Opinion

Conducta ciudadana

Adela S. González

2016-04-24

Para empezar, una invitación a reflexionar sobre conductas ciudadanas negativas incorporadas al cuadro general antiestético por el que a veces se identifica a la ciudad, conductas que coartan el derecho de exigir a las autoridades un comportamiento ejemplar que acabe o limite la apatía que prevalece, impulsada por la laxitud ante lo sancionable y desde luego, evitable, que merman la buena imagen comunitaria.
No se invocan acciones represivas y atemorizantes como la instalación de retenes o la presencia militar y de policías federales patrullando con armas de alto poder listas para disparar. Esos tiempos ya pasaron para la comunidad que transita hacia la renovación gubernamental en la esperanza de que quienes lleguen al poder lo ejerzan con acciones confiables, transparentes, honestas y fundamentadas en la aplicación justa de la normatividad, o sea, lo contrario de las últimas administraciones que han consentido el desorden por no afectar intereses de grupos deficientemente reglamentados (transportistas, vendedores ambulantes, parqueros, e incluso publicistas adueñados de los puentes peatonales) amparados por el PRI y robustecidos en cada proceso electoral.
Vea la multiplicación de vendedores en accesos a hospitales, oficinas públicas, etc. y el acaparamiento de banquetas y parques integrados al afeamiento urbano al que estamos acostumbrados al igual que a la infuncionalidad. Hasta aquí se denotan acciones populistas y de interés político de funcionarios adscritos al partido en el poder para mantener su dominio, situación conjunta a las actitudes cercanas a la anarquía de protagonistas del desorden, empeñados en violar leyes y reglamentos convenencieramente poco difundidos.
¿Habrá quién conozca las sanciones previstas en el catálogo restrictivo vigente, cumplibles por mero sentido común, que influya para contrarrestar actitudes que por generalizadas se asumen normalidad?: estacionarse en doble fila y espacios para discapacitados; desdeñar el uso de puentes peatonales a riesgo de atropellamiento, enfermar al comprar comida de dudosa higiene, grafitear, destruir luminarias y arrasar con lo poco aceptable del patrimonio comunitario. Muestra de incivilidad que en otras partes (El Paso sin ir tan lejos) es punible, la tenemos en las toneladas de basura que se recogen de los parques tras las celebraciones populares y en la costumbre desprendida de la deficiencia en servicios aportados por la administración, de usar como tiraderos los arroyos y lotes baldíos colmándolos de deshechos de toda índole. Todo tácitamente solapado por las autoridades que dado el crecimiento se torna insostenible y es además denigrante pues impide mejorar la imagen citadina.
Existe un compromiso moral y en leyes vigentes, que obliga al respeto mutuo pero que hasta ahora no es suficientemente cumplido por ninguna de las dos partes involucradas (gobierno-ciudadanos), de ahí la pregunta a quienes formarán el nuevo gobierno ¿estarán dispuestos a imponer el orden y acotar actitudes negativas crónicas, consideradas irrelevantes, con tan sólo aplicar las normas y dar ejemplo de atención a la comunidad sin llegar al abuso?
Totalmente de acuerdo con el maestro Samuel Velarde en su opinión del pasado jueves acerca de la situación cultural de Juárez y su comparación con Monterrey, ciudad industrial con amplia perspectiva del desarrollo cultural. Este es otro de los atrasos que se viven en Juárez donde perseveran grupos esforzados que trabajan bien y se les reconoce. La justificación de “falta de apoyo” sigue vigente y obvio debe pugnarse por un impulso gubernamental significativo en el que además prevalezcan criterios de conocedores que diferencien entre calidad y cantidad y orienten las actividades correctamente.  De otra manera, se dará un salto a la proliferación de basura cultural igual de lesiva que poco o nada.

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