Opinion

2018: Videgaray

Raymundo Riva Palacio

2016-02-10

Ciudad de México— Más de un año duró la batalla contra Emilio Lozoya, pero al final, Luis Videgaray, el secretario de Hacienda logró su remoción al frente de Pemex. Videgaray se enfrentó abiertamente a Lozoya a quien responsabilizaba de una mala gestión que acentuó la pérdida en la capacidad de exploración y producción petrolera que redujo la plataforma de exportación de crudo, y de incapacidad para mejorar las finanzas de la empresa. En Los Pinos tenía ayuda inopinada, por las alertas al presidente Enrique Peña Nieto por los accidentes en las instalaciones de Pemex, que habían motivado la exigencia a Lozoya de un plan de seguridad. Lozoya, sí tenía en el presidente un aliado muy poderoso, pero sus flancos abiertos se daban por todos lados.
Fuera del gobierno se quejaban de que la corrupción en Pemex era galopante, algo que siempre negó Lozoya, y dentro de su mal manejo de la empresa. Pero nadie como Videgaray, quien dos veces le pidió al presidente que lo destituyera. La última a principios de diciembre, cuando Peña Nieto, cansado de la presión, según personas que conocen el episodio, lo paró en seco y le dijo que no volviera a tratarle el asunto porque Lozoya no se iría. El presidente lo llevó a su reciente gira por los países árabes y al Foro Económico de Davos, donde daba muestras de estar muy contento con él. ¿Qué sucedió en escasas dos semanas?
La gira presidencial coincidió con un terrible arranque de año. La desaceleración china tiró los mercados, metió presiones al peso frente al fortalecimiento del dólar que lo depreció significativamente, mientras la guerra de los precios de petróleo emprendida por Arabia Saudita perfiló meses más de incertidumbre en los mercados. El presidente instruyó a Videgaray a apoyar a Pemex, y la Secretaría de Hacienda respondió que sólo inyectaría recursos si Pemex presentaba un programa financiero responsable. Videgaray sabía que Lozoya no podría hacerlo, porque de eso se había quejado reiteradamente con Peña Nieto. Por tanto, si fue una condición o no, la disyuntiva estaba clara: el rescate de Pemex a cambio de la cabeza de Lozoya.
Peña Nieto se la entregó esta semana a Videgaray –el rescate presidencial de Lozoya será probablemente la Embajada en España–, quien hizo los movimientos en dos áreas bajo su control: José Antonio González, que hizo la reestructuración del ISSSTE y del Seguro Social, a Pemex; en el Seguro Social se designó a Mikael Arriola, que estaba en Cofepris. Los dos vienen del sector hacendario, pero no del período de Videgaray, sino del único secretario al que respeta técnica e intelectualmente, José Antonio Meade, el titular en Desarrollo Social, bajo cuya dirección tuvo su primer trabajo en la administración pública Virgilio Andrade, el secretario de la Función Pública, y Aristóteles Núñez, jefe del SAT.
La lectura de la prensa política de esos cambios le asignaron un enorme poder a Videgaray de cara a la sucesión presidencial en 2018. Hubo quien incluso afirmó que con este ajuste, la sucesión quedaba en sus manos. Lo paradójico es que aun si así fuera, Videgaray no podría acomodarla para que le beneficiara. Si bien se fortalece indudablemente a un grupo político frente al del secretario de Gobernación –que está a punto de perder a uno de sus bastiones, el director del CISEN, Eugenio Imaz, por un cáncer que aunque controlado lo tienen muy debilitado–, esa potencia no le alcanza a Videgaray para imponerse a Miguel Ángel Osorio Chong en la carrera sucesoria.
Si en este momento se tuviera que definir al candidato del PRI, en el entendido de que el presidente Peña Nieto tuviera la fuerza suficiente para imponer a su delfín, las encuestas mantienen en lo alto a Osorio Chong. En dos encuestas privadas consultadas para este texto, Videgaray ni siquiera está en la mente de los electores cuando les preguntan espontáneamente sobre sus preferencias electorales. En las encuestas ayudadas –como se llaman coloquialmente cuando se presentan los nombres de los aspirantes–, el póker de ases presidencial después de Osorio Chong, incluye en segundo lugar, con un dígito de preferencia electoral y muy debajo de panistas, perredistas y del jefe político de Morena, al secretario de Educación, Aurelio Nuño, muy cerca de Meade. Videgaray está debajo de ellos y muy lejos de dos priistas, Eruviel Ávila, el gobernador del estado de México, que no está en el corazón de Atlacomulco, y compite en preferencias con Osorio Chong, y a la mitad de la tabla de suspirantes, Manlio Fabio Beltrones, líder del PRI.
Esto significa que si de preferencias electorales se trata, Videgaray está eliminado para la sucesión presidencial. Se puede argumentar que faltan dos años para que se decida al nominado del PRI y muchas cosas pueden pasar. Es cierto, pero en el contexto, lo que vendrá no ayudará a Videgaray. La crisis mundial prevalecerá este año, la economía mexicana sufrirá en 2016 y quizás aún más en 2017. El secretario, además, tiene un talento innato para hacer más enemigos que amigos. Las estrellas no están alineadas para él y aun con la dependencia del presidente en él, lo importante en 2018 para Peña Nieto deberá ser mantener el poder. Hoy, Videgaray sólo sería garantía de derrota. Faltan esos dos años para la definición, pero quizás el secretario de Hacienda podría mejor empezar a ver una ecuación diferente y trabajar para que uno de sus dos más cercanos en la contienda, se queden con la nominación, Ávila o Meade, de lo que se hablará en el futuro.
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