Opinion

La política del choro

Carlos Murillo
Abogado

2018-08-11

El principal problema en México no es el perdón ni el olvido; ese falso dilema fue inventado para mantener ocupados a los críticos. Ni siquiera la impunidad es el problema, como reviraron en Chihuahua al presidente electo; porque resulta que el castigo no es un método efectivo para inhibir el delito.
El problema es la política del choro, esa mezcla de cuento fantástico y demagogia que le encanta a los políticos para pelearse en lugar de ponerse a trabajar.
Vayamos a la historia. Desde el México postrevolucionario, en cada cambio de gobierno hay un golpe de timón en el discurso político –y el 2018 no es la excepción–; ese cambio en el discurso le sirve al gobernante entrante para distanciarse de sus antecesores. Esto pasaba, incluso, cuando la transición se hacía entre gobernantes que pertenecían al mismo partido hegemónico. Ahora, aunque aparentemente existe una transición entre dos polos opuestos, esto sigue sucediendo tan puntualmente como la hora de un reloj suizo.
Entonces, la transición política solamente se hace cambiando el discurso del choro. En los hechos todo sigue igual. En esa lógica, las propuestas electorales son tan falsas como una moneda de tres pesos.
La única propuesta política que ha existido en el México moderno se llama Constitución, en ese documento se plantea el único proyecto de nación que ha existido. Por eso, todas las plataformas de los partidos políticos lo único que hacen es repetir lo que dice la Constitución en tono de promesa, con palabras y orden distintos.
Durante 101 años, hemos reformado la Carta Magna para adaptarla a las distintas etapas de nuestra historia. Como todos los planes, a veces tiene éxito y otras es un fracaso. Pero los mexicanos suelen fijarse más en los fracasos para decidir en las elecciones y, así, supuestamente castigar a los malos y premiar a los buenos.
Entonces, la gente cree que vota por diferentes opciones, pero en realidad vota por las mismas propuestas, pero con diferente interlocutor. El voto (e inclusive la abstención del voto), lo único que validan es el pacto social (otra vez la Constitución) y sirven para cambiar de manos la administración del país.
Los ciudadanos, entonces, votan por la percepción de confianza que tienen de una sola persona, pensando que es suficiente para acabar con los problemas del país. Poco o nada de racional hay en esto, pero así es.
AMLO, como ganador de la elección, está haciendo lo mismo que sus antecesores al cambiar el discurso de un choro peñanietista a un nuevo choro (y con ello también sostiene el sistema presidencialista mexicano, que visto así quedará intacto).
Por lo tanto, para el nuevo Gobierno es tan fácil decirle a las víctimas perdonen; es tan sencillo hablar de una amnistía y, al mismo tiempo, para los contrarios suena tan natural decir que acabando con la impunidad se acabarán los delitos (como réplica). Puro choro de los dos lados.
Si la respuesta fuera tan simple, ¿por qué no hacerlo? Y es aquí precisamente donde está el problema. No lo hacen porque es un discurso político que sirve para ofrecer solamente una percepción de cambio, pero en realidad es demagogia pura.
Hagamos un paréntesis. Hay varios tipos de choro; el que se dice por ignorancia, que puede ser atribuible a personajes que persiguen el poder motivados, principalmente, por el instinto. El choro premeditado, es el que usa un político para buscar un efecto en la opinión pública; a veces este tipo de choro es casi un poema, de lo bonito que se escucha y quien lo dice podría ser catalogado como un esteta del choro. Y, finalmente, el más peligroso, quien se ha convencido del choro y ha llegado a tal grado de enajenación que convierte en legión a sus seguidores y en religión su choro.
Los tres tipos de choro son tóxicos para la democracia y se imponen aprovechando una relación de poder jerarquizada con sus seguidores. Quienes no sigan el choro, en automático se convierten en infieles y son perseguidos por los cancerberos que cuidan la entrada para entrar su paraíso imaginario, donde solamente tienen cabida los elegidos del choro.
Entonces, la política del choro se convierte en una ideología desviada, para después escalar en pseudorreligión. Siempre intolerante a la crítica e impermeable a la razón.
Hasta aquí un breve análisis del choro.
Regresemos a la Constitución. El punto es que no se necesita tanto brinco –tanto choro– porque todo lo que proponen los políticos ya está en la Constitución. La única diferencia es la lectura que cada quien le da a la Carta Magna desde diferentes perspectivas.
Por ejemplo, si queremos hablar de reconciliación, la primera gran reconciliación del México moderno fue entre los grupos armados de la revolución mexicana y fue posible gracias a un gran pacto que llamamos Constitución. De hecho, esa reconciliación se consolida con la creación del Partido Nacional Revolucionario, el papá de todos los partidos políticos políticos, incluyendo Morena.
La reconciliación por tanto, nada tiene de nuevo. La amnistía tampoco. A veces se nos olvida que –según el Gobierno porfirista– los revolucionarios eran considerados delincuentes que saqueaban pueblos. Inclusive, en casos como el de Pancho Villa, todavía existe un debate sobre su condición de héroe o villano en la historia de México.
Reconciliación, amnistía, perdón y olvido. No están por primera vez en el debate de la opinión pública mexicana. En los últimos años, estas categorías se han replanteado en países como Colombia, donde los conflictos armados han lastimado mucho a la sociedad. Por cierto que hace poco más de un año, en una votación histórica, los colombianos le dieron la espalda al acuerdo de paz con las FARC, algo que en México es muy probable que suceda si se consulta la amnistía.
En ese orden de ideas, la lógica del nuevo Gobierno está al revés. Primero debe ser la reconciliación y después que se redacte un instrumento jurídico, como se hizo en 1917. Hasta ahora, parece que quieren hacer la reconciliación por decreto ¿esa idea funcionará? No lo creo.
Por otra parte, aunque no se ha explicado con claridad, hasta ahora parece que el Estado pacificador quiere ser mediador, pero en este proceso, el Estado es el responsable del daño que se le ha provocado a la víctima, esta lógica también está al revés.
Y tampoco perseguir a todos los enemigos para meterlos a la cárcel es la solución, la política criminal es un choro que se llama populismo penal; lamentablemente, está tan arraigada la idea de que llenando las cárceles estaremos más seguros, que la gente pide el castigo en automático, pero no piensa en el efecto de eso.
En los hechos, ningún castigo es efectivo para que la gente deje de cometer delitos. Lo saben todos, pero sabiéndolo los políticos siguen con el choro de acabar con la impunidad. En realidad, la impunidad nace en la miseria y, paradójicamente, los pobres llenan las cárceles y las funerarias.
La Constitución lo dice: el Gobierno debe garantizar una vida digna. La impunidad está, en todo caso, en el Gobierno que no cumple con esa responsabilidad. En ese sentido, la primera injusticia no es el delito; la primera injusticia es cuando una persona no tiene una vida digna como lo establece la Constitución y, después la otra segunda injusticia, es cuando otra persona, en las mismas condiciones de vulnerabilidad, se convierte en víctima.
Para ir cerrando. En cualquier Gobierno es plausible escuchar, pero es más efectivo ponerse a trabajar sin usar la política del choro. La gente votó para ver resultados, no para escuchar más discursos.
Quiero cerrar dándole una pista a los dirigentes del nuevo Gobierno y sus detractores: todo está en la Constitución, no hay que inventar nada, es necesario ajustar algunas cosas, pero el gran pacto social sigue ahí, no se ha modificado. Lo que México necesita es que se pongan a trabajar.

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