Opinion

Cabeza fría

Jesús Antonio Camarillo

2016-06-24

Una semana de disturbios, protestas, movilizaciones. Lo que menos quieren los chihuahuenses se hizo presente, en su punto más álgido, en el Palacio de Gobierno. Decenas de detenidos, policías estatales heridos, estructuras vandalizadas, embozados arremetiendo contra históricos inmuebles.
Ante tal estado de cosas, no deja de resultar paradójico que apenas hace unos días, el pueblo chihuahuense se volcaba a las urnas para influenciar, con su sufragio, la perspectiva de un cambio legitimado por la vía del vaivén mayoritario. De manera pacífica, los ciudadanos daban una vez más una muestra de la civilidad republicana de la que frecuentemente no gozan sus gobernantes.
En algún sentido, la lección democrática que impartió el pueblo de Chihuahua en la jornada electoral del 5 de junio, se puede mostrar como la antítesis de lo que se observó el miércoles en la capital del estado. Así, la postal de un electorado paciente, que esperó el momento propicio para ajustar cuentas mediante mecanismos institucionales propios de las democracias contemporáneas se puede oponer a la barbarie de quien, más allá de los fines que porta, recurre a la violencia para hacer notar su presencia y hacer valer sus exigencias o intereses.
Aquí, el deslinde de responsabilidades debe llegar hasta sus últimas consecuencias. Distinguiendo siempre, el derecho fundamental a la manifestación y a la protesta, de los arrebatos y el ejercicio de la violencia que se desplegó en los acontecimientos. Los manifestantes convocados, presuntamente por la “Unión Ciudadana” y sus líderes, están en todo su derecho de organizarse para encauzar sus objetivos sociales y políticos y dar voz e imagen al descontento popular, pero deberían estar conscientes de que los tiempos no necesariamente son los propicios.
Y ello es así porque la oposición logró lo que quizá ni ellos mismos se esperaban. Luego del triunfo, la gente cercana al gobernador electo debe empezar a pensar con la cabeza fría. Los ánimos y las diatribas propias de un proceso de campaña terminaron. Ahora, se debe pensar en el cómo y en el qué de la cosa pública. Si la protesta a la que se convocó tenía buenas intenciones, a estas alturas la opinión pública ya no se acuerda de ellas tras ver la serie de desmanes que se ocasionaron y que, afortunadamente, no derivaron en pérdidas de vidas humanas.
Con ello no quiero decir que estoy de acuerdo con las críticas excesivas que se hicieron a las cabezas visibles de la “convocatoria”. Por supuesto, me refiero a Jaime García Chávez y a Rogelio Loya Luna. Quizá ninguno de ellos imaginó que las cosas iban a terminar así. Realmente suena hasta irracional pensar que ellos estuvieron a punto de incendiar Palacio. Simplemente les faltó cautela.
Ambos estarán muy probablemente en alguna parte del entramado orgánico del gobierno de Javier Corral. Con las debidas proporciones guardadas, pero ambos, en términos generales, han sido congruentes a lo largo de sus trayectorias políticas. De García Chávez, un viejo lobo de la izquierda chihuahuense, se ha dicho ya mucho y no pretendo extenderme en la glosa de su perfil.
De Rogelio Loya se ha hablado bastante en esta semana. Casi casi es presentado como el hombre que armó el caos en la capital del estado. Y se ha dicho también que lo que busca a toda costa es que Corral lo voltee a ver para que lo contemple en su gabinete. La concepción que tengo es otra. Loya ha sido un soldado del PAN. Cuando otros han abandonado el barco, en tiempos de vacas flacas, él se ha mantenido en la institución. No comparto, para nada, su impronta conservadora y como tal, sumamente rígida y unívoca, en temas de la agenda democrática contemporánea, pero hay que reconocerle que ha sido congruente con una línea dentro del seno de su partido.
Me da la impresión que no necesita que el gobernador electo lo voltee a ver, más bien creo que Corral lo tiene presente. La relación amistosa entre ambos cruza ya por varias décadas. Javier Corral, Cruz Pérez Cuéllar y Rogelio Loya coincidieron en la escuela de derecho de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez al inicio de los noventa.
Como se sabe, la historia de Javier Corral con Cruz Pérez Cuéllar es una trama sin final feliz. La de Loya Luna con el gobernador electo, es una que tiene todavía capítulos por escribirse. Si aprende a actuar con la cabeza fría y no al borde de la emoción partidista, el epílogo pudiera ser cuando menos decoroso.

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