Opinion

Preservar la paz

Javier Cuéllar Moreno/
Analista político

2016-06-25

El logro del que más se puede vanagloriar el régimen del licenciado César Duarte Jáquez en unión con el pueblo chihuahuense, es el haber traído a nuestra sociedad la paz. Tras cuatro años de una violencia desmedida –entre 2008 y 2011– el esfuerzo conjunto consiguió que las calles y los espacios públicos volvieran a la ciudadanía, porque bien lo dijo Amado Nervo: “Hay algo tan necesario como el pan de cada día, y es la paz de cada día; la paz sin la cual el mismo pan es amargo”. Dados los últimos acontecimientos escenificados el miércoles, donde el rompimiento de la paz pública fue del corte amotinado en la ciudad de Chihuahua, esta tranquilidad que todos añoramos y construimos con largo tiempo y esfuerzo, se rompió con los disturbios lapidarios que se organizaron contra el edificio del Palacio de Gobierno estatal.
Todo partió de una convocatoria lanzada por un grupo político denominado Unión Ciudadana, al que pertenecen dos que tres personajes íntimamente ligados al gobernador electo Javier Corral Jurado.
Cualquiera que sea la relación que estos individuos tuvieron con los actos vandálicos perpetrados el miércoles contra el Palacio de Gobierno, es claro que se está vulnerando un bien precioso para la sociedad chihuahuense: la paz. Y con el recuerdo aún vivo de las penurias y momentos de gran consternación que vivió el pueblo de Chihuahua en el pasado reciente, se ha expandido el temor de que la paz se encuentre, de nuevo, a punto de quiebre. Y ése es un lujo que no podemos darnos porque compromete el presente y el futuro de nuestra sociedad.

Consecuencias de la guerra sucia
Estos actos violentos son la consecuencia lógica del encono que generaron algunos segmentos de la guerra sucia perpetrados en las pasadas campañas políticas, donde los participantes se insultaron a más no poder, más en las redes sociales que por su relativo anonimato se prestaron mucho para los ataques más bajos.
Lógicamente se abrieron heridas que tardarán mucho en sanar y algunas cosas no se reconstruirán del todo. Tal parece que la impugnación de la elección realizada por el PRI hace pensar a los grupos coaligados de los ganadores que se necesita realizar una demostración de fuerza agresiva para sembrar un terror disuasivo, aun a costa del rompimiento de la paz pública. Nada más equivocado que esto.
Tras observar las desbordadas protestas de la mitad de semana, nos hacemos unas preguntas: ¿Qué hubiera pasado si el licenciado Corral hubiera perdido el 5 de junio? ¿Se hubiera incendiado el estado? ¿Sus simpatizantes hubieran multiplicado el ardor observado el miércoles? Pero como bien cita el dicho común, el hubiera no existe más que como una construcción mental. El hecho tangible, concreto, patente, es que el entonces candidato panista ganó la elección y la ganó a la buena, por la vía democrática, por el camino de la participación ciudadana, y la diferencia de votos obtenidos en todo el estado en relación con los conseguidos por los otros aspirantes, le garantizaron esa victoria.
¿Por qué señalamos lo anterior? Porque una impugnación legal contra un triunfo conseguido en las urnas no debe provocar situaciones de violencia que se escapen de control como la sucedida el miércoles. Las impugnaciones se dan en todo los países democráticos, y en México recurren a ellas todos los partidos y ahora hasta los candidatos independientes. Son recursos legales que se llevan su tiempo. Que hay tensión en la espera, por supuesto que la hay, sobre todo después de un proceso electoral tan enconado como el que acabamos de pasar. Sin embargo, cualquiera que sea la naturaleza del origen de los distintos grupos políticos en disputa, es evidente que la paz debe salvaguardarse a toda costa porque somos nosotros mismos y nuestras familias quienes seguiremos viviendo juntos en las diferentes comunidades del estado de Chihuahua, y en un mal momento, todos podemos pagar el precio de la pelotera política devenida en violencia.
Si se avalaran esas acciones, ¿para qué queremos entonces los procesos democráticos, para qué la participación de la gente en las urnas?
Sorprendentemente, el gobernador constitucional Duarte y el gobernador electo Corral Jurado se inculpan mutuamente de atizar el motín en el que participaron personas sureñas, cuya presencia en Chihuahua debería explicar la autoridad judicial tras las detenciones que realizó. Pero es evidente que a través de los numerosos videos que circularon todo mundo en Chihuahua vio a los señores de Unión Ciudadana y compañía en esos hechos vandálicos y sus antecedentes de borloteros son muy claros, como lo es su cercanía a nivel de capitanes con el gobernador electo Javier Corral Jurado. Este último alega que las huestes fueron infiltradas por gente del gobernador para desbordar los disturbios. ¿Quién tiene la razón? ¿Con agitadores traídos exprofeso del sur del país?

Discernir entre las amistades
No, don Javier, bien lo dice la canción: “Te engañaron tus amigos, te extravió la mala gente, llenando tu pobre mente de orgullo y vanidad”. Es claro que el gobernador electo debe deslindarse y hasta retirarse de ese grupo que lo único que le aportará, según se ha visto, será dolores de cabeza, porque con ellos a su lado le será difícil gobernar.
Con esas acciones de tipo guerrillero queda claro el porqué algunas personalidades al interior del PAN y en algunos círculos empresariales están preocupados por esas “nuevas” amistades del señor Corral. Cuando el ahora gobernador electo incorporó a su séquito de amigos a los trotskistas que son muy afectos a la solución guerrillera, debió pensar en la idea de Benjamín Franklin que nos dice: “La zorra cambia de pelo una vez al año pero de mañas nunca”. Ahí están las consecuencias y las cosas se pueden agravar.
Cuando don Javier sea gobernador en funciones, ¿qué pasará si el Gobierno federal no le aporta algo que haya solicitado o que incluso le corresponda al estado en condiciones de equidad? ¿Qué sucederá si no le concede a ese grupo todo lo que haya exigido o negociado? ¿Le incendiarán el estado? ¿Le destruirán el Palacio de Gobierno? ¿Le desestabilizarán la paz social?
Sí, es cierto, ese grupo le ayudó a impulsar su candidatura y lo apoyó en su campaña, pero no es el que le dio el triunfo en las urnas al señor Corral. El panista ganó por el hartazgo de los ciudadanos chihuahuenses hacia el PRI, que ahora da patadas de ahogado con esa impugnación, así como por el voto de los jóvenes que sufragaron por la necesidad de un cambio, ya que ellos no han conocido la alternancia.
A don Javier le debe caer el veinte de que ya es gobernador electo, de que será gobernador constitucional para todos los chihuahuenses y no sólo para unos grupos, de que debe sopesar a quién tener cerca y a quién darle las gracias y despedirlo, porque sólo afectará su imagen y su ejercicio de gobernar. No debe temer porque su triunfo es inobjetable y está en todo su derecho de exigir, dentro de los cánones de la legalidad, que se agilice el proceso de entrega-recepción.
El gobernador Duarte, por su parte, debe poner su animosidad al servicio del pueblo y de la paz, si bien es cierto que él en su momento recibió un estado incendiado por la guerra de Felipe Calderón contra casi todos los narcos, no menos cierto es que después de seis años y de tanto trabajo, no puede entregar igualmente un estado incendiado como Oaxaca o Guerrero.

Las negociaciones deben ser razonables
En este punto es necesario llamar a la prudencia a los líderes de los loteros de Ciudad Juárez que, últimamente y quizá con justa razón, se han estado manifestando contra la excesiva limitación de las importaciones de vehículos usados y han organizado airadas protestas contra el gobierno federal. Deben estar conscientes de que por aquí andan esos sureños extremistas y guerrilleros importados por los izquierdosos que, ellos sí, pueden infiltrarse en sus manifestaciones y provocar disturbios lapidarios como los escenificados en torno al Palacio de Gobierno de la ciudad de Chihuahua. Tronar la paz de nuestra frontera sería muy grave. Y que no se diga que son hechos que no se pueden prever; los sureños ya están entre nosotros, esperando el momento para hacer lo que ellos saben hacer.
Es urgente que el Gobierno federal atienda las justas demandas de los comerciantes de autos usados satisfactoriamente y es importante que los líderes de todos estos movimientos de protesta estén conscientes de que, si bien es cierto que tienen el derecho de manifestarse y expresar sus demandas en forma pacífica y respetuosa, no deben ser ni ingenuos ni maliciosos como para no prever las infiltraciones sureñas que actualmente padecemos. Pero el Gobierno federal no debe desentenderse de las justas demandas de los loteros porque adoptaría el papel de provocador.

Ni pedir de más ni ofrecer de más
La paz es, en sí misma, una riqueza básica de nuestra sociedad y se debe preservar a toda costa dentro de una actitud de diálogo bien intencionado, no con oídos sordos ni con actitudes de aferramiento que a nada conducen. El buen diálogo es la base del entendimiento de las personas educadas y debe darse con respeto y prestancia. Bien lo dijo ese famoso político español Adolfo Suárez: “El diálogo es sin duda el mejor instrumento para un acuerdo; pero hay una regla de oro que no se puede violar: no se puede pedir ni se puede ofrecer algo que no se puede entregar porque, en esa entrega, se juega la propia existencia de los interlocutores”.
Ni pedir de más ni ofrecer de más, los contratos y los acuerdos se hicieron para cumplirse y deben ser viables, es inmoral sentarse a la mesa de las negociaciones desde posiciones de fuerza amedrentando, ni tampoco con actitudes de mentira dando atole con el dedo a la gente.
Pedir la renuncia del gobernador es ocioso, regatearle el triunfo a Javier Corral es improcedente. El diálogo debe ser franco y sincero, con la animosidad de resolver los problemas porque en el terreno de los hechos ya sabemos que existen las macanas y las granadas de gases lacrimógenos, como también están las pedradas y las bombas molotov.
La sociedad chihuahuense no está hecha para eso, requerimos gobiernos sensatos y razonables y también ciudadanos respetuosos y con buen juicio.

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