Opinion

Paz sexual

Cecilia Ester Castañeda
Escritora

2018-10-10

El reciente anuncio de que el Premio Nobel de la Paz se otorgará en el 2018 a dos activistas contra la violencia sexual como arma de guerra es una gran noticia, la ratificación oficial con uno de los reconocimientos mundiales de mayor prestigio de que el sexo puede emplearse como arma de sometimiento y tortura.
Desde siempre, claro, la violencia sexual ha formado parte de los conflictos armados. Tomo datos de Amnistía Internacional sobre su manifestación en los mismos: se ha utilizado como humillación, venganza o estrategia de terror dentro de un entorno generalizado de abusos y violencia; ha afectado a hombres, mujeres, niñas, niños y adolescentes; se ha ejercido mediante actos como violación, esclavitud sexual, prostitución, embarazo, esterilización y matrimonio forzados impuestos a través de coerción, fuerza, violencia sicológica o abuso del poder.
Los próximos galardonados por el Comité Nobel Noruego ejemplifican la magnitud del fenómeno. Se trata, informaron medios, de Nadia Murad, una iraquí de 25 años de origen yazidí que escapó del cautiverio del Estado Islámico, y de Denis Mukwege, un ginecólogo congoleño que ha atendido y defendido a víctimas de violación, en muchas ocasiones grupal. La labor de ambos comenzó en regiones afectadas desde hace años o décadas por conflictos armados. El hecho de que estén ubicadas en continentes distintos, en Asia Menor y en África, habla sobre la universalidad de la violencia sexual como método de dominio.
Sin embargo esos mismos abusos suelen registrarse asimismo en zonas donde no hay guerra, y la mayoría de las veces contra mujeres.
Probablemente mucho haya tenido que ver el movimiento #YoTambién para elegir reconocer con el Nobel a personas que trabajen en el combate a la violencia sexual. En el curso del último año la ola de revelaciones ha cimbrado esferas desde Hollywood hasta el deporte olímpico y el Nobel de Literatura. Hace unos cuantos días, el nuevo integrante de la Suprema Corte de Estados Unidos tomó protesta en medio de la polémica por acusaciones de agresión sexual.
No, el uso de la violencia sexual no está limitado a grupos extremistas o facciones de conflictos bélicos. Y quizá eso sea lo más preocupante. Hasta cierto punto se entiende la existencia extraordinaria de casos deliberados en los cuales se causa daño a través de la sexualidad —aun en sociedades en tiempos de paz—, pero el número y diversidad de víctimas que han salido a la luz revelan algo más profundo: la persistencia de una cultura patriarcal donde el sexo es una herramienta de poder, con frecuencia empleada para someter a la mujer.
Resulta curioso que en México apenas haya tenido eco el movimiento #YoTambién. ¿Acaso aquí son cosa del pasado las violaciones, el hostigamiento sexual y los feminicidios? ¿Se trata en nuestro país a la mujer como un ser humano o como un objeto? Usted decida.
En los últimos días, sin ir más lejos, dicen los medios, un senador tamaulipeco fue captado en plena sesión legislativa pidiendo el celular del “padrote” de una estudiante porque se la quería “zumbar”. En el Estado de México, se detuvo a un hombre que presuntamente asesinó “por bonitas y por su odio” a más de 10 mujeres a quienes degollaba para luego abusar de ellas.
En Ciudad Juárez, no hace mucho famosa debido a sus homicidios por motivos de género, la semana pasada un hombre mantuvo días cautiva a una estilista que no le correspondió y a quien raptó y pensaba matar. Usuarios de Facebook han denunciado a un grupo local de “sexting” dedicado a compartir sin consentimiento imágenes de desnudos femeninos. Y las desapariciones de mujeres parecen no cesar.
Necesitamos analizar a conciencia cómo estamos haciendo llegar un concepto tergiversado sobre la sexualidad y el respeto que anula el valor de la mitad del género humano. Porque cuando la integridad de tantas personas se encuentra en peligro en una variedad tal de contextos, éste es un problema de todos. Para solucionarlo hace falta la colaboración generalizada.
“Mi supervivencia se basa en defender los derechos de las comunidades perseguidas y a las víctimas de la violencia sexual”, dijo Murad en Washington a El País. “Un solo premio y una sola persona no pueden lograrlo. Necesitamos una respuesta internacional”.
Nosotros podemos aprender de sus palabras. 

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