Opinion

Los hombres fuertes no lloran

Cecilia Ester Castañeda

2016-04-25

¿Por qué están aumentando los índices de suicidios a nivel local? ¿Hemos construido una ciudad tan acostumbrada a la destrucción de vidas humanas que cuando empieza a descender el número de homicidios violentos encontramos la forma de mantener el halo de muerte? ¿Son éstas las víctimas de otros factores colectivos pendientes o casos aislados de personas en un hoyo negro individual?
Como en tantas ocasiones, la respuesta no es sencilla. Tampoco parece haber suficientes datos sobre cada caso particular para poder sacar conclusiones firmes. Sabemos, eso sí, que en dos semanas de abril se han quitado la vida tres hombres y una mujer y por lo menos uno más lo ha intentado sin éxito.
Al haber mejorado el nivel de seguridad y crecido la oferta de empleo ¿no debería bajar la tasa de suicidios? No necesariamente, mientras existan otras condiciones que propicien la llamada “puerta falsa”. Y en Ciudad Juárez la salud mental sigue siendo tabú.
Obviamente, las causas de atentar contra la propia vida pueden ser diversas. No es mi intención hacer un tratado al respecto. Pero creo que el prolongado estado de tensión y la falta generalizada de optimismo nublan aún más las perspectivas de alguien en problemas. También contribuyen el aislamiento, el continuo ejemplo de recurrir a la violencia como solución.
Recuerdo, en particular, a un compañero de trabajo localizado muerto en el baño de un hotel. Las autoridades “concluyeron” que se suicidó. Su familia no lo cree. Sin embargo su caso –joven, tranquilo, casado, sano, con hijos pequeños y empleo estable– me llevó a entender la renuencia de los hombres fuertes a solicitar auxilio.
Arturo (no, no se llamaba así) era seriesísimo: callado, reservado, poco expresivo, el tipo de persona que se guarda las cosas para sí, que se reprime y luego corre peligro de convertirse en una bomba de tiempo. Si a ello se agrega el acceso a armas de fuego, alcohol y drogas en vez de redes de apoyo, se entiende la razón de que la mayoría de los suicidas sean hombres.
Por eso es importante quitarle el estigma a todo cuanto huela a debilidad, a enfermedad mental. Nos conviene reconocer la depresión como una respuesta humana y normal para la que existen recursos. Pedir ayuda en el 066 o el 070 –la línea dedicada a suicidas en potencia– debe ser tan común como solicitar un préstamo. Ojalá abundaran la difusión, la oferta y la regulación de técnicas terapéuticas. También la información sobre las señales de peligro. 
Arturo parecía un solitario cuya dificultad para convivir y comunicarse lo privaba del sinfín de herramientas que los otros seres humanos pueden constituir en momentos difíciles: la posibilidad de desahogarse; el saber la naturalidad de llegar a sentir miedo; el alivio de no ser el único vulnerable; el darse cuenta de que nadie escapa de ver alguna vez negro el panorama; la distracción ante pensamientos fatalistas; la tranquilidad de encontrar defectos, inseguridades y demonios en todos; la certeza de que alguien más ha experimentado –y superado– dificultades similares; el descubrimiento de otras posibles reacciones; la revelación de recursos insospechados; el respaldo; la opción de pedir ayuda; la consciencia de ser tomado en cuenta, reconocido, apreciado y amado; la oportunidad, en especial, de no sentirse solo.   
¿Cuántos Arturos conocemos? ¿Cuántas personas permanecen aisladas en medio de nosotros cargando un peso más llevadero si sintieran que no recae sólo sobre sus hombros? Quizá si observáramos, si levantáramos puentes hacia los demás, sería mayor el número de personas en condiciones sicológicamente vulnerables que tuvieran la certeza de salir adelante.
Porque, haya tomado su propia vida o no, Arturo encaja en otro tipo de víctimas directas de un ambiente de presiones múltiples. La andanada de golpes socioeconómicos baja sus defensas, pero lo que las vence son la soledad y el desaliento.
Como ciudadanos, vecinos, compañeros de trabajo, amigos o familiares, tal vez esté en nuestras manos salvar una vida cercana.

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