver con el tema de gran trascendencia para el país y la irrupción de algunos actores políticos en momentos inoportunos, ya sea que lo hagan por protagonismo, por indiferencia o por mera vagancia. En cualesquiera de los casos resulta inadecuado.
Definitivamente el Madero de ayer estaría decepcionado de su descendiente, que viene a fungir acá como un palero indigno, como un lacayo, en un momento que requiere de la suma de voluntades, de la unidad a pesar de las diferencias ideológicas y partidarias, pese a las condiciones económicas de unos u otros. Así lo refirió el propio Francisco I. Madero en su toma de protesta aquel 6 de noviembre: 
“Si me siento orgulloso de ocupar la Primera Magistratura, es porque el voto popular me ha hecho llegar a ella. Para llevar a cabo mis difíciles labores, necesito que cada ciudadano sea un guardián de los derechos de los demás, y que me ayuden todos para el engrandecimiento de la Patria, por cuya prosperidad debemos luchar siempre unidos”. 

X