Opinion

A propósito de AMLO y el aeropuerto

Rafael Soto Baylón
Analista

2018-10-19

Andrés Manuel López Obrador estudió Ciencias Políticas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Debió leer ‘El Príncipe’ de Nicolás Maquiavelo. Le recomiendo que en un momento de reposo lo relea.
Para quien el concepto “Maquiavélico” suene peyorativo, no es así. El Cardenal Richelieu alabó la obra a grados superlativos. Juan Jacobo Rousseau dijo del autor que “fingiendo dar lecciones a los reyes, se las dio muy grandes a los pueblos”. Otros que analizaron, criticaron y se sintieron influenciados por el florentino fueron el marxista Antonio Gramsci, el fascista Benito Mussolini, el emperador Napoleón Bonaparte, la reina Catalina la Grande et al.
En El Príncipe Maquiavelo construyó las bases de la ciencia política. Separó la política de la moral. Por supuesto que desde 1531 –año de la publicación póstuma– a la fecha, se han desarrollado teorías políticas que superan a la citada. Pero como todo gran texto siempre quedan espacios imposibles de contradecir. Maquiavelo en varios puntos está vigente.
Estas lecciones serán de utilidad para el futuro presidente de México.
‘El Príncipe’ debe parecer un hombre moral. Pero esa moralidad no debe mezclarse con su actividad política. El gobernante debe estar preparado para mentir si es necesario aún en contra de su código ético. En este punto el florentino se pregunta “¿Cuándo el Príncipe debe cumplir sus promesas?”, si puede hacerlo siempre, perfecto. Pero si las condiciones son adversas la respuesta es lógica: cuando le convenga. Un Príncipe virtuoso, honrado, respetuoso de la palabra dada, tendría demasiados problemas para gobernar ya que se vería imposibilitado para tomar decisiones difíciles. Pero la imagen ante su pueblo debe ser la de un hombre honrado, íntegro, honesto. Como cuando usted se autodefinió “políticamente indestructible”.
Debe presentarse ante su pueblo como un hombre sin vicios. Si no los tiene qué mejor. Pero si o fuma, o toma sus copas, o le gusta la fiesta, los placeres carnales, o etcétera, deberá hacerlo en privado.
Debe mostrarse como un hombre religioso. No importa si lo es o no. La religión, argumenta el filósofo renacentista, es muy útil para mantener pacificado a un pueblo. Además, el vulgo confía más en personas creyentes que de quienes no lo son.
Es conveniente que el gobernante actúe siempre apegado a la razón. Pero no perennemente le será posible. Y entonces debe conducirse como un animal: fiero como un león y astuto como una zorra. Nunca inteligente como un tigre antifraude ni bravío como un pejelagarto.
No le dé libertades a un pueblo que no está acostumbrado a ellas. En este sentido Maquiavelo le recomendaría no andar haciendo encuestas por aquí y por allá. En asuntos difíciles es cuando queremos ver un presidente fuerte y decidido, aunque se equivoque. Si no quiere el NAICM cancele la obra pero no caiga en posturas que lo debiliten. Si las consecuencias son negativas, no le eche la culpa al resultado de sus sondeos. Quien debe gobernar es usted y no la gente.
Aléjese de los serviles. Nada hace más daño a un Príncipe que se llegue a convencer que él siempre tiene la razón. Rodéese de personas inteligentes, positivas, doctas y permita que en la privacidad de Palacio Nacional sean capaces de contradecirlo o de bien aconsejarlo.
En economía en ‘El Príncipe’ recomienda “debe estimular a los ciudadanos a ejercer pacíficamente su profesión, sea en el comercio, sea en la agricultura, sea en cualquier otro oficio; y hacer de modo que, por el temor de verse quitar el fruto de sus tareas, no se abstengan de enriquecer con ello su Estado”.
Debe organizar fiestas y espectáculos en tiempos que convengan. También tiene la obligación de reunirse “a veces” con su pueblo y dar ejemplo de humanidad y munificencia conservando siempre la majestad de su clase.
¿Qué debe preferir un Príncipe?, se pregunta Maquiavelo. ¿Ser o amado o temido? Es mejor lo primero pero si no es viable entonces prefiera ser temido que amado porque esto le brinda seguridad. Un gobernante débil inspira desconfianza y si no lo cree, pregúntele a Enrique Peña Nieto.
Esto es de suma importancia, “los hombres son ingratos, volubles, disimulados, huidores de peligros y ansiosos de ganancias. Mientras les hacemos bien y necesitan de nosotros, nos ofrecen sangre, caudal, vida e hijos, pero se rebelan cuando ya no les somos útiles”. Estese preparado para cuando el pueblo le dé la espalda porque un día lo hará. Los pueblos son así. Carecen de memoria histórica y son desapegados.
Su obligación como presidente es proceder con moderación, con prudencia, con humildad. Pero sin que un exceso de seguridad lo haga confiado y mucha desconfianza lo convierta en un hombre insufrible.
Seguir estas maquiavélicas recomendaciones no le garantizará el éxito, pero sí le ayudará a no equivocar el camino.
A mi álter ego no le agradan los recortes de personal que realiza el Gobierno del Estado. Sean trabajadores de intendencia o maestros de música. Todos necesitamos llevar dinero a nuestras casas. Gobernar no significa dejar sin ingresos a cientos o miles de empleados con el pretexto de sanear las finanzas públicas. Compitieron por esos cargos para solucionar problemas, no para crearlos.

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