Opinion

Proyectos urbanos, ¿consulta o participación?

Alma A. Rodríguez
Académica

2018-12-02

En el espacio anterior se habló sobre la importancia de no tomar el dato estadístico como único criterio para la formulación de política pública social, pues la radiografía resultante puede ser reduccionista en el aspecto de hacer invisibles algunas necesidades básicas de las personas debido a la metodología que caracteriza a la estadística.
En este espacio se abordará otro tipo de casos, los grandes proyectos urbanos que se plantean con miras a la resolución de problemáticas a nivel nacional, regional o municipal –según sea el caso– en la nueva administración federal, y los cuales prevén impactos no sólo en el ámbito urbano, sino en los medios social, cultural y económico. En ellos debe evitarse que la toma de decisiones esté basada en simples opiniones, simpatías, afinidades o sentimientos, y, por el contrario, deben ser basados en pruebas científicas.
Esta evidencia, conformada por una extensa investigación de distintas alternativas, de casos de estudio, de realización de análisis de impacto y prospectivas, así como la utilización del conocimiento científico disponible, deben ser los elementos que colaboren para la toma de decisiones de la autoridad competente. Aunado a ello, y con la misma relevancia se debe realizar el trabajo previo con las comunidades directamente impactadas en las zonas a intervenir.
Este acercamiento a las comunidades para recoger sus necesidades e inquietudes, para entender sus estilos de vida, sus prácticas comunitarias y culturales, así como la implementación seria de metodologías de diseño participativo, debe formar parte de esa extensa fase de investigación previa que sirva para la toma de decisiones. Esto sería más valioso en términos de participación, que simplemente reducirla a preguntar “sí o no” a cualquier proyecto, sobre todo por que esta “participación” se lleva a cabo sin los elementos completos para realizarla, y se termina viendo influenciada solo por sentimientos y afinidades.
Haciendo una analogía, cuando sufrimos de alguna enfermedad se recurre al especialista, el cual tiene la experiencia y el conocimiento para poder determinar cuál es la mejor manera de curarla. ¿Sería adecuado que el profesional de la salud nos diera a elegir el medicamento que vamos a tomar?: “¿Cuál prefiere, la amoxilina o la ampicilina?”. Aun cuando se nos ofrezcan algunos datos de referencia sobre uno y otro, la decisión sería prácticamente a ciegas.
Por otra parte, si la consulta del médico se hiciera en un tono como: “¿Quiere tomar la ampicilina la cual le quitará los síntomas y le ayudará a mejorar? ¿Sí o no?”. ¿Habría alguien siquiera que pensaría en responder que no?, ¿no esperamos todos una cura, una solución a los graves problemas que nos aquejan? Me parece que hacer uso de la desesperada búsqueda de “curas a nuestras enfermedades” de la gente para buscar una cuestionable legitimidad en una decisión, es un ejercicio poco ético. Puede caer en una práctica de simulación, cuyo uso puede colaborar solo para deslindar de responsabilidad a quién le correspondía tomar y asumir las consecuencias de dicha decisión.
Si bien es evidente la necesidad de los mexicanos de ser tomados en cuenta en las decisiones, se debe reflexionar bien sobre las implicaciones de las distintas formas para hacerlo. La democracia participativa tiene varias formas de fortalecerse más allá de las consultas para la toma de decisiones, tales como el control de la ejecución de estas, mediante mecanismos de vigilancia, contraloría social, evaluación y propuesta de mejoras, iniciativas de ley ciudadanas, etcétera.
En los últimos años, la base ciudadana informada y participativa ha aumentado, sin embargo, falta aun mucho por construir, no retrocedamos en la formación de ciudadanos críticos, vigilantes e informados. Y, sobre todo, no nos conformemos con ser una ventanilla de trámites, donde nuestra única participación sea poner un sello de sí o de no.

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