Opinion

Annus horribilis

Pascal Beltrán Del Río

2015-09-01

Distrito Federal- La última vez que un Presidente de la República pudo rendir su Informe de Gobierno anual desde la tribuna de San Lázaro fue en 2005, hace una década.

Al año siguiente, la oposición impidió la entrada de Vicente Fox al Palacio Legislativo y se inauguró la etapa de los mensajes presidenciales pronunciados desde la comodidad de un recinto en el que no ha habido un solo invitado indeseado.

De esa manera se perdió la oportunidad de que el informe fuera un acto de rendición de cuentas. Pasamos del Día del Presidente –como era el 1 de septiembre en los tiempos del autoritarismo– al día sin el Presidente.

¿Ganó algo el país? Fuera de quienes confunden los actos cívicos con las manifestaciones, y los argumentos con la majadería, creo que no.

Hoy el Informe de Gobierno es el mensaje que el Presidente pronuncia entre sus invitados (y no el tabique de papel que, por formalidad, se entrega al Congreso de la Unión).

Así que, en los hechos, el informe se rinde el 2 de septiembre. Ese día, la clase política, los medios y algunos académicos –quizá nadie más– esperan lo que puede decir el Ejecutivo, de forma directa o entre líneas, sobre cómo ve el país y cómo se ve a sí mismo.

Creo que estamos frente a una tradición en vías de implantarse, pues dudo que podamos volver a ver pronto a un Presidente en San Lázaro, salvo para la toma de posesión, cada seis años (y eso ni siquiera es ya obligatorio).

Hace un año, el presidente Enrique Peña Nieto veía distinto al país y se veía distinto a sí mismo.

Acababa de bajar el telón del periodo de reformas estructurales que se había propuesto sacar adelante. Después del acto en que promulgó las leyes secundarias de la Reforma Energética vendría el tiempo de la implementación de dichos cambios.

“Éste no es el país de antes… México se atrevió a cambiar y está en movimiento” fue la frase central del mensaje presidencial, en el que Peña Nieto dio un ejemplo del salto a la modernidad que vendría a partir de entonces: la construcción de un nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, algo que Fox ya había intentado y terminó en un fracaso.

Pocos días después, el Presidente estuvo en Nueva York. Habló ante la Asamblea General de la ONU, donde anunció que México dejaría atrás su reticencia a ser parte de las Operaciones de Mantenimiento de la Paz (cascos azules). También dictó una conferencia ante el prestigioso Consejo de Relaciones Exteriores y obtuvo la invitación de Reino Unido para una vista de Estado.

Peña Nieto estaba en plenitud. Un miembro de su equipo me comentó que el expresidente estadounidense Bill Clinton había esperado dos horas para verlo, mientras el mexicano terminaba una cena con una constelación mundial de empresarios.

Confieso que el tiempo de la antesala me pareció exagerado y fui a comprobar el dicho. El capitán del bar del hotel St. Regis me lo confirmó: “Sí, aquí estuvo sentado anoche”, me dijo. “Se tomó dos ginger ale”.

Ese era el ambiente que vivía en esos momentos el Presidente. Estaba eufórico, por decir lo menos.

En las calles de Nueva York me tocó atestiguar varias manifestaciones contra mandatarios presentes: contra la sudcoreana Park, contra el iraní Rouhaní, contra la política israelí en Gaza… Ninguna tenía como blanco a México o a Peña Nieto.

Cómo cambiaron las cosas unas horas después de esa visita. Iguala fue el parteaguas y se inauguró lo que, hoy sabemos, ha sido un annus horribilis para el Presidente de la República y su gobierno.

En noviembre de 1992, la reina Isabel II acuñó políticamente esa expresión latina, en un discurso en ocasión del 40 aniversario de su ascenso al trono.

El año horrible al que se refería la monarca tenía que ver con un encadenamiento de hechos negativos para la familia real, desde el divorcio de su hijo, el Duque de York, hasta el incendio del castillo de Windsor, cuatro días antes de su discurso.

Hoy el presidente Peña Nieto podría aprovechar la comodidad de Palacio Nacional para sincerarse.

Me gustaría que allí dijera que sí, que ha sido un año horrible, pero que ha aprendido todas y cada una de sus lecciones (¿qué es la política sino ese tipo de aprendizajes?), y que desde hoy eso quedará atrás.

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