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En Roma, dan gran recibimiento a dos santos antiguos

Jim Yardley / New York Times News Service

2016-02-13

Roma— Los fieles avanzaban a lo largo del amplio bulevar que lleva a la Plaza de San Pedro. Monjas enfocaban las cámaras de sus celulares. Otras se paraban de puntitas, tratando de capturar un destello. Escuadrones de policías restringían a las multitudes y bloqueaban el tránsito, mientras los conductores podían hacer poco, como no fuera bajarse del coche y ver el espectáculo.
El antiguo corazón de Roma, una capital nacional, tanto como una de las ciudades más legendarias del mundo, se detuvo por completo ya entrada la tarde del viernes, mientras el sol caía lentamente sobre el río Tíber.
¿La razón?
En cajas de vidrio, se llevaban los cuerpos, arreglados con silicona, de dos santos católicos romanos muertos hace muchos años, el padre Pío y el padre Leopoldo, en solemne procesión por la ciudad vieja hasta el Vaticano. Para muchos, fue un espectáculo increíble. Para otros, fue un momento profundamente espiritual. Y para otros más, todo fue algo raro.
Sin embargo, mientras decenas de miles de personas bajaban a la Plaza de San Pedro, la procesión era un recordatorio de que, si bien el Vaticano ha abrazado la edad de los medios modernos con cuentas papales en Twitter, selfis papales y Hangout de Google, todavía se sigue comunicando con los símbolos y las tradiciones de la Edad Media. (El Vaticano transmitió en vivo parte de la actividad en su sitio web.)
“Somos devotos del Padre Pío”, dijo Anna Oppedisano, quien había llegado del norte de Italia para ver los restos. “Para nosotros, no es solo el acto. Tiene un significado religioso. Verlo pasar por las calles de Roma es importante para nosotros, por lo que representa. Tiene un valor altamente histórico y simbólico”.
Para el papa Francisco, sacar a los dos santos es un momento distintivo del año del jubileo al que ha llamado para celebrar el tema de la misericordia. La semana próxima, Francisco despachará a un grupo de sacerdotes a todo el mundo –los llamados misioneros de la misericordia– para absolver pecados, se están poniendo como buenos ejemplos al Padre Pío y al Padre Leopoldo
Francisco siempre ha defendido las formas en las que algunos católicos, incluidas grandes cantidades de pobres, a veces expresan su fe católica con “devociones populares”. Y venerar reliquias –objetos o hasta fragmentos de huesos que se cree son de santos– está profundamente enraizado en la tradición católica.
Sin embargo, hay una innegable cualidad de espectáculo en su llegada a Roma. Los dos santos fueron frailes capuchinos que murieron en el siglo XX, pero es el Padre Pío el que sigue siendo una celebridad, con fieles por todo el mundo, que han aumentado desde su muerte en 1968. A principios de la semana pasada, los canales de noticias italianos despacharon reporteros al sur de Italia, donde se guardan sus restos dentro de un santuario moderno, para poder transmitir en vivo las tomas desde que el cuerpo inició el viaje rumbo a Roma.
No todos están tan emocionados. En su programa de entrevistas por radio de los viernes por la mañana, el comentarista Oscar Giannino parodió en broma todo el acontecimiento, mientras su invitado, Massimo Fini, un escritor y pagano honesto, según él mismo duce, preguntaron por qué más de mil policías italianos manejaban la seguridad (en lugar del Vaticano con los guardias suizos) a costas del ciudadano común.
El Vaticano no siempre aceptó al Padre Pío. Inició numerosas investigaciones en su contra, empezando en los 1920, después de que sus devotos dijeron que poseía poderes sobrenaturales y tenía el estigma, las marcas de las heridas de la crucifixión de Cristo. Sin embargo, después, el Vaticano revirtió el rumbo y el papa Juan Pablo II lo santificó en el 2002.
Una parte importante del gran atractivo del Padre Pío –y, quizá, una razón por la que el papa Francisco lo usa como símbolo de su año de misericordia– es su reputación de haber confesado, día tras día, toda su vida, incluida la confesión de Juan Pablo II antes de ser papa. Dice la sabiduría popular que el Padre Pío escuchó dos millones de confesiones.
Hoy, la imagen del Padre Pío todavía se exhibe ampliamente por toda Italia, y millones de peregrinos han visitado su santuario en San Giovanni Rotondo, el pueblo en la cima de una colina en la región sureña de Puglia, en Italia. En el 2008, se exhumó el cuerpo, se lo trató con químicos, se lo adornó con una réplica en silicona de su cara y se colocó dentro de una caja de vidrio sin oxígeno para que lo pudieran ver los peregrinos.
La caravana llegó a Roma el miércoles en la noche, pero primero se detuvo en San Lorenzo afuera de la muralla, una iglesia antigua donde miles de fieles hicieron fila por horas para ver al Padre Pío. Se movió el cuerpo el jueves a San Salvador en Lauro, una iglesia en la otra orilla del Tíber, frente al Vaticano. Ahí, el sacerdote local, Pietro Bongiovanni, se preparaba afanosamente para decir misas todo el tiempo antes de que la procesión se fuera al Vaticano la tarde del viernes.
Bongiovanni es uno de los cuidadores locales del movimiento del Padre Pío. Los fieles al santo se reúnen regularmente en su iglesia, que alberga varias de sus reliquias, incluida una de sus prendas, una tela manchada con su sangre y uno de sus guantes. En el 2000, Bongiovanni llevó las reliquias en una gira de dos semanas por Argentina, por invitación del cardenal Jorge Mario Bergoglio, el arzobispo de Buenos Aires, quien es hoy el papa Francisco.
“Nos hizo empezar con los más pobres de todos”, recordó Bongiovanni sobre la gira que empezó en las barriadas, mientras Francisco esperaba ver que las reliquias levantaran el ánimo popular porque Argentina estaba atrapada en una crisis económica.

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