Opinion

De política y cosas peores

Armando Fuentes

2016-06-27

Eran dos hermanas, y las dos estaban locas. Pienso que la locura les vino por el lado de su padre, el doctor Guty. Así le decían porque se llamaba Augusto. Tenía extrañas ocurrencias: afirmaba que era la reencarnación de un emperador  romano, y una mañana salió a la calle en cueros, envuelto en una sábana y con una corona hecha con una rama de laurel que cortó en el camellón. No tuvo hijos varones, pero narraba que en la noche de bodas le hizo el amor a su mujer con tal vehemencia que a los nueve meses justos ella dio a luz mil niños, todos hombrecitos, cada uno del tamaño de un frijol. Por desgracia ninguno sobrevivió. Cuando alguien le preguntaba a la señora si eso era cierto respondía: "No digo que no, para no ponerme en mal con mi marido; ni digo que sí, para no ponerme en mal con la verdad". Las hijas del doctor se llamaban Goreti y Magdalena. Goreti era muy alta y muy delgada, como su padre; moreno el rostro y avinagrado el gesto. Los muchachillos del catecismo la apodaron "La escoba". Magdalena era bajita y regordeta, igual que su mamá; de tez clara, cabellos rubios y expresión risueña. Los viejos de la calle la llamaban "La coquena", pues caminaba meneándose, con pasitos cortos como de gallinita o codorniz. Goreti era muy de iglesia. Oía dos misas diarias, y tenía a su cargo el rezo del rosario de la tarde. Fue secretaria perpetua de las Hijas de María; llevaba siempre al cuello la Medalla Milagrosa y el escapulario de la Virgen del Carmen. Organizaba la procesión de Señor San José, patrono del pueblo. En Navidad ponía en su casa un nacimiento que todos visitaban, pues cada año le añadía figuras, ya de cera, ya de barro, y nuevos escenarios sobre las profecías del Antiguo Testamento. La vez que puso el paraíso terrenal vistió a Eva de señora, y de señor a Adán, pues las hojas de higuera que llevaban en las partes no le parecieron suficiente cobertura. Su hermana Magdalena era otra cosa. De muchacha fue alegre y muy simpática; tenía bonita cara y atractivo cuerpo. Su carácter jovial la hacía agradable a todos. Nadie se explicaba por qué no se casó. Quizá no le gustó el matrimonio. Lo que sí le gustó fue la pachanga. Ya de grande le dio vuelo a la hilacha. Anduvo con Pedro, Juan y varios -con bastantes varios-, y si no tuvo familia fue por puro milagro celestial. Era el escándalo del pueblo. Cuando salía a la calle pintada como coche y con vestidos estridentes y ajustados, medias de malla, zapatos de tacón aguja y ajorca en el tobillo, las señoras se cruzaban a la otra acera para no darle el saludo. Murió el doctor Guty, y poco después falleció también su esposa. Hubo quienes dijeron que los dos murieron por la pena de tener una hija así. Como Magdalena, digo. Quedaron las dos hermanas solas en la casa grande. Y sucedió algo extraño. Al poco tiempo ambas empezaron a dar muestras de locura. En el catecismo Goreti les dijo a los niños -y a las niñas- que Eva había sido una puta, y Adán un pendejo y un cabrón. Con esas palabras se los dijo. Por su parte Magdalena se salió una vez de su casa a media noche, descalza, en camisón, y fue a tocar con fuertes golpes a la puerta de la iglesia pidiendo que se la abrieran para pedir perdón por sus pecados. A Goreti le dio por pintarse como prostituta; con agua oxigenada se tiñó el pelo de rubio. Iba por calles y por plazas meneando el trasero y sonriéndoles provocativamente a los pelados. Magdalena se cosió ella misma un hábito de monja; a la hora de la misa se plantaba frente al altar, los ojos y los brazos en lo alto, como en arrebato místico. Los vecinos decían que en la noche Goreti gritaba a voz en cuello: "¡Quiero un hombre!", y Magdalena gemía: "¡Perdón, Señor, perdón!". Qué cosas tan raras tiene la locura. FIN.

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