Opinion

AMLO, el escritor

Pascal Beltrán del Río

2016-05-03

Ciudad de México– Sólo el electorado dirá si al fin se le cumple a Andrés Manuel López Obrador el sueño largamente acariciado de llegar a la Presidencia de la República.
Sin embargo, al margen de lo que suceda de aquí a 2018, y de forma paralela a su carrera política, el tabasqueño se ha ido labrando un oficio que pocos suelen mencionar: el de escritor entusiasmado por la historia de México.
Si no me fallan las cuentas, son 14 los libros que el exjefe de Gobierno del Distrito Federal ha publicado desde 1984. Y aunque varios de ellos están dedicados a argumentar y justificar sus polémicas posiciones políticas, hay otros en los que simplemente deja navegar su innegable interés por la historia.
Hace unos días compré Catarino Erasmo Garza Rodríguez, ¿revolucionario o bandido?, la obra más reciente de López Obrador.
La compré por una curiosidad alimentada por el tema y el autor y la combinación de ambos.
Personalmente me gustan las biografías, más aún las de personajes poco conocidos, los llamados héroes anónimos. Y es la característica de esta obra, como lo reconoce el propio autor.
“Ese es el propósito de este libro: dar a conocer la vida de un revolucionario olvidado que enfrentó a Porfirio Díaz y llamó a derrocarlo antes de que lo hiciera Francisco I. Madero, en 1910”, escribe López Obrador.
Y agrega: “Su historia como combatiente internacionalista es ejemplar y fascinante; su vida pública, poco conocida. Se trata de un héroe anónimo que, por haber sido opositor al régimen y no triunfar, fue condenado al olvido, al ostracismo”.
Debo decir que Catarino llenó mi expectativa. Fuera de algunos excesos de lirismo y romanticismo, López Obrador se deja ver como un historiador acucioso, que hurga en archivos, pondera la información recabada, da crédito debido a las fuentes, usa con acierto las notas de pie de página y, sobre todo, mantiene interesado a su lector a lo largo de las 127 páginas del libro.
La historia de Garza Rodríguez (Matamoros, 1859) es la de un hombre de la frontera que se va a buscar la vida en el otro lado cuando el cruce entre México y Estados Unidos se hacía con relativa facilidad.
En 1877, a la edad de 18 años y sin dinero en la bolsa, dejó el terruño para instalarse en Brownsville y, luego, en otras ciudades texanas. Fue, en ese sentido uno de los primeros migrantes económicos en llegar a una tierra que apenas tenía cuatro décadas de haberse separado de México.
Tuvo varios empleos, como alijador, tendero y comerciante, y sufrió en carne propia la discriminación contra los mexicanos en Texas.
Catarino, describe López Obrador, “era un hombre común (…) un luchón que, poco a poco, fue tomando conciencia hasta convertirse en un auténtico revolucionario”.
Uno de sus oficios, el de impresor, lo llevó a convertirse en opositor del régimen porfirista. En 1886 fundó, en Eagle Pass, El Comercio Mexicano, semanario desde el que emprendió una campaña periodística contra el gobernador de Coahuila, Jesús María Garza Galán, volviéndose blanco de una red de espionaje y represión que encabezaba el general Bernardo Reyes, gobernador de Nuevo León.
Fue el asesinato en Laredo, Texas, de un conocido opositor del régimen, el doctor y general Ignacio Martínez Elizondo, lo que incubaría en Catarino el deseo de derrocar a Porfirio Díaz.
No contaré aquí el desenlace del libro. Sólo diré que la visibilidad de Catarino como líder de la más importante revuelta contra Díaz antes de 1910 hizo que fuera perseguido por soldados de México y Estados Unidos, cosa que lo orilló a exiliarse en Centroamérica y participar en causas revolucionarias internacionalistas.
Prueba de que el historiador López Obrador no deja que interfiera en su obra el militante político que también habita en él, el tabasqueño tiene palabras duras para Benito Juárez y su grupo.
“La falta de vocación democrática de nuestros próceres, Juárez y Lerdo, no sólo dio pie a dos revueltas sino a la implantación del Porfiriato: una manera de hacer política que, aplicada de forma ininterrumpida durante 34 años, echó raíces tan profundas que ni el vendaval de Madero ni la misma Revolución pudieron arrancarla o cortarla de tajo”.

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