Opinion

Es tiempo de dejar ir a Pemex

Pascal Beltrán del Río

2016-02-05

Ciudad de México— Durante cuatro décadas, México convirtió su industria petrolera en piedra angular de su desarrollo.
Hasta 1975, cuando comenzaron a descubrirse grandes depósitos de crudo en la Sonda de Campeche, el país había sido un importador neto de hidrocarburos.
En 1974, cuando el precio promedio de un barril de petróleo fue de 9.35 dólares (equivalentes a 45 dólares de hoy por el ajuste inflacionario), México tuvo un balance negativo en el comercio de productos petroleros de casi 260 millones de dólares (poco más de mil 300 millones de hoy).
En 2015, 40 años después, México volvió a esa realidad: importó más de ese tipo de bienes de lo que exportó.
Afortunadamente, la economía mexicana guarda en su disco duro el recuerdo de lo que era vivir sin la bonanza petrolera.
Antes de 1975, el país construyó nueve de las diez presas más grandes del país. Más irónico aún, levantó seis de las nueve refinerías con las que ha contado.
Es decir, los años dorados de la economía mexicana se vivieron sin petróleo. En los 50 se produjo un centenar de películas al año sin contar con él. En los 60 se edificó el Museo Nacional de Antropología, que sigue siendo una de las mayores ventanas del país, sin necesidad del petróleo.
Sin embargo, a partir de mediados de la década de los 70 se decidió que México dependería del petróleo. Era tanta la abundancia que tendríamos que aprender a administrarla, se nos dijo. Pues eso lo hicimos muy mal. O lo hicieron mal los encargados de cuidar de ese tesoro.
Por concepto de importación de productos petroleros, el país obtuvo en esos 40 años de bonanza un billón de dólares (un millón de millones de dólares, ya ajustados a la inflación).
¿Qué hicimos con esa riqueza? Sin duda, se invirtió una parte, pero está claro que la mayoría se dilapidó en gasto corriente, pero también en vil corrupción y en dotar de privilegios insostenibles al sindicato de Pemex.
Es decir, un bien que evidentemente era finito no fue aprovechado como debió ser.
En 1977, la revista The Economist acuñó el término “mal holandés” para describir el daño que podía producir a un país una mala administración de recursos naturales descubiertos repentinamente.
En 1959, los Países Bajos habían encontrado grandes yacimientos de gas bajo el mar y eso, con el tiempo, había provocado desajustes económicos como el declive de sus sectores manufacturero y agrícola y un aumento de las importaciones.
Parece que nada absorbió México de ésa y otras experiencias de países que súbitamente se enteran que están sentados sobre abundantes recursos.
Durante esas cuatro décadas volvimos a Pemex un fetiche. Le dimos vida, como si se tratara de una persona. La cantaleta oficial era que podíamos encontrar a la paraestatal “hasta en la cocina”. Quizá por eso hoy cuesta tanto trabajo dejarla ir. No sólo porque durante 40 años las finanzas públicas se nutrieron cómodamente de los ingresos que generaba Petróleos Mexicanos, sino porque la empresa ha llegado a formar parte de nuestra mitología nacional.
Lo cierto es que hoy Pemex nos cuesta más de lo que nos da. Tiene el doble de trabajadores de los que necesita para hacer su trabajo. Su valor negativo acumulado es de 65 mil millones de dólares y su pasivo laboral es de 1.5 billones de pesos. En 2015, Pemex perdió casi 100 millones de dólares cada día. Por mantener viva a esta supuesta gallina de los huevos de oro, la clase política (porque fue una decisión del Congreso) aprobó un techo de endeudamiento de Pemex para 2016 de ocho mil 500 millones de dólares.
En una situación normal, esos serían bonos basura, pues los emite una empresa que pierde dinero a raudales. La única razón por la que Pemex puede colocarlos en el mercado internacional es porque están garantizados por el erario.
Es tiempo de dejar ir a Pemex. Por suerte, no se trata de una persona, en cuyo caso la decisión de desconectarla representaría un dilema ético.
Aquí la decisión es económica. ¿Qué le conviene más al país? Por suerte, nuestra sobrevivencia como nación ya no depende de un producto cuyo precio en el mercado internacional se ha desplomado en picada.
P.D. Antier lo dijo con mucha moderación el Banco de México: se tendrán que hacer ajustes a las finanzas públicas “para absorber el choque a los ingresos que ha representado la caída y el deterioro de las perspectivas del precio del petróleo”. Para Banxico, eso significa hacer recortes a Pemex.

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