Javier Cuéllar
2016-06-28
La elección ya pasó y está definida con extrema nitidez. Ahora sigue el trabajo de gobernar dos instancias públicas –Estado y Municipio– que les están dejando al borde de la bancarrota, si no es que en plena quiebra y las descaradas trampas administrativas que les están sembrando por doquier sus antecesores. Por ejemplo, El Diario de Juárez ha publicado la nota de que por lo menos 34 jubilaciones juveniles e improcedentes se encuentran en trámite para dar la bienvenida a la nueva Administración municipal del señor Armando Cabada, con un cúmulo de deudas artificialmente confeccionadas para agravar la pesada carga financiera que representa el despatarrado fondo de pensionados y jubilados del Gobierno municipal.
Tan sólo en este renglón el señor Armando Cabada va a encontrar una infinidad de problemas que le van a sacar canas verdes, porque todo ahí es mañosada, favoritismo obsequioso y corrupción.
Si se propone analizar todos los expedientes de todos los jubilados se va a encontrar que es raro el proceso de jubilación que estuvo y está apegado a un recto criterio y a la ley (que es la primera que resulta absurda y antinatural). Para cortar por lo sano pudiera dar de baja a todos de un jalón y luego comenzar a estudiar de uno por uno, pero eso le va a acarrear durísimos problemas.
Aquí lo que se requiere es decretar constitucionalmente la autonomía y la autarquía del fondo y dejarlo en manos del sindicato para que lo acabe de quebrar, deslindando a la autoridad municipal de toda relación con ese mamotreto venero de corrupción y barril sin fondo que no tiene llenadera.
Paralelamente crear un nuevo fondo con reglas sanas para los empleados que quieran incorporarse a él, pero para eso va a requerir la ayuda del Congreso del Estado y para granjearse las voluntades de los diputados va a requerir de grandes dotes de liderazgo, de voluntariado de activistas populares que no se van a lograr desde la torre de la soberbia. Va a requerir mucha comprensión y toneladas de buena voluntad tan sólo para el arranque de su administración porque habrá muchas promesas que no podrán cumplirse con los recursos siniestrados que le deja la actual administración.
Por su parte el señor Javier Corral no se encuentra en un lecho de rosas, el hecho de que el Congreso le haya diferido el pago de las amortizaciones de la deuda pública es tan sólo una medida que de suyo le acarrea pagar más intereses pero no le cancela la deuda ni tan siquiera en una mínima parte, por el contrario, se la incrementa.
En estas circunstancias, el gobernador electo, cuando tome posesión, va a tener que poner su mejor cara para explicarle a la comunidad chihuahuense las razones por las que sus promesas de campaña, incluida el aprisionamiento del actual gobernador, no serán posibles.
Lo más fácil será arrojar la culpa del fracaso administrativo al anterior mandatario y creo que esa muletilla le funcionará si acaso unos 100 días, pero concluida esa luna de miel, las cosas no se compondrán y las urgencias y reclamos de cumplimiento de las promesas de campaña se tornarán más apremiantes.
Aquí ambos mandatarios tendrán la necesidad de la paciencia, la comprensión y el apoyo de todos los chihuahuenses, aún de los que no les dieron sus votos, para que les den chance de encontrar las soluciones al crucigrama que ambos heredarán de las actuales jefaturas.
Tal vez ahí comprenderán que, al votar por ellos la ciudadanía no les dio un cheque en blanco y que el hartazgo hacia el PRI, al que se han referido con mucha frecuencia, no es solamente al PRI sino a todos los políticos en general en cuyo gremio ahora ellos también están incluidos y deberán aprestar su ánimo a escuchar ácidas críticas porque “Cuando alguien asume un cargo público, debe considerarse a sí mismo como propiedad pública” (Tomas Jefferson), y deberán también comprender que el revés que le dio al PRI la comunidad no fue “Un quítate tú para ponerme yo”. Como dijo José Martí: “Porque cuando la política tiene por objeto, bajo nombres de libertad, el reemplazo en el poder de los autoritarios arrellanados por los autoritarios hambrientos, el deber del hombre honrado no será nunca, ni aún con esa excusa, el echarse a un lado de la política, para dejar que sus parásitos la gangrenen”. Dejemos pasar esos cien días.