Opinion

Beisbol

Pascal Beltrán del Río
Analista

2018-08-16

Ciudad de México.— Quienes me conocen saben que soy un gran aficionado al llamado “rey de los deportes”.
Mi equipo favorito en Grandes Ligas son los Mets de Nueva York y en la Liga Mexicana, los Rojos del Águila (una franquicia que, por desgracia, está en veremos). Por estos dos datos, sabrá usted que me atraen equipos que hacen sufrir a su afición. Sólo una vez he visto ser campeón a uno y a otro.  
Como sucede con muchos aficionados al beisbol, me interesa la historia de ese deporte. Por eso sé que está íntimamente ligado con la historia del país.
Por cierto, hay muchas versiones de cómo llegó la pelota a México. Una de ellas es que entró de la mano de los soldados estadounidenses invasores, quienes habrían jugado un partido en el parque Los Berros, en Xalapa. La leyenda dice que utilizaron como bate la prótesis de madera que Antonio López de Santa Anna dejó abandonada durante la batalla de Cerro Gordo, el 18 de abril de 1847.  
Tengo para mí que uno de los más grandes partidos de beisbol de todos los tiempos se jugó en el desaparecido Parque Deportivo Veracruzano, del puerto jarocho, el 5 de septiembre de 1938 (dentro de 20 días se cumplirán exactamente 80 años).
Ese día se enfrentaron las novenas del Águila de Veracruz y el Agrario de México. Por el primer equipo lanzó el cubano Martín Dihigo; por el segundo, el estadounidense Leroy Satchel Paige.
Se trataba de dos monstruos del montículo que no estaban en las Grandes Ligas sólo porque éstas comenzaron a permitir la participación de jugadores negros apenas en 1947. El partido lo ganó el Águila 3 a 1, con un jonrón de dos carreras que Dihigo pegó a una recta rápida de su paisano Ramón Bragaña, que había relevado a Paige.   
El amor por el beisbol me lo inculcó mi padre, quien jugó de jardinero en su natal Chihuahua y siguió practicando el deporte mientras estudiaba la prepa en la Ciudad de México a finales de los años 40.
Me contaba, quizá con alguna dosis de exageración, que cuando su equipo necesitaba una pelota de beisbol, él se paraba a las afueras del Parque Delta, manopla en mano, a esperar a que el gigante cubano Roberto Ortiz pegara un jonrón, cosa que ocurría con mucha frecuencia.
El beisbol le ha dado muchas glorias a México. Baste recordar los nombres de los peloteros Baldomero Almada, primer mexicano en jugar en la Gran Carpa; Roberto Ávila, campeón de bateo de la Liga Americana en 1954; Aurelio Rodríguez, Guante de Oro de la Liga Americana en 1976; Adrián González, convocado cinco veces al Juego de Estrellas; Vinicio Castilla, quien pegó 320 cuadrangulares e impulsó mil 105 carreras en las Mayores entre 1991 y 2006, y, por supuesto, Fernando Valenzuela, Novato del Año en 1981 y quien hizo vibrar a todo México esa temporada con su tirabuzón y sus ojos al cielo.
Imposible olvidar también la hazaña del hidrocálido Ángel Macías, quien, a los 12 años de edad, lanzó un juego perfecto, el 23 de agosto de 1957, para darle a México su primer campeonato mundial de Ligas Pequeñas, en Williamsport, Pensilvania.
En fin, no cabe duda lo profundamente enraizado que está el beisbol en la cultura mexicana. Hasta mediados de los años 60, las secciones deportivas de los diarios de la capital dedicaban un espacio mucho mayor a ese deporte que al futbol, algo que se revertiría con la apuesta que la televisión privada hizo por el balompié.
Escribo esto por el anuncio que hizo esta semana el presidente electo Andrés Manuel López Obrador, en el sentido de que su gobierno promoverá la práctica del beisbol con el fin de formar peloteros que puedan ir a las Grandes Ligas.
Por un lado, me parece bien que quien va a ser la máxima autoridad del país sea aficionado al beis. Es evidente que no es ningún villamelón. Una vez, hace unos ocho años, me tocó encontrármelo, vestido de pelotero, en el parque de la Alianza de Tranviarios, en Iztapalapa, donde un equipo de Excélsior jugó una serie de siete partidos contra La Afición.
El que el próximo presidente sea beisbolista de corazón va a ayudar al desarrollo de un deporte que ha sido aplastado por los intereses comerciales que se han volcado a favor del futbol.
Con lo que no estoy de acuerdo es que se pretenda convertir al beisbol en el deporte oficial del país. Es decir, que López Obrador lo impulse desde la Presidencia por razones que Bill Clinton identificaba, en tono autocrítico, como una mala característica de los políticos encumbrados: sólo porque puede.
Tendría que haber criterios objetivos para gastar más recursos públicos en la promoción de la práctica de cualquier deporte. ¿Por qué el beisbol y no el basquetbol? La respuesta tendría que basarse en un estudio y sustentarse con un plan. El que sea el deporte favorito del tabasqueño no es razón.
El beisbol es el rey de los deportes, pero de ninguna manera debe ser el deporte del rey.  

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