Luis Alfonso Arenal
2016-05-18
Escribo estas líneas a muy pocos días de que tengan lugar nuestras elecciones locales. Es notorio que estas campañas ya no tienen la efervescencia que antaño suscitaban entre la sociedad pero tampoco podemos asociarlo con apatía o falta de interés como pudiera interpretarse con un análisis muy superficial.
Quien añore las movilizaciones ciudadanas que tuvimos en 1986 correrá el riesgo de vivir de desencanto en desencanto. A estas alturas podemos decir que no vivimos un “verano ardiente” como el de aquella época. Varios factores lo pudieran explicar y mencionaré algunos que son los de mayor peso en mi opinión.
La gran mayoría de los electores de Chihuahua no vivieron “el 86”, ya sea porque todavía no nacían o porque vivían en otra entidad federativa en ese año. Luego resultará que quienes sí lo vivimos, algunos estábamos muy jóvenes (yo ya tenía 14 años por lo que fácilmente recuerdo muchas cosas). Algunos lo vivieron de una manera diferente: a algunos nos tocó participar en las protestas y a otros padecer las molestias causadas por esas protestas. Lo curioso es que si busco en las redes sociales material sobre 1968 o 1988 la tarea será fácil, pero buscar material sobre 1986 es mucho más complicado: lo más cercano que he logrado hallar fue un video hecho por un grupo de estudiantes para cumplir con una tarea y la ya no tan famosa rechifla a Miguel de la Madrid (MMH) en la inauguración del Mundial 86.
La mayoría de los principales actores de aquella elección siguen vivos y aún se pueden rescatar memorias. Francisco Villarreal y el Dr. Oropeza ya no están con nosotros pero otros actores de aquel episodio siguen vivos y lúcidos, tanto quienes lo vivieron de un lado como del otro. Soy de los pocos a los que les gustaría rescatar esa memoria, lo admito, pero me cuestionan la pertinencia de ello. Depende del enfoque: una cosa es vivir del pasado y otra es buscar las moralejas que nos deja cada etapa de nuestras vidas.
Para evaluar esa pertinencia, hay que saber qué cosas podríamos aprender de aquel episodio de nuestra historia local (aunque sí tuvo su incidencia en la historia nacional). En lo personal me inquieta ver que una generación que participó en grandes movilizaciones y acciones de protesta cuyos efectos se sintieron hasta en la opinión pública en Washington, la que sí le importaba al gobierno de MMH.
Cuatro años después, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (CIDH de la OEA) emitió una resolución recomendando al gobierno mexicano realizar varias reformas a nuestro sistema electoral.
Gracias a ello, la administración salinista se vio obligada a implementar la insaculación de funcionarios de casilla, que las urnas fueran transparentes, a tipificar como delito el fraude electoral y que la credencial para votar tuviera la fotografía del elector. Habrá quien opine que esto fue gracias a las movilizaciones de 1988 pero creo que sin “el 86”, 1988 hubiera sido muy diferente.
Pero ¿dónde quedó pues el 86? Quizá en el desencanto de muchos habitantes hacia los partidos políticos o en la percepción de que a final de cuentas no sirvió para nada. Incluso una amiga me cuestionó hace algunos años que cuál era la utilidad de que los funcionarios de casilla sean insaculados. No conozco un caso de un país que haya mejorado el nivel de vida de sus habitantes mediante un sistema autoritario. Claro que aquí depende de cómo definamos “nivel de vida”. En Cuba tienen buenos niveles de educación y de salud (cosa que también tienen muchas democracias), en Chile “gozaron” de estabilidad económica durante la dictadura de Pinochet y hasta tuve una alumna de intercambio procedente de Italia que me platicó que su abuela extrañaba a Mussolini porque “con él sí había orden y respeto entre la gente”.
Honestamente extraño ese ambiente de gente ávida por votar y apuntarse como representante ante una casilla para defender el voto. Hoy ya no son tan necesarios pero siguen siendo un indicador (como otros tantos) de qué tan activa (y viva) está nuestra sociedad.