Santiago González
Analista
La raza humana ha evolucionado prácticamente de ser una especie más de primates, hasta lo que ahora somos; en cinco millones de años hemos subido los peldaños de a tres para colocarnos en la cima indiscutible de la dominación del mundo conocido. En una sola generación se han dado cambios acelerados, el surgimiento de nuevas tecnologías, nuevas perspectivas de nuestros orígenes y explicaciones del mundo que nos rodea. Lo que un día creímos indiscutible, inalcanzable o dogmático, al siguiente lo vimos como una ingenuidad risible del pasado.
Un elemento que nos ha dado llegar a este nivel es la palabra, oral y escrita. El lenguaje nos ha permitido como especie acumular experiencia, conocimientos, transmitirlo, materializar el pensamiento. Pero el lenguaje también está en constante evolución, como herramienta adaptándose a las nuevas necesidades de sus usuarios y usuarias. Por ello es ingenuo aferrarse a lo conocido, tener por acabado el lenguaje y negar todo cambio, tachándolo de incorrecto, de “desdoblamiento artificioso” cualquier cambio, tal como calificó la Real Academia al lenguaje inclusivo.
(En este momento usted ya se dio cuenta que el título de este artículo es una trampa y que fue traído con engaños).
Hemos dejado de cazar mamuts, en principio porque ya no existen, y si existieran seguramente sería un delito matarles, tampoco recolectamos más frutos y semillas silvestres. Las nuevas tecnologías y herramientas dan a hombres y mujeres la misma posibilidad de realizar cualquier tarea, circunstancia que en el pasado determinó el rol de cada género. Hoy la idea de equidad e igualdad ha llegado para no irse más, y es esta misma idea la que esta empujando al lenguaje a un nuevo salto evolutivo, al lenguaje incluyente.
Un argumento de los “lingüistas” conservadores es señalar que el género masculino es inclusivo, que por ejemplo dentro de la palabra “el hombre” se entienden incluidas las mujeres, y es curioso porque es el mismo argumento que se usó hace 60 años para negarle el voto a las mujeres. Se decía que dentro del voto de un hombre se entendía incluida la voluntad de la mujer y que en el voto de un esposo estaba representada su esposa, y de un padre su hija, que darles voto a las mujeres sería como darle dos o más votos al jefe de familia. No se concebía la posibilidad de que una mujer tuviera una ideología política distinta de su hombre tutor, o siquiera que tuviera una ideología política.
Pero la verdad es que el lenguaje es el reflejo de nuestro pensamiento en lo cotidiano y lo complejo, este ejercicio de no mencionarlas proyecta lo que en el actuar es patente, desvalorizar, relegar, estereotipar. Es un principio similar a los derechos de autor, no podemos entenderlas incluidas, es por derecho reconocerles la existencia y mencionarlas, porque han participado de la evolución humana y de cada episodio histórico y de cada lucha y de cada logro. Las palabras tienen un peso específico, pues como mencionamos han construido la civilización, no podemos cambiar lo material si cuestionar lo simbólico.
Que es un ejercicio complicado señalan, que se vuelve imposible estar mencionando a hombres y mujeres, y llevándolo al absurdo se mofan diciendo: “todas y todos los seres humanos y las seras humanas” y la verdad si meda risa, porque nos da la medida de sus razones, la estatura de sus argumentos, que debemos saber, sus objeciones no son gramaticales, obedecen a otras fibras más profundas y sensibles, específicamente culturales.
No es ya modernismo, extravagancias o modas, el lenguaje inclusivo existe como un elemento indiscutible en el Plan Nacional de Desarrollo, es decir, forma parte de nuestro proyecto de nación desde 2013, ha sido institucionalizado. En el mismo sentido se han pronunciado los poderes Legislativo y Judicial, sobre la urgencia de eliminar la discriminación en el idioma y el mismo secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong, prologó el “Manual para la comunicación no sexista”.
Claro que un lenguaje incluyente no se limita al “las y los”, implica eliminar esa relación que se hace de los conceptos femeninos a lo débil, emocional, inestable, a la subordinación. Pero además un lenguaje inclusivo prevé las formas correctas de referirnos a los pueblos indígenas, personas portadoras de VIH, usuarios y usuarias de drogas, personas con preferencias sexuales distintas de la heterosexual, personas con alguna discapacidad, personas adultas mayores, personas afrodescendientes, personas en situación de pobreza, mujeres u hombres en situación de prostitución, personas privadas de la libertad, personas de talla baja, personas en situación de calle. Esto significa que, así como aprendimos a llamarles viejas, indios, sidosos, tecatos, jotos, lisiados, viejos, negros, jodidos, putas, delincuentes, enanos o pordioseros, aprendamos de nuevo a comunicarnos sin ofender o discriminar; créanme, es por el bien de todos y todas.