Adela S. González
2015-08-02Las llaman ciudades hermanas, aunque cada vez con menos frecuencia que cuando los lazos culturales –más que fraternales– eran tanto más firmes o menos prejuiciosos y amenazantes que en la actualidad. Las separa una línea geográficamente señalada por un río casi inexistente que recuerda diferencias evidentes entre una y otra. Ese río, otrora caudaloso, que persiste en la memoria de muy pocos pues las nuevas generaciones solo de nombre lo conocen, marca también las condiciones disímbolas en crecimiento, desarrollo económico y social. Sí, son la Heroica Ciudad Juárez y El Paso, asentadas en Chihuahua y Texas respectivamente, poseedoras del espacio estatal más grande de los países a los que pertenecen.
En torno a Juárez se han tejido historias que horrorizan a sus “hermanos” que se abstienen de visitarla por miedo aunque sus temores lleguen a la exageración. Quedó indeleble la propaganda negativa desplegada en los años de la violencia extrema por lo que se le sigue concibiendo como una urbe insegura, fea y desordenada, constantemente contrastada con la de ellos considerada entre las más seguras de Estados Unidos, de ahí que sus gobernantes no contentos con el muro metálico que corre paralelo al río que ha afectado las relaciones y la ecología, piden mayor vigilancia incluso militarizada para protegerse. El desprecio es enorme.
Los juarenses resignadamente aceptan someterse a exhaustivas revisiones tanto corporales como de documentos probatorios de honestidad y solvencia, para pasar. En contrario, aquí se hacen esfuerzos para recibirlos, sin necesidad de documentos ni revisiones y a sabiendas de que algunos tan pronto pisan nuestro suelo sueltan la rienda para cometer desmanes sabiendo que nada los va a parar. De ahí la risa cuando el alcalde local pidió a las autoridades paseñas apoyo para recuperar millones de pesos que adeudan por multas de vialidad. Aplicar las leyes de manera general como lo dicta la Constitución es la primera gran diferencia con la ciudad vecina. La segunda es el ordenamiento urbano que llama la atención a todos menos a los que atienden la obra pública que aquí se realiza criticada por ser poca, malhecha y hasta innecesaria, funcionarios que van a El Paso y otras urbes norteamericanas con frecuencia o incluso viven allá, disfrutando del bienestar que niegan a los residentes locales.
La última es el Plan de Movilidad Urbana, cuyos responsables han recibido privilegios (además de centenares de millones de pesos) que exhiben la irresponsabilidad oficial. El PMU recibe condena de la sociedad por su extraordinario incumplimiento que Juárez no merece.
Mientras que los vecinos expanden su ciudad de manera correcta a la par que la embellecen con esculturas, murales, jardinería e iluminación. Aquí la dispersión y los contrastes urbanos se encuentran por doquier. Cierto, hay espacios agradables, recientemente urbanizados donde la circulación vehicular fluye, pero son más aquellos que reflejan el abandono acumulado, aumentan el rezago y anulan posibilidades a la persistente desigualdad.
Hay muchas formas de mostrar la modernidad en las urbes del siglo XXI y entre ellas destaca el transporte público y de taxis. Muy lejos está Juárez de contar con un sistema la mitad de eficiente que el Sun Metro. La Heroica se contentó con la primera línea del Vivebus que despertó expectativas ahora relegadas en la extensa lista de prioridades que demanda. Intereses políticos frenan todo y pronto veremos protestas por la llegada de taxis UBER.
Ahora bien, ¿por qué estamos así? Por permisivos, porque se han aceptado mediocridades sustentadas en la voluntad política, promesas incumplidas y falta de planeación como lo reconoce el alcalde respecto al PMU; porque entre tantas carencias destaca la del liderazgo de oposición sin el cual toda la estructura de ineficiencias crece conforme se desestiman las inconformidades.
Es obligado exigir a los gobernantes, pero también la sociedad misma debe exigirse menos tolerancia y mayor participación. Es tan poca la organización social que nuevamente se han cruzado los brazos ante el enésimo abuso de los ferrocarriles de cerrar acceso a una colonia porque así lo disponen sus altos mandos.
Frontera reducida en su potencial por los gobiernos que mal la han administrado. ¿Se puede contradecir lo anterior? ¿Aceptamos sin más la renuncia del titular de obras públicas?