Opinion

La dignidad de un prisionero

Miriam A. Ornelas

2016-05-26

Hace cerca de diez años que Ciudad Juárez no ha disfrutado de un ambiente de paz chicha, de esa que recuerdan mis familiares más viejos con añoranza. Desde el 2007 fecha en que el ex presidente Felipe Calderón Hinojosa declarara oficialmente la guerra a los cárteles de la droga nuestra ciudad ha vivido en constante sobresalto y ahora, que las acciones de seguridad implementadas por el gobernador César Duarte están rindiendo resultados perceptibles y los índices de criminalidad han bajado proporcionándonos una paz muy respetable en comparación a como estábamos hace algunos 10 años, las autoridades tienen la brillante idea de trasladar a Joaquín Guzmán Loera al penal federal número 9 de esta frontera.
Con esta acción, que sólo se explica parcialmente si la verdadera intención del Gobierno mexicano es extraditar a los Estados Unidos a ese famoso prisionero, una cierta zozobra ha invadido a la ciudad por los cientos y cientos de efectivos de seguridad pública y del Ejército que se emplean para custodiarlo, para que no se les fugue en un reclusorio que, todos sabemos, no tiene las condiciones de seguridad que se requieren para retenerlo.
Algunos calculan que son poco más de trescientos mil pesos diarios lo que el Gobierno de México está gastando para mantener el blindaje de seguridad que se ha destinado a Joaquín Guzmán y como todo es pura especulación porque no se proporcionan datos ni exactos ni aproximados, aunque muchos piensan que se está erogando muchísimo dinero más sin que tal vez jamás podamos calcular la cifra exacta.
Si todo ese dinero que se tira materialmente a la basura se destinara a recomponer muchos de los baches que padece nuestra comunidad tal vez la obra ya observara un avance considerable, pero no, no sé a quién se le ocurrió la brillante idea de trasladar a este hombre a nuestra ciudad cuando estaba muy bien en la prisión del Altiplano, sin que costara tanto su encierro.
El día de ayer ha comenzado a correr el rumor de que “dijo mi mamá que siempre no”, que el señor Joaquín Guzmán Loera será regresado en breve al penal de Almoloya porque el proceso de su extradición se está demorando demasiado y parece que no tiene para cuándo fructificar en la entrega del requerido prisionero al gobierno de Estados Unidos. No se entiende para qué lo trajeron, si el proceso de extradición debe agotarse en la Ciudad de México y desde allá, de un solo tiro directo, montado en un avión del Ejército, ponerlo en las manos del imperio norteamericano que lo requiere con tan pocas ganas. ¿Para qué tanto gasto inútil?  Si el señor Joaquín Guzmán es efectivamente regresado a su prisión de Almoloya se habrá tirado a la basura una suma cuantiosa de recursos y esfuerzos que bien pudieron emplearse para un fin más urgente y no el turismo prisionero.
Como quiera que sea se corrió un riesgo que no se tenía necesidad y se puso en jaque a un buen número de elementos de seguridad pública con gran despliegue de equipo táctico sin ningún beneficio para nadie. Se dio un show inútil y peligroso. Lo cierto es que no tiene caso calentar en esta tierra por más tiempo a ese hombre que también ya requiere un compás de reposo y purgar en calma sus culpas, los delitos que tal vez haya cometido y que le prueben, no están sancionados con el tormento de no dejarlo dormir y tenerlo siempre con el alma en un hilo.
Si en realidad lo quieren juzgar por los delitos que le imputan, júzguenlo ya de una vez por todas y no lo traigan paseando de reclusorio en reclusorio exhibiéndolo como animalito de circo. También los delincuentes deben ser tratados con la dignidad que les corresponde y no abusar de su estado de postración porque eso no deja nada a nadie.
Es ridículo que se haya blindado su comida como si en medio de la chuleta de puerco o del puré le fueran a dar otra cosa que le sirviera para fugarse cuando en realidad sabemos que sus ansias de libertad personal, muy comprensibles, no le confieren más poderes que los que le pudieran dar un cañonazo de veinte millones de dólares contra las puertas de las prisiones de las que se ha fugado. Sin túneles, sin carritos de lavandería, sin otro acompañamiento que la codicia de sus custodios.

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