Opinion

Nuestra mejor defensa contra los terroristas

Editorial del New York Times

2016-07-15

Nueva York– La manera en que reaccionamos al terrorismo se ha convertido en una medida para saber quiénes somos, como individuos y como sociedad. No se sabe aún si la trágica masacre en Niza, Francia, fue el trabajo de un “lobo solitario” o de una red terrorista, pero en cierta manera, eso no importa. Cada nuevo ataque, cada nueva convulsión de miedo, horror, tristeza e ira es una prueba cada vez más progresiva impuesta al compromiso de toda civilización tolerante hacia sus valores más esenciales.
Mohamed Lahouaiej Bouhlel, el tunecino de 31 años que manejó el camión sobre una festiva multitud que celebraba el Día de la Bastilla en el paseo costero de Niza, bien podría haber estado vengando algún agravio personal con el arma que tenía más a la mano. O podría ser que el EIIL (Estado Islámico de Iraq y el Levante) o alguna otra organización terrorista lo hubiera obligado a cometer esta atrocidad, poniendo en la mira a Francia –el país con la más grande población musulmana en Europa y con las más fervientes tendencias hacia el secularismo– por tercera ocasión en 19 meses.
Pero quien quiera que haya sido el responsable del ataque, cualquiera que haya sido su malévolo propósito, la respuesta no puede llevarnos al abandono del respeto por los derechos humanos, la igualdad, la razón y la tolerancia, valores a los que aspira toda cultura democrática.
Aunque se ha convertido casi en un cliché argumentar que la meta de los terroristas es rebajar a sus víctimas a su nivel moral, es también una verdad, y debe ser reafirmada después de cada ataque.
Eso fue lo que el primer ministro francés, Manuel Valls, hizo tras el ataque, advirtiéndole a Francia que tenía que aprender a vivir con el terrorismo. Valls declaró que la única respuesta digna era que los franceses se mantuvieran fieles al espíritu del 14 de julio, “lo cual significa que Francia debe permanecer unida en torno a sus valores”.
Eso no quiere decir que los líderes políticos no deban tomar acción alguna. Valls y el presidente, François Hollande, no pueden ser culpados por asumir, inmediatamente después del violento ataque, en tan excelso día, que había sido un acto terrorista, ni por extender el estado de emergencia –una medida que le otorga a la Policía poderes extraordinarios para buscar y detener a terroristas sospechosos– por tres meses más. A tan sólo horas antes de la masacre, Hollande había aclarado que el estado de emergencia no podía convertirse en una situación normal: “Eso sería como decir que ya no somos una república con leyes que son aplicables en todas las circunstancias”, según estipuló.
No es sorpresa alguna que el Frente Nacional, el partido de derecha que se nutre de la aversión a los inmigrantes musulmanes, reaccionara de manera desdeñosa a estas declaraciones. “Ahórrenos la indignación de los buitres de los partidos principales que dejaron entrar a estos lobos para cometer esta matanza”, según declaró Eric Domard, asesor de alto rango de la líder del Frente Nacional Marine Le Pen.
Más deshonrosa y aterradora aún fue la reacción de Newt Gingrich, el expresidente republicano de la Cámara de Representantes y un posible secretario de gabinete si Donald Trump ganara la presidencia. Gingrich propuso que toda persona “que tiene un pasado musulmán” sea interrogada para saber si es partícipe de la ley Shariah, y que aquellos que la apoyan sean deportados. También sugirió que las mezquitas en Estados Unidos sean monitoreadas.
Aparte de que Gingrich demostrara tener una lamentable ignorancia del Shariah, sus escandalosas propuestas violarían varios fallos de la Suprema Corte, enmiendas constitucionales y leyes que prohíben la discriminación en base a la religión o restricciones de libertad de expresión y de culto. Y al hacer tal cosa, sus ideas ilustraron la más grande amenaza impuesta por el terrorismo: un descenso hacia la anárquica y odiosa demagogia de aquellos que detestan a Occidente y sus valores.
Tal como Valls y muchos otros han advertido, habrá más ataques terroristas. Más vidas inocentes se perderán. No hay manera de que la Policía pueda encontrar a todo potencial asesino vengativo o de lograr neutralizar todo tipo de arma, tan común como lo puede ser un camión. Lo que las naciones amenazadas y sus líderes pueden hacer es inculcar firmemente la idea de que la única defensa segura es mantenernos fieles a los ideales de una sociedad democrática.

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