Opinion

De política y cosas peores

Armando Fuentes

2016-07-25

¿A dónde irá el viajero que no mire un prodigio? Anota en su libreta lo que ve, como un escolar, a fin de no olvidar lo visto. Pasan los años -los años ¡cómo pasan!-, y en las horas vacías el peregrino saca esas libretas. Las hojea, y al ojearlas le llegan recuerdos que más parecen de sueños que de viajes. Lo que hoy narraré es uno de esos recuerdos. O uno de esos sueños, no sé. Con el tiempo acabamos por no saber si nuestros recuerdos son sueños que soñamos o nuestos recuerdos son memorias de pasados sueños. Compartiré hoy contigo la memoria de ese sueño, o el soñar de ese recuerdo. Este pueblo español se llama Naves. Padrón de Naves. El historiador local, que es profesor y se parece a don Jacinto Benavente, dice que se debe pronunciar "Navés". "¿Por qué decir 'Naves' -pregunta-, si el mar está a 100 leguas de aquí? Es Navés". Naves -Navés- se encuentra en la montaña. Decir montaña es decir Asturias. "Peñas arriba", por don José María de Pereda. ¿Cuántos habitantes tiene Padrón de Naves? Cuando el viajero estuvo ahí -de esto hace medio siglo- tenía mil 500. Ahora quizá tenga menos, pues la comarca se ha ido despoblando por la emigración. A lo mejor ya ni existe ese pueblo. La patrona del lugar es, o era, Nuestra Señora de la Leche. Yo he visto en algún convento mexicano la imagen de esa Virgen. En el cuadro -insólita pintura- María oprime uno de sus divinos senos, descubierto, y de él sale un chorro de leche como un reguero de pequeñísimas estrellas que van a dar a la boca abierta de un boquiabierto santo que no sé qué santo sea. El Niño, en brazos de su Madre, sonríe divertido al ver aquello. Algún mariólogo conocerá la historia de esta advocación. Yo la he buscado inútilmente. Pues bien: en Padrón hay un festival que llaman "de la Leche". Tiene raíces medievales esa fiesta; algunos dicen que viene de tiempos anteriores a nuestra era. Lo peculiar de esa celebración es que sólo la gente del pueblo puede asistir a ella: ningún visitante es admitido. Uno que cierta vez quiso acercarse recibió tal paliza que lo dejó sin ganas de volver. Se explica tal reserva: en la fiesta se trata de escoger a la doncella que, según indicios conocidos por las matronas del lugar, será la mejor lactante cuando se case y sea madre. Acuden todas las muchachas que ese año han llegado a los 18, y desfilan ante los vecinos -mujeres, hombres, niños- con los senos al aire. Un jurado que forman las mujeres de más edad y de mayor sapiencia las examina; las sinodales miran y palpan los expuestos bustos, deliberan, y al fin atribuyen el premio a la que juzgan con más potencial lácteo. Rara vez gana la más tetona (con perdón sea dicho), pues no siempre el tamaño del envase corresponde al contenido. No hay premio para la ganadora, sólo la expectativa de conseguir marido con más facilidad. A los varones se les permite ver, pero no tocar. Eso está prohibidísimo, lo mismo que cualquier falta de respeto. A fin de prevenir un desacato se pone siempre al frente, a modo de advertencia silenciosa, un frasco de vidrio que el resto del año permanece oculto en una caja custodiada por el concejo municipal. Contiene ese frasco un líquido amarillento en el cual nada un trozo de algo informe y blanquecino. ¿Qué es eso? Son los testículos de un hombre que, ebrio, se atrevió a manosear los senos de una de las mozas. El pueblo, enfurecido, le aplicó el bárbaro castigo de la mutilación, y la reliquia, guardada desde tiempo inmemorial, sale a la luz cada año como eficacaz admonición. El viajero tomó estas notas de una de las libretas que guarda en su cajón. En esas libretas, lo dijo al comenzar, hay recuerdos que más parecen de sueños -de muy extraños sueños- que de viajes. FIN.

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