Opinion

Histórica toma de posesión

Luis Javier Valero Flores
Analista

2018-12-01

El día de ayer tomó posesión como presidente de México el primer candidato emergido de un partido de izquierda.
Podrá argüirse que fue producto de una alianza electoral, en la que participaron otros partidos, uno de ellos -el PES- claramente de derecha, que ya le había apoyado en la elección del 2012, pero, claramente, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador obedece, sí a su tenacidad personal, pero centralmente a su adherencia a las causas más generales de la izquierda mexicana, una parte de la cual, la ubicada en las longevas corrientes del socialismo y comunismo mexicano, al igual que a la izquierda procedente del PRI, resolvieron, al llamado de Cuauhtémoc Cárdenas, fundar el antecedente inmediato de Morena, el partido que postuló a AMLO.
En el sentido más general de las concepciones ideológicas y políticas puede decirse que Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas se ubicaban a la izquierda en el espectro político que les tocó vivir.
Madero no tuvo empacho en aliarse a muchos ex militantes del Partido Liberal Mexicano -el partido de los Flores Magón- la mayoría de los cuales constituyeron la columna central del Partido Antirreleccionista de Madero.
Por su parte, Cárdenas y los revolucionarios que lo acompañaban -incluidos Obregón y Plutarco Elías Calles- eran, sin duda, hombres colocados a la izquierda, pero las circunstancias de su lucha y el ascenso al poder fueron muy distintas a las que posibilitaron el acceso del tabasqueño a Palacio Nacional.
Sin duda son numerosos los hechos, movimientos sociales y agrupaciones de todo tipo, cuyas luchas pueden, con toda legitimidad, ubicarse como antecedentes directos del triunfo de López Obrador a la presidencia de México.
Podríamos decir que todos contribuyeron y que le imprimieron sus propias características al movimiento construido centralmente por AMLO, cuyo eje central fue la lucha contra el régimen y su partido, lo que abarcaba, sin duda, el muy conocido mote del PRIAN.
Si bien todas las luchas fueron importantes, la fundación del Partido Socialista Unificado de México (PSUM) -para la época moderna, la de la existencia de contiendas electorales y en la que el acceso al poder se hace mediante procesos electorales- es uno de los hitos.
Ahí confluyeron una parte importante de las izquierdas socialistas y comunistas (especialmente por dos acuerpamientos, el del Partido Comunista Mexicano, y los remanentes del lombardismo (cuyo líder principal fue Alejandro Gascón Mercado) -entre cuyos antecedentes históricos se cuenta la extinta Unión General de Obreros y Campesinos de México UGOCM, la organización campesina de la cual salieron los guerrilleros del asalto al Cuartel Madera-), en una primera etapa, seguida por otra en la que el PSUM dio origen al Partido Mexicano Socialista, merced a la incorporación de otras corrientes de la izquierda socialista -relevantemente, el Partido Mexicano de los Trabajadores, liderado por Heberto Castillo, uno de los principales dirigentes del ’68- y que, al influjo de Cuauhtémoc Cárdenas y su Corriente Democrática, luego del fraude electoral del ‘88, dieron origen al Partido de la Revolución Democrática (PRD) en 1989.
Y de ahí a Morena, luego de dos candidaturas presidenciales bajo las siglas de este partido y sus aliados en 2006 y 2012, precedidas por el triunfo en la jefatura de Gobierno en la ciudad de México en el 2000.
En la gran confluencia electoral del 2018 se encuentran los actores de prácticamente todas las luchas sociales de la última década, enfrentados al régimen y empeñados en derrotarlo. Le infringieron una seria derrota electoral, quizá la más seria que hubiese sufrido el priismo en toda su historia, que pasó a ser tercera fuerza, no sólo en la elección presidencial, sino en el resto de los puestos de elección popular.
No solo. En casi todo el país, los veteranos de las luchas sociales de las últimas décadas, algunos, muy pocos de los 60 para acá, y muchos después de esa década, participaron activamente en la candidatura de López Obrador. Hoy están de plácemes.
Es una auténtica fiesta para la izquierda mexicana.
Más de un lopezobradorista estará recordando a sus abuelos, participantes de las luchas de los ferrocarrileros de los 40, o de los 50; de los campesinos de todas las épocas; de los maestros de los 60, o de los 70.
Otros más recordarán a sus ancestros caídos en las mil y un batallas de las guerrillas; o a sus parientes, participantes de las tomas de tierras, tanto en el campo como en la ciudad, o los de los universitarios de la UNAM en distintos momentos, incluido el movimiento del ’68, y las subsecuentes.
Otros, los más jóvenes, recordarán a sus padres y abuelos que tercamente insistían en que se votara por los candidatos de izquierda, los del PRD; o que formaban parte de las brigadas para llamar a votar por Cuauhtémoc Cárdenas, antes, y luego por López Obrador.
Hasta las luchas más recientes, la de los derechohumanistas, las del feminismo (así no sean parte integral de Morena, o que mantengan serias discrepancias con este partido), las emprendidas en contra de la corrupción, contra el fraude electoral del 2006, etcétera.
Todos esos recuerdos y balances se agolpaban al momento de ver a López Obrador recibir la banda presidencial de otra de las figuras centrales en este largo tramo por acceder al poder, Porfirio Muñoz Ledo, hombre, sin duda, perteneciente al viejo régimen e impulsor del rompimiento, luego de por lo menos dos intentos fallidos de hacerse de la candidatura presidencial, de acuerdo con las reglas del presidencialismo de la década de los 70 del siglo pasado.
Hoy es el presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados y deberá aportar, además de la conducción de los trabajos legislativos, sus elaboraciones acerca de la reforma del Estado mexicano al que están obligados a concretar quienes accedieron al poder ayer. Ellos serán los responsables de contribuir al tránsito de algo que los mexicanos no hemos podido superar, la etapa de los liderazgos únicos.
López Obrador y Morena vienen de enfrentar “más de dos decenios de fraude electoral y un país que se lanzó a la deriva desde el punto de vista de la corrupción y de la impunidad”, como sostuvo Muñoz Ledo en entrevista con Carmen Aristegui.
La izquierda mexicana tiene un gigantesco reto, además de gobernar, el de construir una sólida estructura partidaria de izquierda. Lo será, no tanto del presidente López Obrador, sino del conjunto de dirigentes de Morena.
Y no sólo para ganar elecciones, aunque también deberán hacer eso, sino para construir una más sólida corriente de izquierda en el país, capaz de enfrentar a las crecientes tendencias de derecha, cada vez más fortalecidas por el hartazgo hacia los regímenes sufridos hasta ahora, incluidos los gobernantes emanados de la izquierda, como ha ocurrido en otros países, especialmente de América Latina.
Hacer ese sintético recuento de las luchas de la izquierda mexicana tiene un objetivo, el de señalar que las experiencias acumuladas a lo largo de tanta historia no podrá, ni desdeñarse, mediante la adopción de posturas contrarias, ni arrojarla por la borda en virtud de las conductas impropias de quienes desde hoy son los gobernantes de México.
Ellos están obligados, más que ninguna otra fuerza política, a tener comportamientos, como funcionarios públicos, apegados a la ética ciudadana. 
No deberán olvidar que en 2006 votaron por AMLO 14 millones 700 mil ciudadanos. Seis años después,  Andrés Manuel obtendría poco más de 1 millón más, 15 millones 800 mil.
En 2018 votaron poco más de 30 millones de ciudadanos por el candidato de las izquierdas.
La diferencia de votos entre unas y otra es la dimensión del hartazgo ciudadano hacia los partidos en lo general, y en particular al PRI -especialmente a éste-, PAN y PRD. Se trata de ciudadanos, algunos de ellos militantes, sobre todo del PRI, y simpatizantes de este partido que cambiaron drásticamente y decidieron castigar al régimen.
No sólo fueron ellos, un conjunto grande de ciudadanos, apartidistas, incluso con perfiles conservadores, decidieron optar por el que consideraron más firme opositor al régimen priista.
Por lo tanto, no es una base, ni social, ni electoralmente hablando, que le haya extendido un cheque en blanco al nuevo grupo gobernante, todo lo contrario.
Y no está fácil.
López Obrador recibe un país con bajo crecimiento económico, tasas altas de precariedad laboral, presiones en el precio de los energéticos, desigualdad regional, con la mitad de la población (50.6 por ciento) por debajo de la línea del bienestar, con ingresos insuficientes para adquirir los bienes y servicios básicos y altos índices de violencia e inseguridad, además, los indicadores económicos muestran que no se vislumbra un dinamismo económico en el corto plazo, pues además, el nivel de la deuda pública es altísimo, lo que puede significar un enorme impedimento para crecer al 4 por ciento prometido por AMLO.
Esos son los retos de la izquierda convertida en gobierno; no son pocos, ni menores, pero es la oportunidad para mostrar que su ruta es la adecuada.
asertodechihuahua@yahoo.com.mx; Blog: luisjaviervalero; Twitter: /LJValeroF; Facebook: Aserto

X