Opinion

Recuerdos, viejos recuerdos

Olga Tuda

2015-10-12

Un día, mientras caminaba después de disfrutar una grata comida en compañía de un muchacho que era mi asistente en laboratorio, procedente de un rancho de Chihuahua, me llamó la atención que me dijo: “En mi tierra el cielo es más grande”. Enseguida, y no por presumir, le comenté que nuestro cielo alguna vez también lo fue, cuando las tierras eran cubiertas por sembradíos, los vergeles de Senecú eran cultivados y sus frutos se pisaban con los pies descalzos para fermentar el vino.

Los grandes y viejos árboles servían para descanso y contemplación del interior de cada persona, además de conectar con la naturaleza. Esos árboles hacían armonía con la profundidad de los caminos, los blancos algodonales, los dorados trigales y los verdes alfalfales.

La tierra sólo descansaba con los cambios de cultivo, es decir, se rotaba el suelo sembrando diferente, para nutrirlo y para obtener dignas cosechas. No faltaban los surcos sembrados de hortalizas que abastecían a la región, así como los árboles frutales a las orillas de las acequias, donde el agua era limpia y clara, procedente de los pozos que abastecían el riego de esta tierra fértil.

En 1969 se establece sobre estos mismos campos lo que es ahora el Parque Industrial Antonio J. Bermúdez con su emblemática maquila RCA, para compensar el desempleo de quienes se fueron a trabajar a Estados Unidos con el Programa Bracero en los cuarenta, ante la necesidad de ese país de mano de obra agrícola. Pero desde finales de los cincuenta y principios de los sesenta, esos trabajadores quedaron desocupados cuando retornaron los hombres estadounidenses que habían participado en la Segunda Guerra Mundial, así como por un descenso en la productividad agrícola y su economía.

Con el programa bracero y ante el resplandor de los billetes verdes, pasaron por aquí muchos inmigrantes que procedían del interior de la república.

Los braceros fueron deportados y muchos ya no regresaron a sus lugares de origen, asentándose en esta frontera, ocasionando un incremento en la población y, por ende, mayor desempleo en la ciudad.

Así, los cultivos se convirtieron en edificios; la tierra fértil en capas de asfalto; los árboles en anuncios panorámicos; y el gran pulmón de oxígeno, en smog, producto de las emisiones industriales. El agua que alguna vez corrió cristalina se llenó de contaminantes y la mancha urbana depredó la flora y la fauna autóctona, que quedó convertida en postes de alumbrado y vehículos  contaminantes.

La lluvia que antes regaba los campos ahora es ácida; las alergias y otras enfermedades se hacen presentes entre los habitantes, ocasionando que su rendimiento productivo, funcional y psicológico sufra un deterioro.

Si Juárez fue autosustentable en algún tiempo, pues se acabaron esos tiempos. Ahora hay que comprar en otros lados la carne, los huevos, las frutas y las hortalizas. La planeación urbana fue pensada con base en las necesidades y ambiciones de algunos pocos, pero nunca en la conservación de la productividad y salud de quienes trabajaban la tierra, en bien de la economía y salud de esta ciudad que contenía personas.

Las tierras áridas pudieron ser propicias para establecimiento de la industria maquiladora, previendo un balance entre la contaminación y la posibilidad de neutralizar el daño causado por sus procesos inherentes. Sería posible conservar lo bueno de este pueblo, pero toda la construcción se llevó a cabo precisamente en esa tierra fértil, obligando a los agricultores a salir de sus terrenos para seguir sembrando en otro lado o pasar a ser empleados de las fábricas maquiladoras.

Pero ya ni llorar es bueno (aunque el PMU nos invite a hacerlo). Ahora es la zona de Guadalupe D. B. a la que le toca empezar a deshacerse de sus tierras. Ya se oyen los lamentos, incluyendo a los propietarios de terrenos de Samalayuca. Sus respectivos dueños tendrán que dejar las tierras, algunos por necesidad, otros porque les conviene y otros porque ya no les interesa continuar en ese suelo. O simplemente porque serán obligados a huir del lugar, para abrir el nuevo puente que colinda con Tornillo.

Su cielo se encogerá y las notas que entonaban sus animales se convertirán en estruendos de máquinas y camiones, ya no lloverá igual y el ruido ahuyentará la fauna silvestre. La capa asfáltica crecerá y el calor aumentará.

Dicen que los seres vivos llegan a poblar lugares y cuando se acaba la comida migran a poblar otros. Ojalá que los artífices de estas obras estén pensando en mediar el daño que se ocasiona al ambiente y tengan en mente sustituir las bondades del campo que ahora desaparece, con estrategias que solucionen la carencia de ellas.

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