Sergio Conde Varela
2016-05-19
Conviene que los juarenses y chihuahuenses, con motivo de la elección de junio del corriente año, sepamos distinguir dos clases de administración.
Una de ellas es la administración privada y la otra, la administración pública. Si no sabemos la distinción de una y otra se puede dar una forma peligrosa de gobierno.
Partimos de la base de que lo que requiere el estado y nuestro municipio por la elección, son administradores públicos preparados que puedan hacerle frente a las necesidades colectivas de nuestras tierras.
No se pueden aceptar funcionarios que no sepan cómo camina una estructura por mandato popular, porque los asuntos públicos deben tratarse sintiendo lo que quiere la gente, la ciudadanía y no los grupos de poder, casi siempre alejados de los sentimientos propios de los gobernados.
Cuando se acepta un cargo público es a sabiendas que dicha encomienda es para resolver las necesidades sociales, de la gente, del pueblo. Servicios públicos, obras públicas, seguridad pública, en una palabra, el que llega al puesto debe de saber que su trabajo es referente a todo lo que el pueblo requiere y no a otra cosa.
Si no lo hace de la manera indicada, lo primero que ha hecho es traicionar al soberano, llamado así por la Constitución. En el pueblo es donde reside la soberanía, es decir, el poder mayúsculo.
Buen número de funcionarios entran al gobierno pensando que este es la panacea, el remedio para tener todas las ganancias brutales. Algunos de ellos son de limitadas entendederas y creen que lo que recibirán por su encargo les resolverá su problema de una vez para siempre. Craso error. Falsamente piensan que la morusa, dinero o billetiza, les va a resolver todas sus necesidades. Mentira absoluta; muchos de nosotros hemos visto caer imperios y precisamente porque quienes estaban en ellos, no entendieron que el destino no se puede tener entre las manos, porque este es como el chocolate que por las fisuras entre dedo y dedo se escurre, sin poder detenerlo.
Le comento que una ocasión, el que esto escribe, tuvo una plática con un personaje importante de la empresa privada que por situaciones especiales llegó a un cargo importante del Gobierno municipal. Era un hombre de buena fe que me preguntó en dónde se reunía el Consejo de Administración del Municipio a lo cual, con la velocidad de la luz, le contesté que en el municipio no había consejo de administración sino un Ayuntamiento que era el órgano supremo del gobierno, diferente en forma y fondo al de la Sociedad Anónima de la empresa privada.
La diferencia no sólo radica en el nombre, sino en el hecho de que las dos estructuras tienen finalidades diferentes. La privada su fin, además de otros, es la ganancia y el gobierno su fin es el servicio público. Sin más ni más. Cuando se olvida esto truena la administración como cuete de septiembre en fiestas patrias.
Precisamente por este tipo de cosas, los aspirantes a gobernar deben de saber que una es la empresa privada y otra la empresa pública. Diferente en su estructura, en sus propósitos, en la relación con los gobernados, en sus presupuestos. Como anotamos, cuando esto no se entiende, empieza a generarse el rencor social porque la sabiduría popular, aunque muchos la menosprecian, de todo se da cuenta y más cuando a través del discurso se miente monda y lirondamente provocando una corriente de malestar social difícil de contener.
Quienes históricamente participan en esta elección, deben de saber que al tocar con los dedos de la inteligencia la capa social, debajo de ella quema el infierno de la sociedad urbana frente a una torpe postura de quienes no entienden la pesadilla social de muchos seres humanos que sin saber viven una forma peligrosa de gobierno.
Estamos en el tiempo de que las cosas no son las de siempre. Se ha dicho hasta la saciedad que vivimos otros tiempos y no es justo que por falta de criterio opere un gobierno peligroso por falta de sabiduría.