Cecilia Ester Castañeda
2016-05-23
El presente déficit local de obreros representa una oportunidad única para replantear la relación de Ciudad Juárez con la maquila.
Después de 50 años la industria ensambladora sigue siendo, con mucho, la principal fuente de empleos en la frontera chihuahuense urbana. Sin embargo, la experiencia nos ha mostrado las dos caras de la moneda de depender a tal grado de la competencia global.
Se han creado decenas –cientos incluso– de miles de trabajos, se ha incorporado a nivel masivo la mano de obra femenina, los parques industriales han cambiado el trazo de la ciudad, las exportaciones han alcanzado cifras récord, se han introducido procesos tecnológicos de punta, se ha modificado la cultura laboral. La maquila ha constituido una nueva generación en los vínculos transfronterizos y ha mantenido en el juego del tablero económico internacional a Ciudad Juárez.
Pero, sin duda, también nos ha vuelto más vulnerables a los vaivenes externos. Hemos visto cómo los capitales extranjeros siguen la regla del mejor postor, dejando estelas de desempleo. A la contaminación del aire se ha sumado la industrial. Con una población en crecimiento constante se han exacerbado asimismo los problemas de vialidades, transporte y vivienda. Sobre todo, el modelo familiar se ha trastocado sin implementarse medidas de fondo en respaldo a esos hogares –muchas veces uniparentales– donde se está criando el grueso de los juarenses.
Por otra parte la generación de empleos no se refleja en el nivel de vida. Según expertos, más del 90 por ciento de las casi 250 mil personas que de acuerdo con el Inegi conforman la planta laboral de la maquila son operadores. Al pensarse a fin de atraer a empresas con domicilio fiscal y comercialización en otros países, el esquema de impuestos para la maquila aporta muy poco al erario. Lo anterior significa mínimo poder de compra capaz de derramarse a otros sectores de la economía fronteriza… así como escasas posibilidades de desarrollo colectivo.
Y la dependencia de Ciudad Juárez en la maquila va en aumento, dicen recientes notas periodísticas.
¿Vamos, entonces, a limitarnos a surtir de mano de obra barata a una industria para la que nuestra ciudad es un “centro de costos”? ¿Seguiremos estancados en un modelo sin calidad de vida? ¿Fomentamos una vez más la llegada de nuevos pobladores solos, sin ofrecerles servicios y escuelas, espacios de convivencia o –lo más importante– la oportunidad de brindar atención a sus hijos en un entorno seguro?
Afortunadamente, al parecer las empresas maquiladoras ya comprendieron las responsabilidades de traer ellas mismas a sus trabajadores. Reportes periodísticos indican una inmigración hormiga propiciada por familiares y amigos radicados desde hace tiempo en Ciudad Juárez. Esto, al menos, favorece una red estrecha de apoyo con cierta experiencia en los desafíos de adaptarse a vivir en la frontera.
Si los salarios los define la competencia, a la maquila le conviene analizar la razón de que decenas de miles de trabajadores juarenses prefieran la informalidad a encontrarse en la nómina de alguna de las 319 plantas ensambladoras locales, con todo y prestaciones y bonos. No es sólo cuestión de la rutina en una línea de montaje. Quizá tiene también que ver el hecho de sentirse dueño de su destino, la dignidad.
La iniciativa privada juarense, a su vez, necesita asumir el reto de competir con proveedores a nivel corporativo –los insumos locales bajaron más de un punto porcentual entre el 2014 y el 2015, según datos del Inegi– y de desarrollar una industria generadora de riqueza en la ciudad, como se dijo hace poco durante una cumbre de especialistas. Eso implica capital, cabildeo, gestoría y, más que nada, dirigir la perspectiva productiva hacia una mentalidad emprendedora.
Quiere decir asimismo reconocer la urgencia de reforzar cada parte de este barco en el cual viajamos juntos llamado Ciudad Juárez.
Sólo así se podrá mejorar la calidad de vida de los juarenses, de todos los juarenses.