Opinion

El desastre del gasto público

Miriam A. Ornelas

2015-11-05

En toda obra o tarea que aspire a conseguir el éxito es necesario observar un orden y una sana conducta financiera y de administración. Henry Fayol fue un ingeniero de minas que nació en Estambul en 1841 y murió en la ciudad de Paris en 1926, y es considerado el padre de la administración clásica. Estableció catorce principios de administración que lo han hecho famoso porque la administración es la ciencia social aplicada que tiene por objeto de estudio las organizaciones, y la técnica encargada de la planificación, organización, dirección y control de los recursos (humanos, financieros, materiales, tecnológicos, del conocimiento, etc.) de una organización, con el fin de obtener el máximo beneficio posible dependiendo de los fines perseguidos.
Sin un orden adecuado en el uso de los recursos económicos que inciden en la obtención del éxito no se puede prosperar en la obra y lo primero que debemos comprender es que no se debe gastar más de lo que se tiene, ni tan siquiera todo lo que se tiene porque siempre surgirán imprevistos que nos pueden descarrilar, los gastos siempre son certeros pero los ingresos siempre son dudosos y así es fácil entender que el éxito financiero de una organización, sea pública o privada, reside en controlar los gastos y aun en eliminar los que sean superfluos.
En las finanzas públicas podemos observar que a nuestros políticos les importa muy poco cuidar este aspecto y gastan como si dispusieran de todo el dinero del mundo, fijándose altos estipendios para sí y su camarilla, como si su objetivo fuera quebrar a la tesorería que, en sus manos, más parece una pila de agua bendita donde cualquiera mete las manos hasta los codos.
Para nadie es un secreto que las finanzas públicas de los tres niveles de gobierno están a punto de quiebra y que el pueblo ya no aguanta más impuestos que se le cargan sólo para endulzar la vida de una casta burocrática dorada altamente voraz y parasitaria.
Nuestros gobernantes han prometido sistemáticamente que adelgazarán las nóminas públicas pero lejos de ello la burocracia ha aumentado sacrificando la obra comunitaria en aras de mantener apapachada a su pléyade de empleados que se agigantan año con año.
Una administración seria y responsable debe atacar dos frentes con urgencia; uno, disminuir drásticamente por lo menos a la mitad los sueldos de sus funcionarios de cuello blanco que son los que menos aportan y más cobran y, otro, reducir al menos en un 25 por ciento el número de personal administrativo que vive nadando de muertito a costillas del erario.
No es correcto que para cubrir los salarios y prestaciones de los trabajadores, tanto activos como en retiro, el Municipio tenga que gastar este año mil 500 millones de pesos, equivalentes al 43.1 por ciento del presupuesto anual que es de 3 mil 480 millones de pesos.
La Federación y el Estado se encuentran en las mismas, de tal manera que los recursos que aporta el pueblo de México en gabelas se destinan en su mayoría a mantener la vida de magnates que se dan a sí mismos nuestros servidores públicos.
Por otra parte, las prestaciones que reciben los empleados de gobierno son desproporcionadas y totalmente fuera de la ley con aguinaldos de cuarenta días cuando la ley y la costumbre laboral marca tan sólo quince días de sueldo. Y los períodos vacacionales están por el mismo tono, casi cuatro veces lo que marca la Ley Federal del Trabajo y además se les dan un buen número de regalías que no tiene equivalente en la ley general.
Por este camino las finanzas de cualquier entidad, sea pública o privada, van directamente a la bancarrota. Y la quiebra del gobierno solamente producirá el colapso de nuestra comunidad.
El rescate no se encuentra en aumentar los impuestos sino en reducir los gastos porque entre los individuos como entre las naciones nadie debe gastar más de lo que gana y en los gobiernos la obra y el servicio público deben tener preferencia sobre el confort de la burocracia y aquí parece que se hace todo lo contrario.

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