Opinion

Los ejes de mi carreta...

Elvira Maycotte
Escritora

2018-12-04

“Porque no engraso los ejes, me llaman abandonao… es demasiado aburrido seguir y seguir la huella, andar y andar los caminos sin nada que me entretenga…”.
Para quienes el camino de la vida se ha extendido por más de cinco décadas, seguramente el título mismo evocó memorias de ese andar que la lectura de los primeros renglones les confirmó. Se trata de la letra de una obra maestra musical que se debe a Atahualpa Yupanqui y data de 1960.
Al escucharla se traslucen vacíos en el estado de ánimo de quien le da voz que caen entre la desesperanza y, a la vez, el gusto por permanecer aturdido para sobrellevar, por así decirlo, la realidad, su soledad.
Por lo general aprovecho este espacio para compartir temas de naturaleza de urbana, mas, si es así… ¿por qué traer a colación la letra de esta melodía y relacionarla con temas urbanos? Quizá sea a causa de un estado de ánimo propio, o porque en ocasiones los silencios y vacíos son tan elocuentes como esos sonidos que se convierten en ruidos.
Y es que recorrer las calles del sur oriente de la ciudad suscita experiencias, una de ellas es precisamente la cadencia entre llenos y vacíos, ruidos y silencios. En alguna ocasión caminaba por esas calles acompañada por jóvenes estudiantes y entre la soledad que se percibe al verse rodeada de viviendas sin habitar, llamaba nuestra atención el alto volumen de la música que provenía de una de las pocas casas ocupadas: su sonido inundaba la cuadra entera y alcanzaba aún unas manzanas más.
Pocos días después, mientras revisábamos algunas imágenes, un compañero y yo compartíamos la experiencia de esos recorridos que hicimos por aquellas calles. Me decía que encontraba incomprensible la respuesta que las personas daban cuando les preguntaba si encontraban privacidad en su vivienda y vecindario y, específicamente, si escuchaban los ruidos de los vecinos. La respuesta era afirmativa en la primera y respecto a la segunda, decían que no se escuchaban los ruidos del exterior al interior de sus viviendas, aun cuando al entrevistarlos, al igual que durante mi visita, las bocinas de algún vecino hacían gala de su potencia.
Las imágenes que estábamos viendo recordaban la soledad del paisaje pero ambos teníamos presente la música que las acompañaba, y la mirada al vacío de los interlocutores que en esa y otras ocasiones hemos observado. De pronto, mi compañero lanzó una pregunta: ¿será que el ruido estruendoso les ayuda a evadir la realidad en que viven?
Porque ansiar tener una casa propia como la mayoría de los mexicanos deseamos, es un anhelo legítimo que a muchos de ellos se les desvaneció como arena entre las manos. Lo cierto es que en su realidad encuentran el olvido, la difícil lucha para que sus hijos tengan un lugar en la escuela cercana, los largos trayectos cotidianos sobre un transporte viejo y desvencijado para obtener un exiguo salario, para soñar que un día esos muros crecerán para alojar a su familia como Dios manda: los padres en una recámara, los hijos en un dormitorio y las niñas en su cuarto, no más de dos o quizá hasta tres en cada habitación, con espacio para disponer una mesa en donde quepan todos sentados a la vez y ahí contar historias en la sobremesa; un área no necesariamente amplia pero sí que permita colocar los sillones en donde se pueda sentar la familia u ofrecer asiento a uno o dos invitados… en fin, lo que toda persona desea que suceda en su casa. Pero no, eso no es así. Las minúsculas casas de apenas 40 metros cuadrados no dan espacio para ello.
Habrá que replantear la definición de casa como el lugar en donde las familias transmiten los valores y tradiciones, porque hoy es imposible hacerlo: no hay espacio ni un lugar en ella para darles cabida y, si no hay espacio para ello en el lugar más íntimo ¿dónde podrán encontrarse los hijos con los padres? ¿Los hijos con sus abuelos? ¿O pretender el juego entre hermanos?
Cuando Usted decida darse una vuelta por aquella ciudad deshabitada podrá experimentar, que cada una de esas casas desocupadas representa el sueño desvanecido de una persona que un día intentó fincar su patrimonio y el lugar para que su familia creciera. Entonces quizá podamos comprender el resto de la letra de la melodía de Atahualpa porque: ¿Por qué habría de disgustarles el ruido que les hace olvidar?… “si a mí me gusta que suenen -los ejes de mi carreta, o el ruido de mi calle- pa’ que los quiero engrasar -o callar-” pues “no necesitan silencio, no tienen en quien -o en qué- pensar”, y que finalmente tomen la decisión de exclamar: “Los ejes de mi carreta, nunca los voy a engrasar”.
 

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