Opinion

Manuel, domador de leones II

Carlos Murillo
Abogado

2018-12-08

“¡Qué interesante!”, le dije a Manuel, el domador de leones y, mientras seguimos la plática, un muchacho con la cara pintada de mimo se acomodaba en las bancas de adentro, quizá usted lo ha visto por esta zona de la Pedro Rosales y Tecnológico, a veces también está en el puente al revés, su piel está marcada por la ascendencia afro, las cicatrices y su dentadura chimuela son señas inequívocas de los años en situación de calle, “está chistoso el negrito”, dicen algunos y le comparten una moneda, su rutina artística dura apenas unos segundos y es una mezcla de movimientos de Cantinflas con la voz de silbato de un payasito clásico.
Los dos clavamos la mirada en el muchacho que se preparaba una sopa maruchan con limón y salsa valentina como todo un chef, sus ojos degustaban el platillo mientras una cuchara daba vueltas en el caldo improvisado.
“He visto a muchos así –comenzó a hablar de nuevo Manuel–, se pierden en la calle, las ciudades grandes se tragan a las personas, así son como las bestias, las ciudades se alimentan de la carne”, el momento filosófico pasó en un instante. Como buen conversador, yo solamente asentía haciendo un ruido con los labios cerrados que, si tuviera que escribirlo, seguramente sería “mjm”.
“¿Dónde me dijo que estaba la relojería?”, me volvió a preguntar Manuel. Entonces vi la oportunidad y me arriesgué, total, qué puede pasar –pensaba–. “Yo lo llevo, si me lo permite, voy por ese rumbo”, le dije e inmediatamente aceptó, creo que el viejo domador ya lo veía venir, es más, creo que lo provocó.
“Hoy es mi día de descanso, yo vivo el circo”, comenzó a hablar Manuel cuidando no moverse demasiado; en ese momento me di cuenta de que el domador me estaba midiendo, por eso sus movimientos no eran bruscos y su voz cada vez era más pausada.
Inmediatamente recordé que, por ley, los circos ya no pueden tener animales, entonces lancé la pregunta que quizá usted también se está haciendo, amable lector o lectora, “¿y qué hace ahora sin leones?”.
Un silencio incómodo se hizo presente. El tráfico a esta hora está terrible. En el camino había una fila enorme de autos esperando bajar del puente. “Por aquí está el lugar, sólo que el tráfico está muy lento”, le dije para intentar salir del atorón –no del tráfico–, de la conversación.
“Lo siento, estaba pensando en su pregunta –dijo Manuel y agarró aire–, pues en el circo se hace de todo, antes era domador de leones, claro que solamente durante los minutos de mi número, luego llevaba a mis animales a la jaula y pues uno se cambia el traje para hacer otro trabajo, salir a tomar fotos, vender jueguitos con luces o refrescos; también, durante el día ayudaba en el volanteo y perifoneo y, pues claro, a montar las carpas y desmontar al irnos. Inclusive, durante unos años me encargaron la avanzada del circo, ya sabe, llegar antes y hacer los trámites para instalarse y rentar el terreno, pero ahora todo lo hacen por internet con el telefonito”, dijo mientras marcaba con el índice la palma de su mano, el ademán universal que significa teléfono.
Mi ilusión de la infancia quedó destruida por el relato de Manuel, un domador es la estrella del circo, no puede ser domador y luego fotógrafo, eso acaba con toda la magia.
“Entiendo que no es la respuesta que esperaba –Manuel notó en mi cara la decepción infantil–, lo que pasa es que el circo es fantasía, es show. Y por eso, la gente que entra hace un acuerdo, decide ir a sorprenderse de un mundo imaginario, acepta que se reirá con el payaso, se asombrará del equilibrista y aplaudirá la proeza del domador de leones” –de un salto comenzó a filosofar sobre el circo Manuel–.
Nunca había pensado en eso. Pero creo que es una gran lección, las personas frecuentemente hacen acuerdos para creer en algo, en alguien y un buen ejemplo es el circo. “Ya vi el Walmart, si gusta aquí me quedo para no desviarlo”, dijo Manuel, pero yo repliqué con amabilidad, “tengo que dar la vuelta en “u” de todos modos, lo dejaré en frente”, le dije para alargar unos minutos más la conversación.
“El circo ya no es como antes –comenzó a decir como si fuera a describir la muerte de un familiar–, se acabó la tradición de 100 años. Pero nos adaptamos a lo nuevo. La moda de los ecologistas ganó, nunca me imaginé un circo sin animales, pero así es ahora. Nos pasó lo que a los popotes. Ni hablar”, narraba el viejo domador de leones.
Como una muestra de empatía le dije “y luego los pobres animales se estaban muriendo fuera de los circos”. Manuel hizo un ademán con las manos como si sostuviera una charola imaginaria en muestra de afirmación. “Lo hicieron para darle gusto a unos cuantos –dijo Manuel–, como siempre –agregó–, así es la política, si se aprietan los botones correctos en el momento indicado el mundo cambia”, de la filosofía de la vida, pasamos a la filosofía del circo y ahora entramos en las profundas cavernas de la filosofía política.
“¿Puedo?”, me dijo Manuel mientras me enseñaba una cajetilla de cigarros, “adelante”, le contesté por una falsa educación, pero en realidad no quería que fumara en mi carro. “De seguro usted es político, se le nota –comenzó a decir con tono de Sherlock Holmes–, conozco a la gente como usted, se interesan en la realidad y buscan informantes, porque viven en otro mundo, no se ofenda porque lo estuve observando, usted hizo lo mismo desde el principio. Se estará preguntando ¿cómo lo supe? y la respuesta es sencilla, hacemos lo mismo, engañamos y lo consideramos ético, pero tenemos una diferencia con las personas normales: asumimos el peligro como parte del trabajo. Usted también tiene que comprender que el mundo ya cambió”.
Todo eso lo dijo mientras daba vuelta en el semáforo, cada vuelta del volante era una tuerca que se salía de su lugar. En cinco segundos quedó en ruinas el edificio imaginario que, según yo, había construido en aquella entrevista.
“Lo entiendo –le dije en tono de agente secreto de la Guerra Fría–, me descubrió, solamente le quería preguntar algo antes de que se vaya, todo lo que me dijo es creíble, pero la historia de Peter San Juan II no encaja, ¿eso realmente pasó?”
“Es lo único que es verdad”, dijo sonriendo Manuel antes de cerrar la puerta del auto. Después se diluyó entre la lluvia.

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