Opinion

De política y cosas peores

Catón

2015-11-26

En la mañana que siguió a la noche de bodas la insaciable recién casada le dijo a su agotado maridito: “Nada de ir a desayunar, Feblilio. El menú dice que el desayuno se sirve entre 7 y 11, y nosotros apenas llevamos cuatro”. (No le entendí)... Comentó don Añilio Calendárico, señor de edad madura: “Las faldas de las mujeres van subiendo, y los escotes van bajando. Me gustará estar ahí cuando se encuentren”… Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, llevó en su automóvil a Dulcilí, muchacha ingenua, al apartado sitio llamado El Ensalivadero, soledoso lugar a donde las parejas de novios solían acudir, pues no había en aquel pequeño pueblo moteles de los llamados de corta estancia o pago por evento. Con engaños el salaz individuo hizo que la candorosa joven se pasara con él al asiento trasero del vehículo: le dijo que desde ahí se veían mejor las estrellitas. Cuando la tuvo ahí le dijo sin más introito, prefación o prolegómeno que iba a hacerle el amor. “Si me lo haces –dijo Dulcilí–, voy a gritar”. Sin hacer caso del aviso el tal Afrodisio se precipitó sobre ella y la hizo objeto de una intensa demostración de amor. Ella empezó a proferir con estentóreas voces: “¡Mi amor! ¡Mi cielo! ¡Vida mía! ¡Papacito! ¡Así! ¡Oh! ¡Ah! ¡Ay!”. “¡Baja la voz! –le pidió Afrodisio en medio del pasional deliquio–. ¡Nos va a oír el policía!”. Contestó Rosilí arreciando sus movimientos amatorios: “Te dije que iba a gritar”… Aquellos jóvenes esposos discutían de continuo. Su matrimonio era una sucesión continua de pleitos por quítame allá estas pajas, de riñas por sí o por no. Los preocupados padres de la pareja acordaron tener una reunión con sus hijos a fin de ayudarlos a resolver la situación. El papá del muchacho les preguntó: “¿Hay algo sobre lo cual ustedes estén perfectamente de acuerdo?”. “Sí –respondió sin vacilar la chica–. La cama”… Los pronósticos de economía para el próximo año no son muy halagüeños. Los expertos –si es que acaso puede haber expertos en economía– aseguran que la llamada cuesta de enero se prolongará a lo largo de febrero, marzo, abril, mayo, junio, julio, etcétera, hasta llegar otra vez a enero del siguiente año. Estemos preparados…
Pepito le dijo a su hermanito pequeño: “Ve con papá y pídele que te hable acerca de las abejitas, las florecitas y los pajaritos. Te vas a mear de la risa”… Ovonio Grandbolier, tremendo haragán, era el hombre más perezoso del condado. Por eso una vecina se asombró cuando la esposa del harón le dijo: “Mi marido es un hombre de trabajo”. “¿De veras?” –respondió, escéptica, la otra–. “Sí –confirmó la señora–. Vieras el trabajo que me cuesta hacerlo que se levante en la mañana”… “¿Cómo que no tengo fondos? –se indignó en el banco doña Panoplia de Altopedo–. ¡Todavía me quedan seis cheques en la libretita!”… Don Algón estaba en el baño de vapor. Un ladrón que se coló ahí sacó su cartera del pantalón y echó a correr con ella. El ejecutivo corrió tras él, cubriéndose lo indispensable con un sombrero que alcanzó a coger. Se escapó el ladrón, y el señor se encontró en medio de la calle sin más cobertura que aquel sombrero, que para colmo era de los de ala corta. No que don Algón tuviera mucho qué cubrirse, pero aun así su predicamento era grande. En eso pasaron por ahí Himenia Camafría y Celiberia Sinvarón, maduras señoritas solteras. Al ver a don Algón en tal apuro se echaron a reír. Les dijo el hombre, molesto y atufado: “Si fueran ustedes unas damas no se burlarían de mí”. Le contestó la señorita Himenia: “Y si fuera usted un caballero se quitaría el sombrero”… A don Pompilio, respetado profesor de ciencias divinas, sus estudiantes le pidieron una conferencia sobre sexo. Temeroso de escandalizar a su esposa, que era sumamente puritana, don Pompilio le dijo que la conferencia que iba a dar era sobre el deporte del ski. Pocos días después de la disertación unas jóvenes alumnas encontraron en el campus de la universidad a la señora y la felicitaron por el éxito que su esposo había tenido al impartir la conferencia. “No sé qué puede haberles dicho –respondió, desdeñosa, la señora–. Casi nunca lo hace; al subirse siempre se marea, y la última vez se cayó cuando apenas iba comenzando”. FIN.

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