Opinion

México en su laberinto

Pascal Beltrán Del Río

2015-10-08

Distrito Federal- Llevamos meses, quizá años –y, en una de esas, lustros–, caminando por un laberinto.

Vamos de corredor en corredor, sin reparar mucho en el camino andado. Y, de repente, sin saber exactamente dónde queremos terminar.

¿No habíamos ya pasado por aquí? Tal vez.

He escrito aquí antes que cuando viajo al extranjero me cuesta mucho trabajo decir qué es mi país, qué lo motiva, cuál es su lugar en el mundo.

Esas definiciones las perdimos varios pasillos atrás. Aunque nos regresáramos, probablemente no las encontraríamos.

Si seguimos así, daremos vueltas eternamente. Nos cansaremos y nos haremos viejos. Habremos olvidado completamente por qué estamos aquí.

Muchos mexicanos entienden el tiempo sexenalmente. Es la herencia de nuestro pasado autoritario. El sol se ponía, pero podía uno estar seguro de que saldría de nuevo.

En teoría, los males se extinguían con la promesa de un nuevo comienzo; en la práctica afloraba la decepción, pero con la llegada del fin del sexenio y el ungimiento del heredero, se renovaba la esperanza.

Así funcionaba el sistema. Y los mexicanos participaban de él mediante algunos acuerdos básicos: educación, salud, pensión y, los más afortunados, un trabajo en el gobierno.

Pese a que ese sistema se ha desmoronado casi del todo, quedan algunos vestigios: la veneración por instituciones como el IMSS y Pemex, que, pese a estar quebradas, siguen siendo deidades.

La visión paternalista de la política es otra de las cosas que continúan vivas. La esperanza de que el gobierno lo resolverá todo. Porque eso es lo que debe hacer. Y si no es este gobierno, será el que sigue.

Desde que el viejo sistema se acabó, ha habido una enorme resistencia a construir uno nuevo.

No se quiere tirar la casa que habitaron los ancestros y levantar una nueva. Somos prisioneros de un pasado que creemos glorioso y que no lo fue.

Nuestra Constitución, ya casi centenaria, ha sido parchada cientos de veces. Está desfigurada. Ya no se sabe qué clase de pacto social representa. Pero igual se le rinde culto, por la idea de lo que alguna vez fue.

En teoría, tendríamos que tirar esta casa, que hoy le da techo seguro a muy pocos y cuyos pasillos laberínticos no conducen a ningún lado.

Siento decirle que 2018 no promete nada. Gane quien gane, seguiremos en lo mismo: avanzando por corredores mal iluminados, deteniéndonos a leer las inscripciones en las paredes y discutiendo infructuosamente cómo interpretarlas.

Y así, cuando llegue 2018 empezaremos a pensar en 2024 y luego en 2030. La casa será la misma, sólo más vieja. Ojalá no caiga un día sobre nosotros.

En teoría necesitaríamos una nueva. Pero imagine el escenario: si la clase política no puede decidir qué Cámara del Congreso recibe al Papa, ¿podría ponerse de acuerdo en un nuevo pacto social y un nuevo entramado institucional?

La clase política está consumida por la vanidad. Vamos caminando tras ella, como si supiera a dónde llevarnos y qué país tiene que construir.

Si sus integrantes tuvieran un poco de honestidad, nos pedirían que no los siguiéramos. Pero la mayor parte de ellos no sabe hacer otra cosa. Son políticos profesionales, es decir, si tuvieran que ganarse la vida de otra manera, morirían de hambre.

Obsesionados por la imagen, ahora se pelean por quién se tomará la foto con el Pontífice. No les importa el mensaje que éste traiga o lo que vaya a significar su visita para el país. Ven en el Papa sólo a un hombre que en poco tiempo se convirtió en centro de la atención mundial, y babean de envidia.

Y así como pueden convertir el Congreso en terreno de sus disputas, también lo pueden hacer con la Suprema Corte. El PRI quiere poner como nuevo ministro a uno de los suyos y el PAN quiere, a cambio de su apoyo en ese tema, que le entreguen la gubernatura de Colima. Así de burdo.

Los demás no tenemos ese privilegio. Tenemos que despertar del sueño de que el gobierno todo lo resuelve; que algún día regresará Quetzalcóatl a la tierra y nos traerá fertilidad y habrá riqueza y paz.

Lo que no hagamos por nosotros mismos, no lo hará gobierno alguno. No hay horizonte en la casa que actualmente habitamos. Sólo pasillo tras pasillo de lo mismo.

 

X