Opinion

Debate entre panistas

Víctor Orozco
Analista político

2015-08-01

Presencié el video del debate entre los candidatos a la presidencia del Partido Acción Nacional. Pensando escribir sobre el tema, recordé hace años el comentario de un amigo quien me decía, en una tesitura semejante: ¿Y para qué te ocupas de la derecha?. Le respondí, (con una generalidad y algo de petulancia), repitiendo la famosa frase de Terencio: porque nada de lo humano me es ajeno. En términos específicos, al igual que entonces, considero que la senda que tome una de las grandes formaciones políticas mexicanas, como lo es el PAN, no puede sernos indiferente, puesto que ello contribuirá a definir las políticas públicas del Estado y en cierta medida el rumbo del país.
Soy un observador desde fuera, diría que alguien sentado en una de las últimas filas de la gradas, que, sin embargo y justo por ello, tengo el privilegio de comprender en su conjunto los movimientos de los gladiadores, sus habilidades retóricas, la calidad o sustancia de los discursos. Con otra ventaja, no menor, miro sin ningún velo tendido por los prejuicios, que pudiera empañar mi entendimiento.
La polémica entre los contendientes, expone la encrucijada en la cual se  encuentra el PAN: o continúa su ya largo proceso de ¨priízación¨  o recupera ciertas vocaciones democráticas que lo caracterizaron en otras etapas de su trayecto.
Un ataque, que quiso ser demoledor, lanzado por Ricardo Anaya a Javier Corral, casi lo dice todo sobre este punto: le imputó su atrevimiento de haber criticado a ¨nuestro buen presidente Felipe Calderón¨, desde su posición como legislador.
Resulta que durante décadas, los panistas cifraron buena porción de sus desavenencias con los modos del PRI, que convertía a sus diputados y senadores en simples peones en manos del presidente de la República en turno. Encontrar a algún parlamentario que disintiera de la línea llegada de Los Pinos y que hiciera público su desacuerdo, era como buscar una aguja en un pajar. Reclamaban también la existencia de un partido oficial, a la manera de una dependencia más del gobierno, carente en absoluto de autonomía frente al poder ejecutivo. Querían la existencia de genuinos destacamentos políticos, portadores y defensores de programas y principios.  Tanto caló esta crítica compartida por millones de mexicanos, que en sus tiempos Ernesto Zedillo proclamó una ¨sana distancia¨ entre el presidente y su partido.
Con los reacomodos y los goces de las mieles anexas a los puestos oficiales, sin embargo, las cúpulas panistas fueron limando el filo de sus argumentos hasta dejarlos romos. Acabaron por instalarse en las prácticas de sus rivales. Recuerdo la razón aducida por Josefina Vázquez Mota en su campaña para diputada federal: “¿A qué vamos los candidatos panistas a la cámara? A defender al presidente Calderón¨. No a buscar el bienestar de la gente a través de mejores leyes, ni a salvaguardar el patrimonio de los mexicanos. No. A defender al ocupante de Los Pinos.
¿Cuál diferencia con el PRI?. Tomando en cuenta tales antecedentes, no me extraña la sonrisa de satisfacción del joven candidato Anaya, cuando presentó ante la audiencia un artículo de Corral disintiendo del entonces presidente. Pecado supremo, tal vez pensó y suficiente para propinar un fulminante knockout a su competidor. Obviamente, jamás advirtió la paradoja de que a los viejos mentores del panismo el supuesto pecado les hubiese parecido una virtud.  Y es que Anaya, como parte de la nueva generación de yuppies políticos, se ha formado en esa escuela del panismo-priísmo, en extremo olvidadiza. De hecho, no ha conocido otra, según lo revelan sus actitudes y palabras.
El asunto rebasa desde luego al PAN y a sus militantes. Hemos tenido por largos años “monarcas sexenales¨ como llamaba don Daniel Cosío Villegas a los presidentes, capaces de cometer toda clase de tropelías, enriquecerse y atentar contra los intereses que dicen representar, gracias al apapacho, protección e incondicionalidad que les brindan sus partidos. La vieja y perniciosa unanimidad del PRI, se sustituyó por las complicidades de las élites partidarias para dar el mismo resultado: la irresponsabilidad en el uso de los recursos públicos, la corrupción, la demagogia y al final la impunidad. Los escándalos de corrupción, como el de la Casa Blanca, por ejemplo, para nada conmovieron a los dirigentes panistas, fieros combatientes, en cambio, cuando se trata de disputar privilegios, ¨moches¨ y canonjías. Así, poco o nada mejoramos con el tránsito de estas monarquías temporales al interminable festín de los ensoberbecidos líderes de todos los partidos.
Después del debate, vislumbro para 2018 dos escenarios en la competencia electoral, relacionados con las candidaturas del PAN. O una opción tan parecida a la del PRI como dos gotas de agua, caso en el cual nada puede ofrecer a los electores para preferir los colores blanquiazules a los de la bandera nacional. Si alguna de las dos triunfara, implicaría la continuación de un régimen profundamente corrupto y expoliador, así como la exacerbación de la pobreza y la violencia.
O bien, este partido puede proponer a los votantes una alternativa novedosa y a la vez apoyada en dos de los postulados que lo distinguieron hace tiempo: vida democrática y lucha contra la corrupción.
Si se agrega la bandera del compromiso en contra de la desigualdad, del que habló Javier Corral en el debate, tendremos una carta más en el lado de los grandes intereses de la sociedad. Gane una candidatura de centro izquierda como la de López Obrador o una de aquel corte postulada por el PAN, esto daría lugar a una composición de fuerzas sociales, políticas y culturales, mejor equilibradas y favorable a las mayorías.
Las experiencias electorales desde 1988, aportan una enseñanza. Durante las últimas dos semanas previas al día de los comicios, el electorado se polariza y deja dos punteros, con un lejano tercer lugar. En las próximas, no hay razón para pensar en un resultado distinto. A falta de una necesaria segunda vuelta, las encuestas y el olfato político de los electores posicionan a dos posibles triunfadores. La peor tragedia que podría ocurrirle a la nación, es que en esta ubicación quedaran dos continuadores del desastre actual, gracias a la mercadotecnia y a la compra de los votos. Esto hace más interesante la ¨rebelión de las bases” a la cual le apuesta la candidatura de Corral.
Lo mejor que pudiera ocurrir es una rebelión ciudadana generalizada, que arrinconara a estas élites políticas partícipes y cómplices en el saqueo. En este punto, el consenso es casi universal, aunque no tenga todavía una correspondencia igual en los votos. En 2018, si la lucha contra la corrupción, a favor de mejores salarios, por la democracia en todos sus ámbitos: político, económico, cultural,  permea a las bases de todos los partidos, estaremos en el camino adecuado para salir de este agujero en el cual se encuentra la sociedad mexicana. No se nos olvide que el derrotero final del carro,  (en este caso México) es el resultado de la acción de fuerzas que jalan en direcciones distintas. Si se logra orientarlas hacia puntos cercanos, podemos acercarnos a metas comunes.
Quizá, un signo de esta ola de rebeldía, es la reflexión de una consejera panista del estado de México, que leí ayer: ¨...hubo algo que se encendió en mi interior cuando Corral señala que Ricardo tiene las manos hinchadas de tanto aplaudirle a Peña, de golpe llegaron a mi mente decenas de imágenes...la ciudadanía dejó de creer en Acción Nacional precisamente por eso, porque nos convertimos en ¨aplaudidores¨ del revolucionario institucional, porque dejamos de ser la oposición dura...¨. Estas cavilaciones y reacciones llevaron a Maricela Gastelú a cambiar el sentido de su voto, de Anaya a Corral, quien parece ha tirado bien la pedrada.

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