Opinion

El hombre que cambió su patio

Jesús Antonio Camarillo
Académico

2018-10-12

La foto en sí misma es poética. Un patio pequeño, con tubos blancos y grises que se erigen heroicos, de una vivienda del Infonavit San Lorenzo. De los tubos penden costales y perillas locas. Un pequeño de escasos ocho o nueve años pega con su mano izquierda la parte inferior de uno de los bultos color  arena. Los enormes guantes que porta contrastan con su menuda figura. Al fondo, con mucho esfuerzo, se puede leer una leyenda: “No ponga los pies en la pared”.
El costal que el niño golpea tapa en la imagen a otro jovencito y sólo se aprecia parte de una manopla que en una décima de segundo impactará a otro costal. A un lado, un muchacho espigado contempla una perilla, se apresta para que sus brazos se conviertan de repente en abanicos que, más temprano que tarde, le agarrarán el ritmo al huidizo instrumento. Al fondo, una adolescente de pantalonera se muestra enfrascada con otra perilla loca. A la derecha del niño de los guantes que parecen enormes, un hombre de cachucha desgastada le está sujetando un guante a una jovencita. La chica sonríe a la cámara. Se nota que quiere dar inicio a su rutina.
El hombre de la gorra es “Don Henry”. Lo encontré en la sección de deportes del periódico para el que colaboro, en una nota suscrita por Jesús Ángel Rodríguez. Usualmente subestimadas las secciones “no duras” de los rotativos, con frecuencia dan a conocer segmentos de la realidad que van más allá del entretenimiento o el buen cultivo del ocio. En esas ocasiones, las secciones de deportes o de espectáculos pueden rozar el terreno de lo sublime. La historia de “Don Henry”, me parece, se inscribe en ese panorama.
Cuenta la nota de Rodríguez que Enrique de la Cruz Bustos practicó el boxeo. Al jubilarse de su trabajo “formal”, le llegó el dilema: ¿Ahora qué hago? Y ahí empezó la historia que nos ocupa. Con un simple costal que decidió poner en el patio empezaron a llegar los chiquillos.  Al paso de los años de ese pequeño espacio han salido campeones del boxeo aficionado y algunos han llegado al profesionalismo. “Don Henry” los entrena, gratuitamente. El bulto que alguna vez se le ocurrió colgar en su patio ha cambiado la vida de decenas de jóvenes de su entorno.
Enrique de la Cruz Bustos introdujo un cambio en el mundo al decidir darle un uso muy diferente al patio de su casa. La mecedora típica en el entorno del cliché del jubilado es sustituida por una imagen performativa, que logra, día con día, hacer cosas con una acción individual específica. Una o dos horas de gimnasio cambian la vida a jóvenes para los que el Estado y la sociedad sólo tienen reproches, indiferencia o, de plano, la represión.
El patio-casa-gimnasio de “Don Henry” me pareció un poema gráfico en cuanto lo vi. Me pregunté por las motivaciones del entrenador doméstico. Ese hombre de la cachucha que puede vulnerar el egoísmo recalcitrante que nos empequeñece y que nos hace pensar, erróneamente, que nuestras posesiones y propiedades nos dimensionan como seres humanos. Don Enrique, al ceder un espacio de su pequeña vivienda a las perillas y a los costales nos aproxima a un modelo de comportamiento en el que no se requiere darse golpes de pecho para adoptar una buena actitud con nuestros semejantes. Tampoco construir una defensa apriorística de la virtud abstracta e inmaculada.
Simplemente, “Don Henry” hizo lo que consideró pertinente hacer. No pensó en plantas, pajaritos y mecedoras para adornar su patio una vez obtenida su jubilación. Encontró en el sudor y en el esfuerzo cotidiano de sus discípulos el sentido de su vida y decidió dedicarse a ello. Ver a un jovencito o jovencita que hace de la disciplina y del rigor sus estandartes de vida a través de la actividad deportiva bien valen el trastocamiento que don Enrique hizo de su patio y, con ello, de toda su humilde vivienda.
Costales, perillas locas y cuerdas, en un patio con una barda que dice ya débilmente “No ponga los pies en la pared”, las herramientas con que “Don Henry” cambia, día con día, la vida de sus discípulos.

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