Opinion

Fin de época

Sergio Sarmiento
Periodista

2018-09-03

Ciudad de México.- En el aire se percibía un ambiente de fin de época mientras cientos de invitados convergían en el patio central de Palacio Nacional para escuchar el mensaje que con motivo del sexto informe ofrecería el presidente Enrique Peña Nieto.
No hubo sorpresas. La visión de las reformas y de los logros del sexenio la ha ofrecido ya el mandatario en anuncios y cadenas nacionales de radio y televisión. Ya habíamos escuchado su defensa de las reformas estructurales, de la creación de empleos, de los beneficios de su política social.
El presidente modificó una vez más el formato del mensaje. Sus intervenciones verbales fueron punteadas con videos que enfatizaban los logros de su gestión. Si la idea era volver más ligera la presentación, el resultado fue el opuesto. Los videos estaban bien hechos, con rápidas sucesiones de datos e imágenes, pero eran largos y se volvían pesados y repetitivos; le quitaron solemnidad al discurso e hicieron que la ceremonia se alargara más de una hora y media.
Faltó un mayor toque de emotividad ante el que los asistentes estaban preparados. Era, después de todo, un fin de sexenio frente a un público cercano que aplaudía con entusiasmo e insistencia.
Peña Nieto estuvo flanqueado en la escena por dos personajes distintivos del movimiento lopezobradorista: Porfirio Muños Ledo, presidente de la Cámara de Diputados, y Martí Batres, cabeza del Senado. Ambos, acompañados por el presidente de la Suprema Corte, Luis María Aguilar, entonaron el Himno Nacional junto a Peña Nieto. En los asientos inferiores, al lado de los presidentes de los demás partidos, se encontraba Yeidckol Polevnsky, jefa de Morena. Es la primera vez, que yo recuerde, que acuden a este informe alterno los principales representantes del lopezobradorismo.
En las filas del alargado podio se notaba un vacío. Seis de los asientos reservados para los gobernadores se encontraban desocupados. No estaban los panistas Javier Corral de Chihuahua ni Francisco de la Vega de Baja California; tampoco Manuel Velasco, el verde de Chiapas. Más sorprendió la ausencia de Claudia Pavlóvich, la gobernadora priista de Sonora, quien aparentemente tenía una hija enferma. Uno que sí llegó, pero al que no dejaron entrar, fue el flamante diputado de Morena Gerardo Fernández Noroña, quien cuestionó a Muñoz Ledo y a Batres por haber participado en la reunión.
Entre los asistentes estaban los empresarios más importantes, como Valentín Díez Morodo, Alberto Bailleres, Emilio Azcárraga, Carlos Slim y Germán Larrea. En otro punto, separado de ellos, se encontraba Juan Armando Hinojosa, el dueño de Grupo Higa, cuya Casa Blanca derrumbó la reputación de Peña Nieto.
Al presidente se le llenaron los ojos de lágrimas antes de empezar a hablar. Angélica Rivera y sus hijas lloraron después. El presidente afirmó que dejaba al siguiente gobierno un buen "punto de partida": "Hoy somos un mejor país del que éramos hace seis años". Esta visión no coincide con la de los futuros funcionarios que afirman que reciben un México destrozado.
Quizá habrá que buscar la verdad en ese justo medio que pregonaba Aristóteles. Por lo pronto, las instituciones mexicanas que cuestionó López Obrador en 2006 han sido suficientemente sólidas como para permitir esta transición democrática que huele a fin de época.

Ante el parlamento
El que por un lado se entregue un informe escrito al Congreso y por el otro el presidente lea su mensaje a la nación es un absurdo. En todos los países democráticos el gobernante rinde cuentas al parlamento. Supongo que el próximo 1 de septiembre se acabará esta anomalía y López Obrador rendirá su informe ante el Congreso.

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