Opinion

Yo recuerdo a Digna Ochoa

Daniela González Lara
Analista

2018-10-05

El presente mes de octubre suman ya 17 años de la muerte de Digna Ochoa, abogada de los más débiles, defensora de los derechos humanos y asesinada impunemente en el Distrito Federal en el 2001.
Digna fue la quinta de 13 hijos, proveniente de una familia humilde en el estado de Veracruz, donde su padre Eusebio Ochoa López, líder obrero de la región, la inspiró a estudiar la carrera de Derecho, pues de niña escuchaba que su propio progenitor y los compañeros de este, siempre necesitaban abogados para defender causas laborales en la azucarera que trabajaban.
Recién graduada comenzó a asesorar personas de escasos recursos e ingresó al Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez donde inmediatamente tomó casos delicados de gran relevancia en los que estaban involucrados el Ejército y diferentes cuerpos de seguridad pública.
Casos como los civiles detenidos por ser presuntos zapatistas en 1995, además del caso de Aguas Blancas en Guerrero; de la masacre en Acteal, Chiapas (1997), y el de los ecologistas guerrerenses presos Rodolfo Montiel y Teodoro Cabrera le valieron sus primeras amenazas de muerte, mismas que denunció ante la autoridad competente y que nunca fueron atendidas en investigación.
Lo anterior sumado a la firme y constante lucha por justicia en distintas instancias, incluso internacionales.
La más grande ironía es que lo que le ganó reconocimiento en diversos países, en México le significó una muerte violenta con un disparo en la cabeza y otro en la pierna izquierda, además de una nota donde amenazaban a sus compañeros del centro derechohumanista que lo mismo podría ocurrirle a ellos, a parte de una investigación de la Procuraduría del Distrito Federal quien dictaminó burdamente que su muerte, aun con los elementos anteriormente narrados, se trataba de un suicidio.
A casi dos décadas de distancia, el caso fue cerrado con esa última teoría, hoy lamentablemente seguimos contando historias similares de activistas que han sufrido las consecuencias de sus almas valientes, como la ejecución extrajudicial de Meztli Sarabia Reyna, hija del luchador social poblano Rubén Sarabia “Simitrio”, Marisela Escobedo en el estado de Chihuahua, Bernardo Ranferi Hernández Acevedo, luchador social guerrerense, y el asesinato del niño Humberto Morales Santiz, muerto en Chiapas en medio de la violencia que aqueja desde hace años al Frente Nacional de Lucha por el Socialismo, entre otros muchos casos que tristemente pasan desapercibidos para la sociedad que no conoce la noble lucha de estos héroes y heroínas sin capa, pues igual que un guerrero solitario libra una intensa batalla contra una bestia mítica en un cuento medieval, así el abogado y el activista luchan incansablemente en los tribunales defendiendo la justicia y la dignidad de todos con su única arma que es la ley.
Fijar una postura frente a temas que han acaparado personajes mezquinos y poderosos con el perverso fin de enriquecerse a costa del ignorante o descamisado siempre exige valentía, arrojo, entrega y empatía, por lo que nos corresponde a los demás apoyar irrestrictamente las acciones de quienes apuestan todos los días por la justicia y la defensa de los derechos humanos, ya que sin estas personas los cambios estructurales en las libertades del ser no existirían, así de simple. 
La tarea diaria debe ser cultivar nuestras mentes y nuestras almas para ser cada día más humanitarios, servir a los demás en la defensa de los desvalidos porque en tal medida que lo hagamos este será un país diferente.
Hoy cuento la historia de Digna Ochoa para que no sea olvidada y sirva de ejemplo para las nuevas generaciones, esta mujer que dignifica la más noble de las profesiones y engrandece no sólo a los abogados y abogadas en el mundo, sino al activismo social con la trayectoria de su vida.
Sirva la presente como un humilde homenaje para ella y todos aquellos que desde sus trincheras se despojan del ego personal y anteponen la vida misma por defender el derecho a vivir con el respeto, la integridad y el decoro que nos merecemos todos. Gracias por leer, yo soy Daniela González Lara.

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