Gerardo Cortinas Murra
2015-08-02Históricamente, nuestro país se ha caracterizado por la venta de plazas en los sindicatos, lo que para muchos analistas políticos constituye un cáncer que ha minado la credibilidad y prestigio del mercado laboral nacional. Es un fenómeno en el que los puestos de trabajo se ofrecen, incluso en anuncios de periódico… y en los que además se comercia hasta con favores sexuales.
Los resultados de la encuesta realizada por la Fundación ‘Este País’ y Banamex, señalan que sólo 2% de los mexicanos pertenece a un sindicato, cuando hace tres o cuatro décadas eran una representación mayoritaria de la población. Para Federico Reyes Heroles, “la venta de plazas es muy difícil de explicar a alguien de Estados Unidos o Alemania, porque simplemente no lo entienden, pues les es inconcebible… El simple hecho de pensar que las plazas se heredan o que pueden ser vendidas al mejor postor, habla ya de la concepción que se tiene de la fuente de trabajo en una sociedad que está globalizada.
En el ámbito de Salud Pública, Antonio Vital Galicia denunció que “se puede conseguir un empleo a través de distintos mecanismos: el pago de dinero, favores sexuales, compadrazgo con algún líder sindical o compromisos políticos con los directores de hospitales en todo el país… el negocio más jugoso está en la entrega, por parte de la Secretaría de Salud a su sindicato, de subrogaciones para servicios de seguridad, limpieza, auxiliares de diagnóstico de tratamiento, laboratorios, alimentación, lavandería y áreas de informática”.
En el ramo educativo la venta de plazas magisteriales es una constante; pero lo más preocupante es el nivel de la educación en México. Recientemente, el titular de la SEP, Emilio Chuayffet, anunció una ‘segunda generación’ de exámenes de valoración magisterial que serían aplicados a partir del 2015, en sustitución de la Evaluación Nacional de Logro Académico en los Centros Escolares (Enlace), la cual tuvo como impacto “la decadencia de la educación en México”. En esa ocasión, el Secretario de Educación fue enfático al declarar que a partir del 2015 la carrera magisterial (el principal programa de estímulos del magisterio) habría llegado a su fin, para implementar un “nuevo mecanismo” que lo remplazará.
Por muchos años, criticamos la carrera magisterial y la Reforma Educativa nos vino a dar la razón. Y hasta el propio Emilio Chuayffet lo reconoce: “el efecto de vincular esta evaluación a los estímulos monetarios de los maestros, alumnos y escuelas ocasionó una serie de ‘perversiones’, como la de enseñar en el aula el contenido de la prueba y dejar a un lado el plan de estudios; pasar las respuestas a los escolares e, incluso, corregirles dichas respuestas una vez entregado el examen… (ahora) la nueva generación de exámenes, bajo ninguna circunstancia estarán relacionados con los estímulos económicos”.
En efecto, la consecuencia de las ‘perversiones’ a las que se refiere Chuayffet es, precisamente, la pésima calidad educativa en nuestro país que, a mi parecer, se limita a una mera instrucción; es decir, en México no existe una verdadera formación educativa de nuestros niños y jóvenes. Y todo porque durante décadas la carrera magisterial otorgó estímulos económicos al magisterio por su superación personal; pero no por su desempeño y eficiencia educativa. Quien no recuerda como en los tiempos del Salinas de Gortari se les ordenó a los profes de primaria no reprobar a ningún alumno; tan solo para revertir las estadísticas internacionales que exhibían a México como un país subdesarrollado e ignorante.
Solo así nos resulta fácil entender el hecho de que la mitad de los docentes que participaron en los concursos de promoción a cargos de director, supervisor y asesores técnicos pedagógicos en educación básica, no resultaron idóneos en su evaluación. Entonces, ¿qué clase de maestros tenemos? Y se enojan cuando les endilgamos el apodo de ‘burritos magisteriales’. ¡Bah, pos’ pobres!