Opinion

La ilusión de la fuerza

Pascal Beltrán del Río

2016-05-24

Ciudad de México– Dos mil dieciséis está comenzando a reclamar un lugar en la historia como el año en el que la democracia y sus valores se pusieron en entredicho.
Si hacemos un rápido recorrido por el escenario internacional veremos el ascenso de la confianza pública en figuras que ofrecen un liderazgo fuerte y resultados inmediatos, así como la pérdida de valor de la institucionalidad democrática.
El mal humor social no es un fenómeno sólo mexicano sino también se presenta en varios países, donde el statu quo está sucumbiendo mientras emergen personajes que dicen representar nuevos tiempos y sobre todo nuevas formas de hacer política.
La democracia ha generado tal fragmentación de la sociedad en minorías –que reclaman todas sus derechos y, con ello, chocan unas con otras– que el bienestar de la mayoría ha quedado en entredicho.
Eso hace que la democracia sea percibida como un sistema ineficaz de conciliación de intereses y los ciudadanos volteen a ver a figuras que coquetean con el autoritarismo o, de plano, lo enarbolan.
El ejemplo más contundente de ello lo tenemos del otro lado de nuestra frontera norte, donde el aspirante presidencial republicano Donald Trump lleva meses rompiendo todas las reglas de la prudencia que suele caracterizar a la clase política estadunidense.
El empresario no ha tenido pudor en mofarse de minorías étnicas y hacer comentarios sexistas, sino además ha expresado que buena parte de su política exterior la hará abjurando de la apertura económica hacia el mundo, que ha propugnado Estados Unidos, y bombardeando a todo aquel que él considere una amenaza para su país.
Pero Trump no es un caso único de alguien que se vuelve popular mientras da rienda suelta a su talante autoritario.
El pasado fin de semana, los austriacos estuvieron a punto de elegir como presidente de esa nación a Norbert Hofer, político de extrema derecha.
El Partido de la Libertad de Austria (FPÖ, por sus siglas en alemán) habrá perdido esta vez las elecciones, pero sus ideas xenófobas avanzaron tanto en el contexto de la crisis antiinmigrante de Europa que el país ha quedado dividido en dos. 
En Filipinas, el mandatario electo del país, Rodrigo Duterte, hizo campaña prometiendo que mataría a miles de criminales para acabar con el problema de la inseguridad.
Duterte difícilmente bromea cuando dice eso. Siendo alcalde de la ciudad de Davao, se reportó la existencia de escuadrones de la muerte que ajusticiaban a presuntos delincuentes.
Cuando se le preguntó a Duterte si era cierto que él había mandado matar a 700 personas, dijo que no. La cifra, corrigió, era mil 700 y que a algunos de ellos los había matado personalmente.
En campaña, aseguró que en sus primeros seis meses de gobierno mataría a 100 mil criminales, cuyos cuerpos tiraría a la bahía de Manila para que engorden los peces.
Luego de que fue elegido Presidente, el 9 de mayo, le han salido imitadores. El alcalde de Cebú, una ciudad de 2.5 millones de habitantes, ofreció una recompensa en efectivo, equivalente a mil dólares, a cualquier ciudadano que mate un criminal.
Las críticas que la Iglesia católica filipina ha hecho contra Duterte le han valido amenazas del Presidente electo, quien juró desenmascarar la hipocresía de los jerarcas religiosos por tener amantes y autos regalados por políticos.
En Turquía se ha visto el ascenso de un presidente moderadamente islamista, Recep Tayyip Erdogan, que acaba de ordenar el cese del primer ministro del país para reemplazarlo por un aliado que le asegure la aprobación de reformas que expandirían los poderes de la Presidencia.
Y aunque en el referéndum que tendrá lugar en un mes los británicos no votarán por un nuevo líder, sí estará en la boleta la decisión sobre permanecer en la Unión Europea o abrazar el nativismo que, junto con el autoritarismo, está recorriendo el mundo.
A casi ocho años del estallido de la crisis económica mundial, la democracia de corte occidental y sus subproductos, la globalización y el multilateralismo, no han ofrecido salidas.
Por eso las soluciones que entrañan la fuerza por encima del debate comienzan a vislumbrarse como un espejismo para sociedades fragmentadas y ansiosas. 

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