Opinion

Oposición

Pascal Beltrán del Río
Analista

2018-08-14

Ciudad de México.- Tengo edad para recordar los tiempos en que un PRI todopoderoso compartía la escena política del país con una oposición testimonial cuando no completamente palera.
Todavía hasta 1982, el PRI ganaba ampliamente las elecciones en todo el país, fuesen federales o locales. Ese año, el candidato presidencial del PRI, Miguel de la Madrid, se llevó los comicios con 70 por ciento de los votos, dejando que seis aspirantes de la oposición se repartieran el 30 por ciento restante, del cual la mitad fue para el panista Pablo Emilio Madero.
Igual que los cuatro candidatos presidenciales del PRI que lo precedieron, De la Madrid fue postulado también por dos partidos que se habían convertido en paleros del oficialismo: el Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) y el Popular Socialista (PPS).
En aquellos tiempos, el PRI había atraído a su órbita a partidos de oposición que eran conocidos por los politólogos como “satélites”. Habría que agregar al Partido Socialista de los Trabajadores, después rebautizado como Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN, o “ferrocarril”, como se le llamaba popularmente).
Con estos partidos convivía el PAN, único que podría considerarse de oposición real en aquellos tiempos del carro completo.
En 1976, una crisis en Acción Nacional llevó a que ese partido no postulara candidato presidencial, por lo que el único aspirante en la boleta fue el priista José López Portillo, también postulado por el PARM y el PPS, igual que lo habían sido Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría.
Por esa situación de candidato único –junto con el hecho de que la verdadera oposición de izquierda se encontraba en la clandestinidad, la guerrilla o la cárcel, a raíz de los hechos de 1968 y 1971–, el gobierno de López Portillo permitió la participación en las elecciones de los partidos Comunista Mexicano (PCM) y Demócrata Mexicano (PDM) a partir de 1979.
La ampliación de los espacios para la oposición real continuó durante el gobierno de De la Madrid, con el registro de los partidos Mexicano de los Trabajadores (PMT) y Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que postularon candidatos en las elecciones legislativas federales de 1985.
Tres años después, hizo agua ese esquema de convivencia del PRI con una oposición palera y otra real, pero débil. El PARM, el PFCRN y el PPS abandonaron el redil y formaron el Frente Democrático Nacional, que postuló a la Presidencia a Cuauhtémoc Cárdenas.
El régimen se había roto desde adentro, con una división entre los políticos tradicionales y los tecnócratas que venían en ascenso desde mediados de los años 70 y que llegaron a la Presidencia en 1982.
Hay quienes piensan que de haber obtenido Manuel Bartlett la postulación del PRI en 1988, Cárdenas no habría sido candidato de oposición, pues los políticos tradicionales lo veían bien. Pero el candidato fue Carlos Salinas de Gortari y pasó lo que pasó.
La relación entre el PRI y la oposición no fue la misma a partir de 1988. Es cierto que el PARM, el PPS y el PFCRN no acompañaron a Cárdenas en la formación del Partido de la Revolución Democrática (PRD) –que utilizó el registro electoral que originalmente había sido del PCM– y se volvieron a alinear con el PRI en el sexenio de Salinas. Pero esos partidos perdieron su registro al poco tiempo.
La principal estrategia de Salinas fue apostar por un régimen bipartidista PRI-PAN y para ello hizo importantes concesiones a Acción Nacional, como reconocerle triunfos electorales, cosa que no hizo en el caso del PRD. Pero, eventualmente, el PRI entró en una fase de debilitamiento y no tuvo otra que aceptar la participación de PAN y PRD como iguales en la arena política, en una etapa que se dio a conocer por la formación de la llamada partidocracia.
Las elecciones del pasado 1 de julio parecen haber inaugurado una nueva época en las relaciones entre partidos. Morena, fundado por Andrés Manuel López Obrador hace apenas cuatro años, arrasó en las elecciones y condenó al resto de las formaciones políticas a la irrelevancia.
La semana pasada, en su artículo en Excélsior, Carlos Elizondo Mayer-Serra interpretó el triunfo de Morena como el retorno al poder de los políticos tradicionales expulsados del PRI en 1987.
Es cierto que la victoria que obtuvo Morena en julio se distingue de las que lograba el PRI hegemónico por el hecho de que aquella tiene el aval de un órgano electoral independiente que existe apenas desde 1996.
Pero es válido preguntarse si México volverá a tener un partido omnipresente en torno del cual orbiten algunas organizaciones satélites –entre los cuales podrían estar el PRI y el PRD– y que sólo sea confrontado por una oposición testimonial.

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