Opinion

El embajador Miguel Ángel

Cecilia Ester Castañeda

2016-05-04

Miguel Ángel Chávez Díaz de León acaba de viajar a Colombia para participar en el XXIV Festival Internacional de Poesía. En su calidad de promotor de nuestra ciudad, para los juarenses esto equivale a una visita de “Estado”.
Porque el escritor se ha convertido en comité de recepción no oficial de todo periodista y figura cultural que venga a conocer la frontera. Los lleva a lo mejor y peor, dice. En sus crónicas, poemas y narraciones describe la vida local con el amor de un bato de barrio por una ciudad repleta de misterio. Y aprovecha cuanto espacio se cruza en su camino para promover sus obras. Cada vez que lee versos suyos o algún fragmento de “Policía de Ciudad Juárez”, define el espacio urbano fronterizo y los libros ante un público en su mayoría aprendiendo apenas a asociar los sucesos cotidianos propios con medios escritos distintos a los informativos, descubriendo la poesía.
Miguel Ángel se autodenomina producto del poder de una madre por encauzar a un inquieto hijo en un entorno peligroso. Es, también, testimonio de la pasión por la literatura que una maestra es capaz de despertar en sus alumnos. Constituye un ejemplo del potencial de los talleres literarios para profesionalizar una vocación incipiente.
Transformado en catedrático, periodista y promotor cultural por necesidades laborales y mero gusto, supongo, el licenciado en Ciencias de la Comunicación no ha vacilado en tomar por asalto todos los géneros que tiene oportunidad. Así ha aprendido las herramientas de su oficio. Independientemente de tratarse de entrevistar a Anthony Quinn o de “asesorar” estudiantes en la redacción de tesis, de trabajar varios años sin descansar un solo día como editor, o de escribir para revistas, periódicos o redes sociales, lo importante es desarrollar la disciplina a fin de expresarse por escrito.
Por eso ha podido acallar a aquellos críticos de la “Mafia de los Chávez” –su hermano Jorge Humberto obtuvo hace poco el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes– que atribuían sus primeros libros a los contactos editoriales del coordinador inicial del Taller Literario del INBA, y a quienes lo descalificábamos a priori por su postura machista y su gusto por el alcohol.
Miguel Ángel nos ha recordado, a todos, que el requisito indispensable para tener éxito consiste en trabajar con perseverancia. Es infatigable. Cuando mucha gente apenas está despertando él ya terminó su columna diaria, y luego se dedica al resto de sus proyectos. Recorre la ciudad, se compromete a presentar textos a un grupo de colegas, lee, se mantiene atento, abre puertas, sigue en contacto con amigos como el actor Joaquín Cosío, viaja, promueve sus actividades por Facebook y, sobre todo, escribe, escribe y escribe. Cuando surge la oportunidad él ya está listo.
Quizá yo no siempre aprecie el estilo literario y los temas que explora Miguel Ángel, tal vez no me haya gustado el final de su novela, pero siempre aplaudiré el sabor a frontera que se palpa al leerlo.
Fuera de los periodistas, pocos han descrito tanto a Ciudad Juárez como Miguel Ángel. Probablemente él es quien ha abordado a través de mayor número de géneros el tema de “Juaritos”. De seguro también es líder en la cantidad de medios incursionados – ¡yo me topé su característica figura en una historieta escrita en francés! – Citado con frecuencia en reportajes sobre la ciudad, siempre está más que dispuesto a compartir su punto de vista.
Me parece, sin embargo, que hasta ahora la principal aportación de Miguel Ángel ha sido su lección de vida. Después de pasar un año encamado, en el 2008 se llevó un premio nacional por su crónica “El dulce encanto de mi embolia”. Luego se dedicó a seguir andando la ciudad y el mundo justo cuando los demonios colectivos se apoderaban de las calles.
Ahora, nuestro embajador extraoficial recorre Bogotá con su sombrero y su bastón, con su amor por los antros y por “este lugar sin sur”. Nadie mejor que él para representarnos, precisamente en un país donde nació Pablo Escobar… y Gabriel García Márquez.

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