Opinion

De política y cosas peores

Catón

2015-11-05

Pepito, niño de corta edad, le pidió a su papá que le explicara cómo vienen los niños al mundo. El genitor pensó que ya era tiempo de que su hijo se enterara de las cosas de la vida, y le dio a conocer prolijamente, quizá con exceso de detalles, lo que hacen el hombre y la mujer para tener un hijo. Al terminar la explicación preguntó el padre: “¿Entendiste?”. Replicó Pepito: “Tengo duda”. “¿Por qué? –se extrañó el señor-. ¿Qué duda tienes?”. El pequeño aclaró con su infantil modo de hablar al tiempo que se señalaba la entrepierna: “Tengo duda esta padte”… Doña Holofernes, la esposa de don Poseidón, granjero acomodado, observó que los huevos que ponían sus gallinas estaban saliendo con los aros olímpicos grabados en la yema. “¡Maldito gallo! –profirió enojada-. ¡Ha de tener pie de atleta!”… En el consultorio del doctor Ken Hosanna, médico de edad madura, la curvilínea chica terminó de vestirse y luego le dijo al facultativo: “Lo encuentro bien, doctor. Lo veré otra vez en un par de semanas”… Babalucas contrajo matrimonio, y se inquietó bastante cuando al poco tiempo su mujercita dio a luz un bebé de 2 kilos de peso. Le dijo la muchacha: “¿Y qué querías? Apenas tenemos dos meses de casados”… Ovonio Grandbolier pidió trabajo en una empresa. Le informó el jefe de personal: “El salario será según sus aptitudes”. Respondió Ovonio, molesto: “¿Tan poco?”… Un elegante caballero se presentó en una tienda de ropa íntima para mujer y le preguntó a la encargada: “¿Tienen bragas espiritistas?”. La muchacha se sorprendió al oír aquello. “¿Bragas espiritistas? –inquirió-. ¿Cómo son ésas?”. “No sé –declaró el cliente-. Pero pienso que son las que necesita mi mujer: cree que tiene unas pompas del otro mundo”… No sé si en verdad ha disminuido la acción de la delincuencia organizada. Sí sé que se mantiene el clima de temor que priva entre los mexicanos desde el sexenio de Felipe Calderón. Entidades como Tamaulipas se encuentran prácticamente en poder del crimen organizado, y no es posible ya transitar con seguridad por sus carreteras o vivir una vida sosegada en sus ciudades. Fui hace poco a Tampico a perorar, y al llegar ahí recibí el consejo de ir directamente del hotel al aeropuerto y viceversa, de modo que no pude gozar las bellezas de esa ciudad, tan llena de historia y tradiciones, ni disfrutar sus espléndidas galas de cocina. En otras ciudades advierto la inquietud de sus habitantes por los peligros que derivan de la continua actividad de los maleantes que extorsionan o secuestran. Nos preguntamos si alguna vez podremos recuperar la paz en que vivimos antes. La respuesta, como en la canción, está en el aire… James, el mayordomo de lord Feebledick le informó un día: “Señor: me he enterado de que lady Loosebloomers, su señora esposa, va a Londres los fines de semana y actúa en un teatro de burlesque”. “By Jove! –exclamó el lord-. No me extraña, pues mi mujer es capaz de todo con tal de tener una experiencia diferente. Leer a Bernard Shaw, ese maldito irlandés, la ha trastornado. Escuche, James: el próximo fin de semana iremos usted y yo a la capital, y la sorprenderemos”. El viernes por la noche lady Loosebloomers le anunció a su marido que, como de costumbre, al día siguiente iría a Londres a hacer algunas compras y a participar en la junta semanal del Club de Mujeres Sufragistas, reunión a la cual, le dijo, no podía faltar, pues era portaestandarte de la agrupación. El lord y su mayordomo cambiaron una mirada de inteligencia: sus sospechas se estaban confirmando. Al día siguiente, en efecto, lady Looseblommers tomó el tren de las 9 de la mañana a Londres. Su marido y el mayordomo tomaron el de las 10. Esa misma noche acudieron al teatro de burlesque donde James había oído decir que se presentaba la excéntrica señora. Empezó la función. Se apagaron las luces de la sala, se abrió el telón, y a los compases de una música sinuosa apareció en escena una bailarina que se cubría el rostro con un antifaz. El mayordomo le dijo al oído a lord Feebledick: “Es milady, señor”. Respondió él, inquieto: “Con el antifaz no la reconozco”. “Espere un poco, milord –contestó James-. Ahora que se encuere la reconoceremos los dos”… FIN.

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