Opinion

De política y cosas peores

Armando Fuentes
Analista político

2015-07-20

Si yo fuera diputado -¡Dios me libre!- presentaría una iniciativa de ley para enviar a la cárcel a cualquier hombre que obtuviera el favor de una mujer valiéndose para ello de una falsa promesa de matrimonio. No estoy en contra de los seductores. Estoy, sí, contra los burladores. Quien seduce a una mujer de igual a igual, valido de su encanto, de su habilidad para el cortejo, ese hombre merece mi admiración y hasta un poco -vergonzantemente- mi insana envidia de varón. Pero aquel que consigue que una mujer se le entregue porque le juró que se casaría con ella, y luego de cobrada la presa la abandona, ese infame, digo, pertenece en mi opinión al ínfimo peldaño de la escala humana, a lo peor y más bajo de la especie. Digo todo esto porque en mi último viaje a cierta ciudad del noroeste oí una historia interesante. Sucede que un distinguido señor de la localidad acababa de ir a prisión acusado de un fraude millonario. Todos sabían el fondo verdadero del asunto, y la historia se contaba como se cuenta una novela o -más interesante todavía- una telenovela. Resulta que en los lejanos tiempos de su juventud ese señor dio palabra de matrimonio a una muchacha, y merced a ese sobado artificio obtuvo de ella que se le entregara. A consecuencia de tal entrega la joven quedó en estado de buena esperanza, como antes se decía, o sea que quedó embarazada. Ya se sabe que a veces los casados tardan años en encargar familia, pero los novios nunca: la cosa siempre pega cuando se hace al margen de los convencionalismos. Y pasó lo de siempre: cuando supo que la muchacha estaba esperando el hombre no esperó: desconoció al punto la palabra dada. Ella le suplicó que cumpliera la promesa que le había hecho. Él se negó. Le dijo: "Así es la vida, nena". Y luego se largó sin más. La joven tuvo que afrontar sola el duro trance que -cosas de aquellos tiempos- la avergonzó hasta el punto de que se a los Estados Unidos a tener su hijo. Pocos años después -la vida tiene compensaciones- conoció allá a un hombre bueno y se casó con él. Lo ayudó a elevarse de simple comerciante a dueño de una empresa poderosa. Cuando al paso del tiempo falleció el magnate ella se dispuso a vengarse de su burlador. Cambiada por los años -y por la cirugía, hay que decirlo- hasta el punto en que nadie la reconoció, volvió a su ciudad de origen y estableció ahí un negocio con inversión cuantiosa. Actuando ocultamente hizo que su burlador -ahora hombre maduro, desde luego, jubilado ya como director de cierto banco- fuera contratado como gerente general de la compañía. Luego, también actuando bajo cuerda, le arrimó a una damisela especialmente contratada para el efecto, que le voló el seso al señor y lo indujo a distraer fondos de la empresa. Cuando el delito estuvo consumado la dueña del negocio denunció el fraude, y el conocido señor fue a la cárcel. Ella lo visitó en la prisión. El hombre supuso, esperanzado, que iba a obtener clemencia de su empleadora, en quien no reconoció a su antigua víctima. Le suplicó, llorando, que lo perdonara; le habló del sufrimiento de su esposa y de sus hijos. Llegó hasta el punto de arrodillarse ante ella para pedirle entre sus lágrimas que retirara la acusación. "No puedo" -respondió la mujer. Luego, clavándole una mirada penetrante, le dijo: "Así es la vida, nene". El hombre reconoció entonces a su antigua novia. Le vino a la memoria lo que le había hecho, cosa que tenía ya olvidada, y supo que estaba perdido: a más de la deshonra lo aguardaban varios años en la cárcel. Tras dirigirle una mirada de burlona conmiseración la mujer le volvió la espalda. Ese mismo día regresó a los Estados Unidos. Su venganza estaba consumada. Este relato no tiene moraleja. Líbreme Dios de pretender impartir una lección moral. En primer lugar las historias edificantes suelen ser muy aburridas, y en segundo lugar yo soy el menos indicado para andar por ahí moralizando. No tendría boca, como dice la gente. También me libre Dios de toparme con una mujer como la de la historia. Lo que quiero decir es que nadie se va de aquí sin pagar sus cuentas. Así es la vida, nenes. FIN.

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