Opinion

Fantasía suite

Carlos Murillo M./Abogado

2015-10-10

Mi abuela Carmen era partera en el barrio El Palomar, en Chihuahua, donde nació mi papá, Carlos Murillo de la Cruz, el 14 de octubre de 1946, mi abuelo Luis fue comerciante toda su vida, juntos procrearon nueve hijos.
La familia Murillo emigró paulatinamente a Ciudad Juárez, primero mi tía Avelina, en su temprana juventud fue profesora en el Valle de Juárez, en la época donde sólo había un maestro en el pueblo y se respetaba.
Mi tía Avelina después fue directora de una primaria en Chihuahua, recuerdo que presumía su relación con don Teófilo Borunda, quien le construyó la escuela después de muchas gestiones. Siendo muy joven todavía, mi tía Avelina regresó a Juárez como dirigente de las mujeres del Partido Revolucionario Institucional, al poco tiempo se integró a la planilla de regidores de don Armando González Soto, tiempo en el que llegó a quedarse encargada de la Presidencia Municipal.
Mi papá, también vino a Juárez y mi tía lo inscribió en la Escuela Técnica y Comercial, su voz fuerte y entusiasmo por las artes lo hicieron sobresalir en la oratoria y la declamación desde su adolescencia, ganando concursos culturales estudiantiles, después participó activamente en las juventudes priístas donde, gracias a su talento en el uso de la palabra, asaltaba la tribuna como un león a sus dieciséis años.
Pero no sólo dominaba las artes escénicas, también su redacción era sobresaliente, por lo que dirigió el periódico estudiantil El Mercurio, donde su capacidad de articular ideas y crear de la nada le impusieron una marca social; cuando se trataba de escribir o de hablar, mi papá era referente obligado.
Con el talento por la comunicación oral y escrita, aunado a esta formación en las letras y la pasión por la vida pública, el camino prácticamente estaba trazado por el destino, mi papá desde muy joven se suscribió a una corriente ideológica de izquierda dentro del PRI con una profunda vocación social y el arraigo histórico con las luchas revolucionarias. Narra Francisco Rodríguez Pérez, que una vez vio a Guadalupe Díaz en la tribuna de la vieja casona de la María Martínez, el primer edificio del PRI, siendo don Lupe Díaz casi un adolescente que militaba en las juventudes priístas, “todo un chingón”, lanzando su arenga como una bocanada fresca de una ideología socialdemócrata pintada en un fresco.
Paco Rodríguez, Lupe Díaz y Carlos Murillo De la Cruz, son tres personajes de aquella época de gloria donde el debate ideológico y la reflexión histórica –en aquel círculo- eran indispensables de la práctica política en el PRI.
Mi padre, experto en el manejo de la maquina de escribir, orador nato, declamador épico y político comprometido, con estas características no podía ser más que sacerdote o periodista, prácticamente ambos son guías de la sociedad, son emisarios de la verdad.
Mi papá se decantó por el periodismo, aunque jamás se alejó de la fe cristiana, era un hombre espiritual. En la década de los setenta fundó la Revista Los Principales y fue líder del periodismo independiente a nivel estatal, junto a quienes llamaba los reporteros clásicos, aquí el recuento es infinito, pero a quien tengo en la mente cuando hablo de esta etapa es a don Aurelio Páez Chavira, el hacedor de generaciones de comunicadores, con quien mi padre tuvo una comunicación ininterrumpida durante varias décadas.
Mientras mi padre comenzaba su carrera en el periodismo, mi abuelo, don Luis Murillo Marcial, se instalaba en los Herrajeros, en un puesto que bautizó como “Dos Arbolitos”, donde vendía herramientas nuevas y usadas, según mi papá don Luis encontraba fascinante el cómo una persona podía vivir de una máquina de escribir, sentado en algún rincón del Centro de la ciudad, redactando cartas para la gente, lo que marcaría a mi papá para siempre, porque mi abuelo le decía “no trabajes para nadie, pon un escritorio con una máquina de escribir”, y así lo hizo.
Escribir para vivir, hablar para vivir, y así vivir doble para ganarle a la vida, sonreír para arrancarle un suspiro al destino, distraerlo y arrebatarle el tiempo al mundo con un sueño, aunque sea un instante, porque quien sueña no muere y para eso hay que estar dispuesto a narrar su propia leyenda en una Remington.
Mi padre se unió hace 41 años con Bertha Alicia Martínez De la Rosa, nacida en Madera Chihuahua, avecindada en Ciudad Juárez, juntos formaron una familia con tres hijos, Avelyn Lucero, Citlalli Alicia y yo. Mi madre es el centro del universo, así lo creía mi papá, así lo creemos sus hijos.
En la rueda de la fortuna que es la vida y la política, Paco Rodríguez fue electo diputado federal, así que invitó a mi papá a la Ciudad de México, sus anécdotas sobre la capital y la ruta de las redes de poder son un complejo mapa para descifrar. En la cresta de la ola del poder, a principios de la década de los ochenta, de nuevo invitado por don Paco, mi padre fue secretario de comunicación social del Comité Directivo Estatal del PRI.
Después vendrían los cambios sociales en el estado, el Verano Caliente de 1986 –que mi papá negaba como movimiento auténtico-, el fracaso del PRI en 1992 en Chihuahua y quince años de derrotas en Juárez.
Durante estas dos décadas mi papá regresó a poner un escritorio público en el edificio Carlos Villarreal, en Lerdo e Ignacio de la Peña y retomó la publicación de la revista Los Principales.
Apenas adolescentes, mi hermana Citlalli y yo comenzamos a participar en las juventudes priístas repitiendo el patrón como el organillero que da vuelta al brazo de la máquina, oradores y políticos de segunda generación, con los saberes que se heredan desde la cuna, llegamos Citlalli y yo a secuestrar los micrófonos para seguir lanzando los discursos que cuarenta años atrás dijeron Paco Rodríguez y Lupe Díaz, como si no hubiera pasado el tiempo, mi papá nos hizo los primeros discursos como quien enseña a caminar, tiempo después, con la semilla ya sembrada, seguimos las mismas huellas que habían dejado con la única misión de enorgullecer a nuestros padres, porque aprendimos que esa eso es le que da sentido a la vida pública, honrar el apellido haciendo política.
Entonces mi padre entregó la estafeta, dejó su misión en nuestras manos y lentamente comenzó a retirarse, a la mitad del camino se hizo a un lado para que la nueva generación comenzara a tocar el tambor que había dejado en el piso, al que nos lanzamos con pasión para seguir entonando la marcha.
Mi papá se dedicó cada día a cuidar a sus hijos y su esposa, aunque nunca dejó de escribir, siguió cantándole a la vida con los poemas, disfrutando cada momento con música, declamando cada vez que se lo pedían, pero al margen, siempre junto a su compañera de vida.
Al final, compró un boleto de ida en el tren de la eternidad, se subió y partió, así de fácil. Dios lo llamó a rendirle cuentas el domingo cuatro de octubre, a los 68 años de edad. La gente me pregunta ¿cómo murió?, yo prefiero decirles cómo vivió, pero si me insisten les diré que se fue caminando, feliz, con la canción de Fantasía Suite de Paco de Lucía y les aseguro que allá nos está esperando a que terminemos nuestra misión en este mundo.
El día que partió mi papá, ni yo pude escribirlo mejor, como lo hizo mi amigo Álvaro Terrazas quien compartió esto:

“Eligió bien querido Maestro... Mire que irse en el otoño como la hoja de un árbol, una vez cumplida su misión de dar vida y adornar la misma.
Eligió bien querido Maestro... Porque esperó a darle la bienvenida a Carmen Adriana y poder conocer un fruto más de su amor, heredera de su legado.
Eligió bien querido Maestro... Al hacer una unión perfecta con una gran mujer, el amor de su vida, y formar junto a ella una gran familia.
Eligió bien querido Maestro... Pues el Domingo es el día de celebrar a Dios y Usted desde las 7:07 hrs. lo celebra en su presencia.
Elegimos bien querido Maestro, quienes tenemos la fortuna de considerarlo Amigo.

Todo mi aprecio y admiración, en memoria del querido Maestro, Don Carlos Murillo de la Cruz.
Gracias por la inspiración. Descanse en paz”.

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