Luis Froylán Castañeda/
Analista político
Chihuahua– La evolución política de toda sociedad es consecuencia de un cambio perpetuo, con avances y retrocesos pero siempre en movimiento. En ese trajín continuo hay momentos especiales que definen épocas, son amalgama de coincidencias y acontecimientos con fuerza y determinación suficiente para trastocar el rumbo de un país.
En la historia posrevolucionaria de nuestro país, uno de esos momentos sucedió entre 1988 y 1994. Fueron muchos los actores concurrentes del cambio concentrado en ese pequeño lapso de tiempo, arbitrariamente y consciente de ignorar a varios de primer orden, citaré sólo a cuatro: Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel Clouthier, Maquío, Carlos Salinas de Gortari y Luis Héctor Álvarez.
El mayor de esa época es Cuauhtémoc, a mí ver. Despojado del triunfo electoral por un burdo fraude sintetizado en la frase “se cayó el sistema”, se tragó la tentación de convocar a la insurgencia nacional, decisión que alejó al país en la antesala de otro movimiento armado. Desatendiendo consejos de exaltados que buscan el camino de las armas, Cuauhtémoc optó por las instituciones partidistas y formó el PRD.
Maquío fue la figura emblemática en torno al cual se agrupó la “otra oposición”, la derechista. Portentosa figura electoral que despertó el fervor de los panistas y ganó millones de votos para su causa. Desde aquella elección, la del 88, el país quedó electoralmente partido en tres, como sigue hasta la fecha, Maquío dio al PAN uno de los tercios. Muy pronto murió en un accidente sospechoso, supongo que de seguir vivo hubiese sido, seis años después, el primer presidente del PAN.
No son Cuauhtémoc ni Clouthier centro de la presente historia. Esta entrega pertenece a Luis Héctor Álvarez, uno de los chihuahuenses que más ha trascendido en la vida pública del país. Su historia, para bien o para mal, no puede ser contada sin Carlos Salinas de Gortari, autodefinido “El Villano Favorito”, uno de los presidentes más repudiados en el México posrevolucionario.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española no consigna la palabra “concertacesión”. La más parecida es “concertación”, definida como “acción y efecto de concertar”, en el entendido de que concertar es pactar. Y define pactar como “acordar algo entre dos o más personas o entidades, obligándose mutuamente ambas partes a su observancia”.
Aunque la Real Academia la tenga por ilegítima, los mexicanos encontraron una definición exacta para “concertacesión”. La entienden en dos sentidos: “aceptar triunfos electorales de la oposición a cambio del reconocimiento y legitimación del mandato” o “validación y reconocimiento de un triunfo electoralmente cuestionado, a cambio de recibir prebendas políticas, especialmente electorales, del gobierno legitimado”.
Es la misma definición vista en dos sentidos; la primera desde el gobierno agradecido, la segunda desde la oposición condescendiente. Esa palabra concentra hechos y acciones de dos sexenios superpuestos, el de Don Luis en la presidencia del PAN, de 1987 a 1993 y el de Salinas en el gobierno, de 1988 a 1994.
Durante el 86 el PAN se sintió robado en Chihuahua, en una campaña de trascendencia internacional, con la caída del sistema en aquella elección presidencial del 88, privaba en el extranjero un ambiente de fraude institucionalizado en México. En esa coyuntura Salinas tenía la necesidad de legitimar su gobierno dentro y fuera del país, en la que Don Luis encontró la razón para hacer crecer su partido.
Hasta la fecha los priistas de Baja California dicen que en 1989 perdieron la gubernatura ante Salinas, no con Ruffo. Están convencidos que el presidente, emanado de su partido, se las arrebató para agradar al PAN y a los Estados Unidos. Cuando era reportero en Novedades escuché varias veces el mismo argumento con Chuy Macías. Decían que había ganado con más holgura que Baeza, pero Salinas quiso entregar, por los mismos motivos de Baja California, la gubernatura a Barrio.
¿Fueron esos triunfos del PAN resultado de las dos primeras concertacesiones? La respuesta es intrascendente, se trata de leyendas que se tejen al ardor de la derrota. El caso electoral prototipo de las concertacesiones sucedió en Guanajuato, en 1991. Oficialmente Ramón Aguirre Velázquez ganó la elección a Vicente Fox, pero “descubrieron” financiamiento del gobierno estatal a favor del candidato del PRI.
Ya declarado Aguirre Velázquez gobernador electo, anularon la elección y entregaron interinamente el gobierno a Carlos Medina Plascencia, entonces presidente municipal de Guanajuato. Gobernó de 1991 a 1995. En lugar de organizar una elección rápida, pongamos un año, dieron cinco ¿Por qué tanto tiempo? Para evitar que Fox llegara al gobierno.
Fox ganó una diputación federal en la elección del 88, como diputado federal su mayor trascendencia fue colocarse una boleta electorales en cada orejas, denunciando el fraude y ridiculizando a Salinas, a quién llamaba sin recato el orejón. El agravio estuvo presente en la mente del presidente, de modo que tres años más tarde frenó su acceso al gobierno de Guanajuato, pero el PAN, con tal de no perder la gubernatura, se avino a la propuesta de poner a Medina Plascencia. La concertacesión prototípica.
Además de los pactos electorales, el acuerdo político observado voluntariamente por ambas partes incluía un amplio programa de reformas constitucionales, entre las que sobresalen los artículos 130, que restablecía oficialmente la relación Iglesia-Estado y el 127, decretaba el fin del reparto agrario, abriendo la opción para convertir propiedad ejidal en privada.
En las reformas el PAN y Salinas coincidieron plenamente, lo mismo sucedió con el programa de privatizaciones, entre las que sobresalen los bancos, Telmex y lo que hoy es T.V. Azteca. En el Congreso otro panista adquirió preponderancia insospechada, Diego Fernández de Cevallos, motejado el “jefe”, sus órdenes eran ley en la Cámara de Diputados, siendo el coordinador de la bancada panista. Un apodo que no perduró fue “ardilla”, decían que no salía de Los Pinos.
Don Luis y Diego sabían lo que hacían, su condescendencia tenía interés, en su mente estaba una reforma electoral que arrebatase a los gobiernos priistas el control electoral. Muchos líderes de oposición presionaron con el mismo propósito, no resto valor a ninguno, pero sin el PAN en oficio de “legitimador”, como lo veían sus detractores, las reformas electorales de Salinas jamás habían alcanzado niveles definitivos.
En 1990 nació el IFE, muy acotado por las presidencias de Fernando Gutiérrez Barrio y Emilio Chuayffet, dos prominentes miembros del partido hegemónico. Sin embargo los cambios legales estaban hechos, a pesar de las resistencias, con Salinas y Don Luis fuera de cuadro, 1997 José Woldenberg se convirtió en el primer presidente ciudadano del IFE. Ese año el PRI perdió por vez primera la mayoría en la Cámara de Diputados y tres años más tarde Fox llegaría a Los Pinos.
En los cimientos de ese cambio radical está la mano de Don Luis ¿Su política de “tolero y cedo pero avanzo” valió la pena? Personajes prominentes de la época como Pablo Emilio Madero y Jesús González Schmall, cabezas del Foro Doctrinario, pensaron que no y abandonaron el PAN. Fox no perdona que “lo hayan negociado” -¿Alguien lo vio el viernes en Chihuahua?- a pesar de que fue beneficiario directo de las reformas.
Por mi parte estoy convencido que los radicalismos políticos, donde quiera que estén y cualquiera que sea su justificante, son nefastos a toda sociedad. Alientan la confrontación hasta que terminan partiendo a la sociedad en buenos y malos. Las conductas conllevan odios, traiciones y deslealtades; alejan el progreso y denigran a las personas. Son las conductas de los dictadores.
En política jugar al todo o nada es desacierto; los profesionales saben que cuando se pierde no se pierde todo y cuando se gana no se gana para siempre. Encontrar equilibrios que permitan ceder y a la vez ganar; asumir compromisos sin perder la dignidad; negociar sin corromperse son signos de sabiduría política, lo que llaman sensibilidad.
A la distancia es claro que Don Luis tuvo, en esa coyuntura perturbada, la sensibilidad para avanzar y retroceder, ceder y obtener; reconocer sin comprometer la dignidad. Lo más fácil era sumarse a las olas de reproche y condena, moda del momento. Se contuvo, entendió la necesidad del oponente, aprovechó su debilidad y seis años después el PAN llegó al poder.
A los nuevos panistas les bastó sólo una década para echarlo a perder, es otra cosa. Quienes tejieron el camino a Los Pinos no podían anticipar que sus discípulos, indiferentes a la lucha, se corromperían con el poder.
Con todo, me quedó con el Don Luis de Chihuahua, el que a los 36 años desafió al sistema, cuando las represalias llegaban sin disfraz y eran para siempre; el que ilusionó al país en la campaña presidencial del 58; el que se puso a la cabeza de los chihuahuenses deseosos de un cambio en los ochentas, el que conmovió a la sociedad en la huelga del parque Lerdo.
¡Qué weba! Más que weba indignación. Reseñar trayectorias como la de Don Luis mientras los panistas de hoy se baten sin vergüenza en la misma corrupción y vicios antidemocráticos, que apenas una generación atrás fueron combatidos por sus mayores. Hoy mueren por la migajas del poder, por ellas pelean entre sí hasta fragmentarse, argumentando con cinismo de priista cincuentero que el fin justifica los medios. Dan pena.