Opinion

50 años de maquilas

Arturo Mendoza Díaz

2015-11-06

En difícil situación económica estaría Juárez si no hubiera maquiladoras, a pesar de que con los 50 años que tienen funcionando existen anomalías que deben subsanarse.
A mediados de los sesenta del siglo pasado los ingresos del turismo habían menguado, y la industria nacional no se había desarrollado lo suficiente. El programa bracero había llegado a su fin.
Para entonces la economía juarense se sustentaba en la burocracia y en las divisas acarreadas por quienes, legal o ilegalmente, laboraban en Estados Unidos y vivían en esta ciudad.
El comercio, formal e informal, se sostenía porque el dinero circulaba a pesar de todo, en tanto que los cultivos del Valle de Juárez ayudaban a la economía regional.
En ese escenario, por el rumbo donde confluyen el Paseo de la Victoria y la avenida Gómez Morín inició la industria maquiladora, como derrama de recursos que benefició a Juárez.
Por supuesto, eso no fue fácil, como lo relató don Jaime Bermúdez en el trabajo que realizó el reportero Martín Coronado, aparecido hace tres días en este diario.
Así, ante un estatus negativo, un grupo de empresarios le encargó a la consultora Arthur D. Little un estudio acerca de cómo mejorar la economía. El resultado fueron las maquiladoras.
Luego vendría la brega ante Hacienda, donde el licenciado “No”, Urrutia del Villar, se opuso, pero tras la intervención de Gustavo Díaz Ordaz, en mayo de 1965 se autorizaron las maquilas.
Desde entonces Juárez creció con la llegada de empresas que se establecieron aquí, al igual que con el arribo de incontables compatriotas que venían a trabajar en ellas.
Tan extendido era el consenso positivo sobre las maquilas, que cuando en la época violenta el gobernador de Veracruz se llevó para allá a muchos veracruzanos con el pasaje pagado, pronto se regresaron.
Uno de ellos cobró notoriedad cuando al preguntársele por qué había vuelto, contestó: “Es mejor quedarse en Juárez y exponerse a una bala perdida, que morir allá de hambre todos los días”.
Pero no todos los pareceres confluyen en que las maquilas fueron buenas. Hay quienes dicen que el número de habitantes rebasó la infraestructura urbana y que faltaban vivienda y seguridad pública.
También se habla de que ocasionan desintegración familiar, por la abundancia de madres solteras, y que los hogares se deshacen debido a que las mujeres salen a divertirse.
Finalmente, señalan que el salario que pagan es bajo en relación con otras ciudades mexicanas y, peor aun, tratándose de las de allende el río Bravo, por lo que se cae en una virtual explotación.
Y acaso algo de cierto hay en eso, pero no puede negarse que las maquiladoras son valiosas fuentes de trabajo que dieron vida a la maltrecha economía de la ciudad.
Más allá de la intelectualidad, lo cierto es que su existencia permitió sobrevivir a bastantes familias, que muchos padres sacaran adelante a sus hijos y que éstos fueran ciudadanos preparados.
Ahora bien, si los gobiernos en turno no realizaron la obra pública necesaria, o el tejido social se descuidó, eso es punto y aparte, puesto que la derrama monetaria benefició a la generalidad.
Incluso en cuanto al salario, tan digno de tomarse en cuenta, no pudiera decirse que las maquilas operan fuera del marco legal, si usualmente se apegaron a las condiciones laborales vigentes.
Eso, sin olvidar que una de las características favorables que tiene Juárez es la de ser una ciudad donde la vida suele ser más barata que en otras urbes mexicanas.
Empero cabe considerar que la lucha salarial debe ser constante, y que la búsqueda de un mejor salario, más que una meta a conseguir, debe ser un estilo de vida.
Después de todo, si las maquiladoras fueron un logro materializado por hombres visionarios, a su vez el gobierno debe impulsarlas, como sugiere don Jaime Bermúdez. Esto a fin de que, en una simbiosis, las maquilas y los trabajadores perfeccionen su relación, con mayor provecho para ambos, así como para la ciudad en general.

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