Alma A. Rodríguez
Académica
En un día cotidiano por las calles de la ciudad, un destello de agudeza o quizá tan sólo de un poco menos de dispersión mental, me hizoenfocar la atención en la puesta en escena de una avenida principal en hora pico, con el sol inclemente de media tarde y el consecuente ruido de los motores encendidos, un ambiente propicio para detonar la impaciencia y el estrés.
La actitud al conducir de los distintos personajes en la vialidad es algo bastante notorio incluso cuando todos estamos dentro de nuestra respectiva “caja sobre ruedas”. Es fácil darse cuenta de la impaciencia, el nerviosismo, la distracción o el estrés de los conductores, por las maniobras que llevan a cabo con sus respectivos vehículos.
Ese breve momento de enfoque mental se transformó rápidamente en preocupación y en una serie de pensamientos y reflexiones sobre la vida en común en la ciudad, la convivencia social y otros temas relacionados. Recordé una idea que debo haber leído en algún libro que dice que el confort y la comodidad excesiva nos vuelven insensibles ante las necesidades de los otros, pues curiosamente el experimentar alguna necesidad en carne propia es lo que nos hace pensar en las de los demás.
Recordé esta idea porque lo que observé en su mayoría, fue una serie de maniobras poco consideradas para con los otros: desde usar el claxon sin algún motivo que lo amerite, acelerar para evitar que alguien que señala cambio de carril lo logre, rebases en zigzag imprudentes, autos acelerando para alcanzar a cruzar un semáforo que ya está casi en rojo, omisiones para ceder el paso a peatones al dar vuelta a la derecha, usar el carril derecho como si fuera el de alta velocidad, cambios de carril forzados y sin usar la direccional, y así un largo etcétera.
La premisa de todo lo arriba descrito pareciera ser que se resume en que la prisa o la necesidad de llegar pronto de cada quien justifica pasar por encima de las normas de convivencia establecidas, y por encima de la seguridad de los demás. La realidad es que, aunque en muchas ocasiones se trata de falta de educación vial, en muchas otras es simplemente una desatención, una insensibilidad y hasta un adormecimiento ante la presencia, la necesidad y la fragilidad de los otros. Este adormecimiento es detonado en mucha medida por nuestra forma de movilidad adoptada, la cual integra un aislamiento físico de quien nos rodea con un alto grado de confort.
Después de esta reflexión, fue casi imposible no hacer la analogía entre esta prisa por querer llegar primero en términos viales y aquellas actitudes de querer llegar primero en otros aspectos, como en la estabilidad económica, o en los puestos de influencia y de poder. Esta prisa por llegar primero se traduce casi siempre en actos de corrupción, ya que en muchas ocasiones lleva a tener que pasar por encima de los otros, como lo hemos constatado en muchos de los famosos casos de corrupción en gran escala de nuestro país, pero también como lo podemos constatar en situaciones de lo más cotidianas.
Con las lluvias del pasado jueves donde un día normal se convirtió en un caos vial por varias horas, pude observar claramente que las situaciones de peligro sacan lo mejor de algunas personas, pero también lo peor de otras, en esta ocasión me gustaría resaltar lo bueno: aquellos destellos de cortesía y de ayuda mutua entre conductores cediendo el paso a pesar de estar avanzando a vuelta de rueda, o de automovilistas cediendo el paso a peatones o cuidando no mojarlos, etc.
Lo curioso es que necesitemos algo extraordinario para voltearnos a ver y tener consideración unos por otros. No me imagino cuál deba ser la situación extraordinaria que, retomando la analogía, requiramos como sociedad para dejar de pasar unos encima de otros en busca de llegar primero en términos económicos y de posiciones de poder. Quizá debamos hacernos la misma pregunta que se hacía Blaise Pascal: ¿es la prisa la pasión de los necios?