Opinion

Los perjuicios de “Sicario”

Arturo Mendoza Díaz

2015-10-09

Las reacciones a que dio origen la exhibición de la película “Sicario”, como molestia, debate, protestas y exhortos a no acudir a verla son enteramente lógicas. Y es que si somos de Juárez, lo que se diga de la ciudad nos concierne.

Pero otro reflejo, de índole social, es el que más preocupa, y no tiene mucho que ver con lacerar los traumatismos ya curados o causar lastimaduras con pétalos de rosa, y es la posible actitud colectiva nacional e internacional ante el filme.

En ese caso no se hablaría de daño moral ni ideas subjetivas, sino de consecuencias susceptibles de cuantificarse en pesos y centavos, al afectarse el turismo y la actividad comercial, perjudicando con ello a la economía juarense.

Frente a eso algo debe hacerse, y para ello las protestas son válidas, puesto que equivalen a un derecho de pataleo que a nadie se le puede negar, sobre todo si se justifican. Pero más allá de ser una catarsis o desfogue, no sirven de mucho.

Por otro lado, pedir a la gente que no vea la película tendrá sin duda el efecto contrario, que será el de exaltar el morbo, y más con los antecedentes que hubo de violencia real, y siendo “Sicario” un filme de acción de ésos que gustan tanto.

Empero, imposible es tapar el sol con un dedo. Posiblemente sí fue cierto que por un tiempo Juárez fue la urbe más violenta del mundo, con promedio mensual de 350 asesinatos y un saldo que alcanzó los 9 mil en toda la etapa de violencia.

Tal era la cultura de muerte, que en los retenes se le dijo a una que otra mujer: “¿A qué viene, a que la violen o le toque una bala perdida?” Y era usual, dicen, que se hicieran apuestas sobre el número de muertos del siguiente día.

Así, casi en estado de sitio, la gente miraba desde el hogar a oscuras del que poco salía, el desfile constante de patrullas militares y con miembros de distintas corporaciones policiacas, tanto de la Federación como estatales y municipales.

Luego, de modo simultáneo y dentro de la estrategia “Todos somos Juárez”, se fomentó el rescate del espacio urbano, alentándose la participación ciudadana en actividades culturales, hasta que las cosas volvieron a la normalidad.

Por supuesto, hay quien atribuye el término de aquella guerra y la pacificación de Juárez al triunfo de uno de los cárteles sobre sus enemigos, más que a la acción gubernamental, pero la violencia habida entonces es innegable.

Con esos hechos grabados en la memoria colectiva, exhibir el filme “Sicario” es como, dolorosamente, mentar la soga en casa del ahorcado, a la vez que difundir un falso estado de cosas que podría traer efectos negativos para la ciudad.

Al respecto, una demanda sería inútil. La libre expresión y manifestación de ideas es universal. Aparte, el filme es una ficción como hay tantas en las que la Casa Blanca acaba siendo destruida o el presidente estadounidense es secuestrado.

Empero podría fijarse un posicionamiento en un periódico de circulación mundial, señalando que aunque respetamos el marco creativo que dio lugar a la película, Juárez es una urbe apacible que recibe a sus visitantes con amabilidad.

Enseguida, el mismo mensaje podría difundirse a través de internet en todo el planeta, considerando que esta ciudad fue conocida en los lugares más remotos, primeramente por los feminicidios y luego por ser capital de la violencia.

Finalmente, para completar el cuadro, cabe tomar en cuenta que Peter Svarzbein, regidor de El Paso, propuso hacer un festival de cine fronterizo que muestre la verdadera esencia de Ciudad Juárez y El Paso, Texas, y eso es factible.

De hecho, no todo está perdido, y menos si con amor por Juárez, en indómita  actitud de “resiliencia”, hacemos lo pertinente. Algo de bueno debe tener la ciudad si el mundo dirige la mirada hacia acá y el papa Francisco planea venir, ayudando a que trascienda su imagen positiva de esfuerzos y de lucha.

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