Opinion

De política y cosas peores

Catón

2015-08-21

"Anoche dejé de ser virgen". Así le dijo Florimela a su mamá. "No me sorprende -replicó la señora-. Tarde o temprano eso tenía que suceder. Espero que al menos haya sido una experiencia agradable". Respondió Florimela: "Con los primeros cuatro sí lo fue. Con los demás la cosa ya se volvió aburrida". Decía Afrodisio Pitongo: "Mi novia es muy buena con los números. 90-60-90, para ser exactos". Usurino Matatías era hombre avaro, cicatero. Tenía 20 años de casado, y el último vestido que le compró a su esposa fue el de novia. Harta ya de la mezquindad de su consorte una mañana la mujer se empiluchó -así se dice en Chile, país hermoso, para significar que alguien se encueró- y se le presentó desnuda a su marido, sin más atavío que sus viejos zapatos de tacón ancho y un bolso de chaquira que su señora abuela le regaló el día de sus desposorios. Le dijo al cutre: "No tengo nada qué ponerme. Así saldré a la calle". La vio distraídamente Matatías y le respondió. "Por lo menos dale una planchadita a ese vestido". En tesitura diferente un joven marido se quejaba: "Antes de casarnos mi novia me decía que yo iba a llenar un gran vacío en su vida. Jamás imaginé que se refería al de su clóset". Quien por azar lea hoy esta columnejilla cuya frivolidad contrasta grandemente con lo sombrío de la situación internacional y del país, observará que está muy bien escrita. ¿A qué se debe tan extraña circunstancia? ¡A que este día no escribí yo su parte principal! La escribió una lectora cuyas palabras pongo a continuación: "Estimado Armando: Soy una de tus cuatro lectoras, y si tengo el atrevimiento de llamarte Armando y de tutearte es porque te has convertido en parte de mi familia. Mi madre, llamada Angelina, es una señora de 80 años cuyo único entretenimiento es ver series de televisión, películas de terror que disfruta como si tuviera 15, y la distracción y juventud que una niña de 3 años, mi hija, le inyecta cada día. Mi mamá desayuna todos los días contigo. No puede perderse tus chistes pelados ni tus anécdotas, que le recuerdan su juventud en San Luis Potosí. Tampoco deja de leer la columna de junto, tu 'Mirador', esa de 'el señor decente que sí sabe escribir bonito', como te dijeron una vez. Te doy las gracias por hacer que mi madre se ría todos los días; por acompañarla a tomarse su café por las mañanas; por hacerla que no salga de la casa sin antes leer tus cuentos. Te doy las gracias por hacerla enojar si nuestro repartidor de periódico no entrega el diario, y llamar a las amables señoritas de Reforma para reclamarles que su Catón no llegó a las puertas de su casa. Te doy las gracias por estar con ella en días de achaques, de lluvia y soledad; por dejarme ver una sonrisa en su cara; por oír una risotada desde la cocina, por hacerla feliz cuando te lee. Por eso es que hoy me permito hablarte de tú, decirte 'Armando' y darte las gracias por ser parte de mi familia". Quien esto escribió tiene, a más de hermoso corazón, hermoso nombre: Rocío. Rocío González Narváez. Escribir es para muchos literatos un oficio solitario. Para mí, escribidor artesanal, es gozosa labor que me permite comulgar en el afecto con mis cuatro lectores. Palabras como las de Rocío me alientan y dan ánimos para seguir en la tarea. Gracias, Rocío, por tu generosidad. Y gracias a tu mamá, doña Angelina, por dejarme compartir su cafecito en las mañanas. Tener una lectora como ella es privilegio que agradezco. Himenia Camafría, madura señorita soltera, le ofreció al director de la prisión ser voluntaria suplente. "¿Cómo suplente?" -se desconcertó el alcaide. "Sí -confirmó ella-. Cuando una esposa falte a la visita conyugal yo la supliré". Uglicio, hombre muy feo, donó su cuerpo a la ciencia. A la ciencia ficción.Un inventor desarrolló unos lentes que permitían ver desnudas a las personas, como si no trajeran ropa. Al llegar a su casa se los puso para sorprender con ellos a esposa. La señora estaba en el sillón de la sala con un amigo del inventor. Se divirtió él al verlos sin ropa a través de los cristales de sus maravillosos lentes. Luego se los quitó para mostrarlos a su esposa y su amigo. Ya sin los anteojos se asombró al verlos otra vez sin ropa. "¡Joder! -exclamó arrojando los lentes con disgusto-. ¡Apenas los acabo de inventar y ya me están fallando!". FIN.

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