Opinion

De política y cosas peores

Armando Fuentes

2016-06-24

Los años no pasan en balde: pasan en camión cisterna. Una mañana don Calendárico se vio al espejo y observó en su rostro los primeros estragos de la vejez temida que llegaba. Y no acabó ahí todo: por la noche los efectos de la edad se mostraron también en su desempeño conyugal. Se ha dicho que "miedo" es la primera vez que no puedes la segunda vez, y "pánico" es la segunda vez que no puedes la primera vez. Ni una cosa ni otra han experimentado nunca quienes tienen la fortuna de beber las miríficas aguas de Saltillo, pero don Calendárico no disponía de esas taumaturgas linfas, de modo que fue a la consulta del doctor Ken Hosanna, y el afamado clínico le recetó unas pastillas potenciadoras del ímpetu genésico. Le dijo que debía tomar una antes del acto, pero por si las dudas el senescente caballero apuró cinco. Esa noche esperó a que su esposa estuviese ya dormida. Luego, en la oscuridad del aposento, la despertó y le hizo el amor no una vez ni dos, sino tres veces. Al terminar el último episodio la señora encendió la luz y le dijo con asombro: "¡Te desconozco, Calendárico! ¡Hasta creí que era el compadre!". Bien hizo el Presidente Peña en atender el reclamo de los empresarios y poner veto, así haya sido parcialmente, al artículo 32 de la Ley de Responsabilidades Administrativas, cuya versión inicial fue desvirtuada, desleída y desnaturalizada -todos esos términos caben en la voz culterana "desmadrada"- por los legisladores. Estos señores dieron de madrugada un madruguete para cobrar risible venganza de los ciudadanos que impulsaron aquella ley a la que tanto temen quienes forman la casta política que padecemos. Aplaudí a los empresarios que mostraron su protesta en el Ángel de la Independencia, y aplaudo ahora al Presidente por haberlos escuchado. Aun así queda coja esa ley, por la supervivencia del artículo 29, impugnado también por la ciudadanía pues brinda indebida protección a los funcionarios por encima del espíritu original de la llamada Ley 3 de 3. Igual que los caciques de la CNTE luchan como gatos boca arriba por mantener sus ilícitas prebendas, quienes detentan poder se niegan a ver limitados sus cotos de corrupción e impunidad. Paso a paso, sin embargo, los ciudadanos van imponiendo su agenda a los políticos. Quizás llegará el día en que éstos aprenderán por fin que son servidores de la gente, y no sus amos. He cumplido por hoy la modesta misión que me he fijado, de orientar a la República. Puedo entonces dar salida a un chascarrillo final que mejore la temperie del país. El hijo de don Chinguetas llegó a la edad núbil. Su madre, doña Macalota, le pidió a su esposo que le hablara al muchacho acerca -dijo- "de las abejitas y los pajaritos". No pudo rehuir don Chinguetas ese deber de padre, de modo que llamó al chico a su despacho y tras cerrar la puerta lo hizo sentar frente a sí. Tosió para aclararse la garganta y luego le dijo nerviosamente: "Hijo: tu madre me ha pedido que te hable acerca de las abejitas y los pajaritos". "¿Por qué? -se desconcertó el crío-. ¿Qué hacen las abejitas y los pajaritos?". "Te lo diré -contestó don Chinguetas dispuesto ya a cumplir su obligación paterna-. ¿Recuerdas aquel viaje que hicimos tú y yo a Las Vegas, cuando tu mamá no pudo ir?". "Sí lo recuerdo". "¿Recuerdas a aquellas dos muchachas que conocimos en el casino del hotel?". "Las recuerdo bien". "¿Recuerdas que les invitamos unas copas en el bar, y después las llevamos a nuestro cuarto?". "Lo recuerdo". "¿Y recuerdas lo que ahí hicimos con ellas?". "Claro que lo recuerdo". "Bueno -concluyó don Chinguetas con un suspiro de alivio-. Pues más o menos eso es lo que hacen las abejitas y los pajaritos". FIN.

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