Opinion

La ruleta del perdón

Luis Froylán Castañeda/
Analista político

2016-07-23

Los críticos de Peña Nieto ven su solicitud de perdón hueca, mera palabrería, tardía y por lo mismo falsa. La vocería a favor de López Obrador lo desacredita por la más reciente demanda contra Carmen Aristegui, diciendo que por una parte el presidente pide perdón y por otra carga contra la periodista que desató el escándalo de la casa blanca.
En cualquier país de leyes, agregan, al perdón le seguiría una investigación y el presidente arrepentido debería renunciar al cargo, como muestra de su sinceridad. Ajá, ni que la política fuese de ángeles. Falso, en ningún país del mundo los gobernantes se inmolan, al contrario todos hacen hasta lo imposible por mantener sus muertos en el armario.
Sin embargo en algo tienen razón, el perdón por sí mismo es insuficiente, sería como una confesión sin propósito de enmienda y eso ni la Iglesia Católica lo admite. Para que sea sincero debe acompañarse de acciones purificadoras.
Provistos del sofisma puritano, la vocería de López Obrador se equivoca, como siempre, en lo fundamental: ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Tampoco la última demanda contra Carmen Aristegui es el punto, así se trate de una persecución de estado, el sustento es la transparencia y la rendición de cuentas. La persecución habría que condenarla y solidarizarse con la comunicadora, pero dado su periodismo militante, lo correcto es que se rasque con sus propias uñas.
Pedir a un presidente que se inculpe a sí mismo es un exceso de puritanismo.
Nadie lo hace, si usted pregunta a un niño de 5 o 6 años ¿quién fue?, responde sin pensar “yo no” aunque no sepa de que se trate le pregunta, por instinto se protege con la negación.
Es lo que hace cualquiera, primero niega y cuando no puede más se justifica hasta que termina pidiendo disculpas. Así sucedió con Peña Nieto, primero trivializó el tema, después hizo un infantil intento de explicación, luego pretendió limpiarse con la risible investigación de Andrade, hasta que los electores le abrieron los ojos el 5 de junio, obligándolo al histórico perdón.
A diferencia del niño que responde “yo no”, Peña es presidente de un país con 120 millones de habitantes, el décimo quinto en la economía mundial. Hay quienes insistente en pintarnos de ínsula bananera, pero la realidad es que estamos mejor que la gran mayoría de los países en el mundo, sólo que nos comparamos con el Imperio del poderoso vecino.
En su calidad de Jefe de Estado el perdón es insuficiente, para darle credibilidad necesita arroparlo con acciones específicas contra la corrupción y aquí no se vale eso de que “la corrupción somos todos”, hay que poner nombre y apellido, ubicarla donde quiera que esté.
Con Peña Nieto no se sabe, reacciona tan lento que desespera, por eso el estribillo “no entiende que no entiende”. No obstante su pasmosa pasividad, supongo que los detractores de su gobierno se apresuran, tras ese discurso habrá consecuencias, de otro modo no se hubiese desecho de su amada casa blanca.
El presidente pide perdón por la percepción que produjeron sus actos, no acepta como tal un error ni mucho menos un delito, se disculpa por lo que la gente pensó de la casa.
Aun así, arrepintiéndose de las consecuencias y no del hecho, es mucho lo que hace, ningún presidente de la república se había parado frente a la nación a pedir reiteradamente perdón y vaya que hacer una lista de agravios presidenciales al pueblo de México, ocuparía un tomo como la sección amarilla.
Hace apenas dos años los iconos de la corrupción eran Rodrigo Medina y Guillermo Padrés, de Nuevo León y Sonora. Antes de ellos los señalados eran Humberto Moreira, Andrés Granier y Arturo Montiel. La lista es larga, sólo presento botones de muestra.
De los cinco sólo Granier está detenido, Moreira recibió un susto en España, pero casi le pidieron perdón por detenerlo unos días y Montiel sigue activísimo en Atlacomulco. Rodrigo Medina continúa jugando golf con Peña Nieto y el Bronco que prometió llevarlo a prisión hoy se bate en sus propia impericia. De Padrés y su enorme presa nadie habla hoy en día, ni la gobernadora priista que llegó al cargo prometiendo que lo metería a la cárcel.
Salvo excepciones que sirven de catarsis social, como las de Granier, todos están protegidos por el gran pacto de impunidad cuyo manto cubre a la poderosa clase política del país, con independencia del partido al que pertenezcan, la impunidad los une.
Puesto en la dinámica de la transparencia y la rendición de cuentas, el gran reto de Peña es sacudir, aunque sea someramente, ese pacto perverso que solapa las fechorías de la intocable clase política mexicana. Le palpó el escroto al ogro, mínimo obliga darle una sacudidita.
Mientras está de moda el Sistema Nacional Anticorrupción y frescas las apelaciones del perdón presidencial, la gente espera algo más que acciones catárticas como las de Granier.
No es que se trate de un borrón y cuenta nueva del tipo hoy somos más transparentes y honrados que los suizos, pero sí presentar hechos que doten de credibilidad al mea culpa de Peña.
Cada sexenio deja una comalada de nuevos millonarios, solían decir los panistas hasta que los nuevos millonarios fueron ellos, de modo que hoy guardan silencio al respecto. Tienen sus propias comaladas.
Las de hoy están descritas en las redes sociales, de esa fuente inagotable de información surgen los nuevos prototipos de la corrupción gubernamental. Acabo de mencionar los últimos cinco, los actuales son César Duarte, Javier Duarte y Enrique Borge. No lo digo yo, es información de google.
Haga un simple ejercicio y ponga en el buscador más famoso o el que sea de su preferencia “los más corruptos”, y encontrará que mero arriba aparecen esos tres nombres.
En cuanto al gobernador local, César Duarte, está hoy como hace un año Rodrigo Medina y Guillermo Padrés, señalado por Javier Corral como encarnación de la corrupción, lo que El Bronco y Pavlovich dijeron de sus antecesores. Como ellos, Javier ofreció llevarlo a prisión y por eso la gente votó por él.
Como está visto, esas bravuconadas no son garantía de nada, una cosa son los señalamientos de campaña, el discurso público y otra demostrar en los tribunales responsabilidades constitutivas de un delito. Serán corruptos, no son pendejos.
Por más convencido y dispuesto que esté Javier Corral en su idea de poner a Duarte en la cárcel, no hay garantía de que lo haga. No porque le falten ganas o elementos, sino por el pacto protector del que hablaba hace rato.
El problema de Duarte no es Corral, sus apologistas enfocan más la defensa, su verdadera dificultad está en el mea culpa de Peña. ¿A quién o quiénes eligieron los asesores del presidente para entregarlos como ofrenda al ciudadano sediento de sangre?
Los gobernadores de la pasada elección están fuera de radar, de los anteriores el castigado fue Granier, de Elba Esther ya nadie habla, los moches Madero quedaron sepultados por la puritanería panista, Peña entregó su casa y pidió perdón, los que están llegando todavía no empiezan a robar.
¿Sobre quiénes irá el Sistema Nacional Anticorrupción? Es la pregunta que se deben hacer los tres gobernadores señalados y la respuesta está en ellos mismos, solo necesitan percatarse con sinceridad de si sus aliados les siguen respondiendo el teléfono, si los reciben donde antes no necesitaban cita, si los amigos empiezan a ocuparse o permanecen disponibles, si los resortes del poder siguen operando con la misma facilidad que antes. Ellos tienen esas respuestas.
Los imagino angustiados, es difícil pasar de un día para otro de ostentar todo el poder durante seis años, a la incertidumbre de qué será de sus vidas, ya no con su futuro político, con sus vidas.
Qué weba, en mal momento a Peña se le ocurre arrepentirse por la casita que regaló a su señora esposa, lo que han hecho todos los presidentes posrevolucionarios sin despeinarse, y encima firmar un Sistema Nacional Anticorrupción que pronto pasará de moda, pero en el ínter reclama víctimas.
En el juego de la ruleta rusa ¿a quién lo espera la bala? Ay nanita, los que compraron boletos deben sentir escalofríos.

Lavisiondeluisfroylan.com

X